Al margen de que no viví los ochenta ni mi paso por la universidad en una cofradía de estudiantes integrada por bateadores de béisbol, uno, que es humano, está de acuerdo con Terencio cuando decía que nada de lo humano le era extraño, máxime si se habla de algo que se ha visto cien mil veces en películas, telefilmes y series de televisión, como es el caso.
La sospecha de que el nombre del prestigioso director proyecta sobre la película una luz que, en sí misma, no tiene y que, de haber sido dirigida por un desconocido, nadie le habría prestado más atención que a cualquiera de las cien mil películas similares a ésta, surge a los pocos minutos de empezar la película, cuando se produce el primer diálogo ágil entre los protagonistas y descubrimos que estamos, una vez más, ante un coro de personajes esterotipados que recitan un guion con tal desenvoltura, que todo parece ensayado. De hecho, buena parte de los diálogos, son bromas o puestas en escena de situaciones que sólo pueden ser creíbles si consideramos que la pandilla de amigos protagonista las han acordado y ensayado previamente.
Personajes que no son tales, sino clichés acuñados en cada telefilm de sobremesa de los 80, situaciones y diálogos sin el menor interés que, al menos en mí, producen un efecto contrario al que, sospecho, buscaba el film: nostalgia del pasado, carpe diem, juventud divino tesoro, etc... Si yo hubiera tenido una juventud como esa, cada día besaría los suelos de la madurez por haberme acogido y refugiado de tanta banalidad.
Puestos a salvar algo: la banda sonora y el buen ritmo de la historia, claro que sería imperdonable que algo que se ha contado tantas veces, se contara con torpeza.

Es serie B en estado puro y, encima, de los 70, ¿qué más se puede pedir? Como mucho, una Mirinda naranja para beber mientras la vemos... La historia, basada en un relato H.G.Wells sobre la respuesta de la Naturaleza a nuestros continuos desmanes contra ella, presenta a unos granjeros que viven lejos de la civilización en una brumosa y apartada isla de cuyo suelo brota un líquido blanco que los isleños toman primero por petróleo, los muy cenutrios, y cuando descubren que no lo es (suponemos que por el olor, ya que el color les había pasado inadvertido), deciden dárselo de comer a las gallinas, que se vuelven gigantes...
Pero claro, accidentalmente, porque estas cosas siempre ocurren accidentalmente, también se alimentan del extraño puré las avispas y las ratas del lugar y aquí empieza lo bueno... Desfile de ratas del tamaño de un Sanbernardo bien alimentado moviéndose entre maquetas de coches, graneros y casas mientras emiten rugidos propios de un felino en celo, diálogos en los que los personajes se esfuerzan por mostrarnos con cada frase qué estereotipo representan, el malo sólo dice maldades, la beata reza sin parar, el héroe tranquiliza a todos e improvisa una solución tras otra, como si no hubiera hecho otra cosa en la vida que combatir animales gigantes.... Y las ratas, en tanto, se meriendan a alguno que otro en escenas en las que entran ya en juego los muñecos, ratas de peluche como las de IKea, pero en grande.
Si a esto le añadimos la banda sonora a los Starsky y Hutch, esa fotografía algo sucia que tenían tantas películas a la sazón, los pantalones de campana, las camisas de leñador y a la impagable Ida Lupino, ¿qué clásico de la serie B de aquellos años no contaba con una vieja gloria en su reparto?, el resultado no puede ser otro que una maravilla de la serie B altamente recomendable.

No se debería esperar a ver una película tanto tiempo porque, después de cuatro décadas escuchando solo maravillas sobre ella, la decepción está casi garantizada, y eso es lo que me ha ocurrido a mí con "El sur". No es que no me haya gustado, me ha parecido una buena película, con una estupenda fotografía y maravillosos encuadres, casi pictóricos, una historia interesante... Pero el problema, para mí, está en la narración. Prácticamente la mitad de la película, si no más, la narra la voz en off de la protagonista, lo que la convierte casi en un audiolibro. Puedo entender el uso de la narración en off en determinados momentos de una película, pero cuando es excesivo, me resulta un recurso muy tramposo porque, al final, son palabras las que nos están contando lo que no llega a narrar la imagen ni la interpretación de los actores. Lo que sienten los personajes no me lo debería contar una voz en off, lo debería estar viendo. La sensación que me ha dejado la película es la de haber leído el relato en el que está basada, eso sí, con bonitas estampas ilustrándolo. Por otro lado, están los actores. La niña protagonista es más inexpresiva que un gato de escayola y cuando habla, casi siempre en susurros, como si estuviera en una película de Bergman, no se la entiende. Cuando crece y ya encarna el papel Itziar Bollaín, el personaje gana en expresividad, pero la voz sigue siendo plana y sin matices y la dicción penosa, cosa que contrasta enormemente con la voz de doblaje de Omero Antenutti, que resulta demasiado artificial entre tanto silencio y susurro.
¿Recomendaría la película? Posiblemente sí, lo que no recomendaría es verla si llevas cuarenta años oyendo que es una obra maestra.

Uno que, además de ser gay, ha sido seminarista, debería reconocerse en alguna de las emociones que la película intenta expresar. Sin embargo, todo resulta tan artificial, falso y mal contado, que me hubiera parecido igual de poco creíble si se hubieran visto por todas partes los focos, los técnicos y las cámaras. Los actores, suponiendo que lo sean, no tienen otro mérito que el de no reírse a cada momento; las emociones (muchas, eso sí) se muestran a golpe de colirio, ojos inexpresivos pero muy rojos, como si en vez de compartir sentimientos, los personajes se contagiaran la conjuntivitis. Qué decir de los escenarios... Imagino que rodaron dónde les dejaron y uno se pregunta a cada momento dónde se encuentran los personajes... La biblioteca del seminario parece el hall de un hotel de dos estrellas, todos viven en apartamentos que parecen pisos píloto (tan vacíos y poco vividos se les ve). Pero todo esto se podría perdonar y achacar a la falta de medios y experiencia de cuantos participan en semejante proyecto, si al menos el guion hubiera estado mínimamente bien articulado y no resultara de una suma de lugares comunes aliñados con una pretenciosa reflexión teológica sobre el amor el perdón que no sólo no lleva a ninguna parte, sino que además resulta confusa, banal e incoherente. No hay mucho más que decir...