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Críticas de Iván Roldán
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Críticas 124
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
13 de febrero de 2019
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Acosadores, víctimas y espectadores. Mon Mon Mon Monsters es el segundo largometraje de Giddens Ko; una película de terror social que a pesar de girar entorno a la imagen (perturbadora si lo vemos con seriedad) de una juventud desensibilizada, no pretende jamás ofrecer un discurso o un análisis, sino mero entretenimiento. Lo agradezco, la verdad no estoy interesado en diatribas hacía el bullying (en otrora, un ejercicio social bastante funcional...).

Giddens Ko construye su historia en base a la crueldad adolescente y a la magia vudú. Desde un punto de vista despreocupado (y mucho menos lascivo y oscuro que Deadgirl (2008) de Sarmiento y Harel, con la que comparte la misma primicia), en donde nos muestra que la crueldad, como cualquier otro vicio, no necesita de más que de una oportunidad para ejercerse. ¿Qué nos lleva a dicha crueldad y personificar monstruos? Una vida difícil, problemas familiares, frustración, quizá sólo aburrimiento y una enorme carencia de empatía. Así son los personajes de Giddens, escoria humana, y no sólo sus personajes centrales sino prácticamente todos, demasiada mala onda en esta juventud ¿quién da gritos de emoción y busca tomarse la mejor selfie con su profesora en el fondo ardiendo en llamas?

Pese a estos excesos, los personajes de esta historia tienen sus límites y evolución, punto a favor, no son seres planos, intercambiando el concepto de víctima y victimario. El humor negro que guarda su guion y ciertas escenas (la villanía de estos chicos cuando van a un decante refugio para ancianos, el abuso al tendero con déficit mental por Lin, o las lágrimas de Ren-hao) dan tesitura a un filme que fácilmente podría caer en absurdos. Otro punto son la violencia y el derramamiento de sangre sobrenatural que no se hace esperar, y aunque los efectos especiales no son tan buenos, me parece logran su cometido.

En cuanto al resto de sus aspectos, me parece la actuación es la adecuada (sabiendo claro a qué atenernos, el cine asiático taiwanés, así como el japonés o el coreano, es muy exagerado y caricaturesco). A destacar también la fotografía nítida y con altos contrastes de Chou Yi-hsien, aportando un toque sombrío aunque pulcro a las escenas, ya sean entre las penumbras (durante la pequeña mascarada que tienen los estudiantes) o en interiores y exteriores; y aunque su metraje está un poco extendido, no es demasiado. ¿Y qué decir del final? Bueno, bastante asiático/dramático.

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Iván Roldán
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8
19 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Catfishing, depredadores de Internet. ¿Qué tanto hay de ello en “Nancy”? Bastante, aunque de una manera menos perversa y más bien miserable. “Nancy” es el primer largometraje de Christina Choe, ganadora en el 2018 en el Festival de Sitges a Mejor Actriz y en el Festival de cine independiente de Sundance a Mejor guion. Un drama gris y pesimista que gira en torno a la mitomanía y la necesidad de ser algo para alguien. De sentirse especial.

Durante un frío inverno conoceremos a Nancy, una solitaria mujer de 35 años, de aspecto frágil oculta las canas de su cabello con tinte barato. La ciudad, cual reflejo de su personalidad, se descubre decadente en medio de su monotonía. Despreciada por su madre (con quien vive) e ignorada por el “mundo” crea un blog en internet en base a una personalidad falsa, más atractiva que la propia, y edita sus fotografías para inventarse vacaciones en Corea del Norte. Pero ello es sólo el punto de partida para una vida “real” y mejor, cuando casualmente en los noticieros de Tv, sabe de la noticia de un matrimonio que después de décadas, mantienen la esperanza de encontrar a su hija secuestrada; el retrato de cómo sería aquella niña a sus 35 años se parece tanto a ella, como si fuese su doble, aunque más feliz, más realizado. Tal vez es su oportunidad de tener algo, de encajar y tener una familia.

Interesante, aunque en lo absoluto emotivo es el filme de Choe. Enormemente simplista. Entonces, ¿cuál es la magia qué da “brillo” a la historia de un ser alienado y desgraciado? El guion de Choe, sin demasiadas demoras y a paso lento desarrolla con pericia las necesidades de amor de sus desilusionados personajes, heridos por la soledad. Así mismo la actuación de Riseborough, a quien ese mismo año tuvimos la oportunidad de ver torturada en Mandy de Panos Cosmatos, también premiada en el Festival de Sitges. Aquí exhibe un personaje inmaduro de aspecto agotado que podría envejecer e incluso morir sin percatarse, incapaz de darle un sentido a su vida, que sueña con ser artista, sin tener educación, perezosa, y pese a que el mismo arte le aburre.

Escribo brillo entre comillas ya que en realidad es una película bastante sombría que sus puntos fuertes: la actuación y el guion, son los mismos que terminan limitándola. Jamás logramos sentir empatía por sus personajes, y su final es gris, apagado, remitiendo el clímax de la película a un suceso felino (me encanta esa parte, como no es mi deseo hacer spoiler no lo detallaré, pero es parte del punto medular del filme). Entre otras cosas tenemos una estupenda fotografía (a lo cine indie) de Zoë White, y la música del compositor Peter Raeburn.

De modo que, con sus limitaciones, es una película a apreciar, además de que su duración, menos de 1 hora y media, hace más fácil su visionado. A ver qué sucede con Riseborough, quien el próximo año protagonizará el remake de Grudge (Takashi Shimizu), dirigido por Nicolas Pesce (director de The Eyes of My Mother).
Iván Roldán
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8
13 de diciembre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habrá que hacer algún día un análisis sobre la filmografía de Jean-Stéphane Sauvaire, y su necesidad de imbuirse en violencia, no es de extrañarse el título del proyecto en el que actualmente trabaja “Adicto a la violencia”. violencia como causa y resultado de exclusión reflejada en el daño a la condición humana, violencia gráfica, violencia cruda y violencia poética. En el 2000 con su cortometraje “La mula” acerca del contrabando de drogas, “Carlitos Medellin” en el 2004, un documental sobre un niño inmerso en la guerrilla colombiana, “¡Mátalo!” cortometraje del 2005 grabado en las calles de la ciudad de México, “Johnny Mad Dog” en el 2008, un drama bélico protagonizado por un grupo de chicos entre los 13 y 15 años que armados van por su ciudad en África asesinando, saqueando y violando mujeres, “Punk” en el 2012, y finalmente A Prayer Before Dawn.

Estrenada en el Festival de Cannes en su función de media noche, A Prayer Before Dawn se enfoca en mostrar la vida de Billy ya dentro de una de las prisiones más brutales del mundo, la Prisión Central de Bang Kwang, en Tailandia (comparada con la prisión de Diyarbakir en Turquía, El Campo de concentración de Hoeryong en Corea del Norte o la prisión de Petak en Rusia). Dejando pasar por alto la historia de un joven Billy golpeado por su padre, delincuente y adicto, prisionero previamente en 22 cárceles del Reino Unido, y la razón por la cual se encontraba en Tailandia; pero, curiosamente, no hace falta todo ello para familiarizarnos con él desde el momento en que salta al ring bajo los efectos de la heroína y, al poco rato, es encarcelado. Es precisamente el enfoque al que Sauvaire acude, de angustia y confusión. No se detiene para explicarnos nada, construye su personaje sobre la marcha. Logrando mantener al espectador aturdido y desorientado, de la mano de Billy en un país que le mira como extranjero (y lo que conlleva) y con un idioma que no entiende (omitiendo el uso de subtítulos en la mayoría de los diálogos tailandeses), dejando a este violento hombre solo en medio de un lugar aún más violento, en donde los presos duermen hacinados entre cadáveres, y la corrupción y extorsión son cosa del día, así mismo la posibilidad en que un simple viaje al mingitorio culmine en una violación grupal. ¿El alivio para la autodestructiva vida y mente de Billy? Los brazos y labios de un transexual y la disciplina del Muay Thai y el boxeo.

A destacar la fotografía de David Ungaro y el diseño de producción a cargo de Lek Chaiyan. Contrastando fuertemente las instalaciones (su miseria y soledad) y destacando el cuerpo pálido de Billy sobre el resto, hombres morenos tatuados, como el protagonista de un tapiz colectivo. Las escenas de combate son un plus, esa retahíla de miembros sudorosos y golpeados, de rostros casi orgásmicamente contorsionados por el dolor. Otro aspecto a considerar es la actuación, en donde por obvias razones, la mayoría no son actores, así mismo, tenemos un buen trabajo de Joe Cole (a quien recordarás como John Shelby en Peaky Blinders ¡me encanta esa serie!) y el cameo del verdadero Billy Moore. Si he de cuestionar algo es la duración de la película, llega a parecer agotadora en algún punto. También… la falta de sordidez, de brutalidad, no es tan extrema la visión de la prisión… y habría sido interesante desarrollar más a cualquier de los personajes secundarios... (aunque tal vez ello lo haría lucir más un drama televisivo...)

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Iván Roldán
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9
13 de diciembre de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces sentimos que la desigualdad entre hombres y mujeres “no es tanta”, hasta mirar hacía el resto del mundo: Zimbabue, Tanzania, Uganda, Turquía… etc. El país que aquí nos compete es Indonesia, un país en el que hasta el 2017 ve la primera marcha de mujeres exigiendo al gobierno nacional justicia, la abolición de las leyes y políticas discriminatorias, un alto a la intromisión del estado en su cuerpo (por ejemplo, la prueba de virginidad a las aspirantes a la milicia, vigente aún día) y a la privación económica y financiera.

Mujeres, sobreviviendo en la actualidad y en la historia, en la vida y en el cine. Insumisas e indómitas, negadas a convertirse en víctimas y dispuestas a tomar un arma para defenderse. Así es el western que ha hecho de las mujeres sus protagonistas… Pocos títulos se me vienen a la mente… por ahí si buscas en google western femenino aparecerán películas de los 50’s y 60’s como Bullwhip (1958), Las 7 magníficas (1966) o Duel in the sun (1946), lo cual es inadecuado (no porque haya una mujer decorando la pantalla con su picardía, gracia y escotes, será femenino); creo que lo más cercano a ello sería algo como Brimstone (2016) y por supuesto, Marlina the Murderer in Four Acts, el segundo largometraje de Mouly Surya. SIn olvidar un par de intentos “fallidos” como Jane Got a Gun (2015) y la serie de Netflix Godless (2017).

Coproducción entre Indonesia, Francia, Malasia y Tailandia, Marlina, la asesina en cuatro actos, no es el típico rape and revenge, sino más bien, una diatriba hacia el patriarcado indonesio qué más allá de las tecnologías de comunicación y las leyes, hoy día sigue despojando a las mujeres, dejándolas a merced de la violencia y discriminación, así mismo es una crítica a su propia cultura y la visión que tiene la mujer indonesia de sí misma; ello, a través del western más artístico con un toque tarantiniano. Una propuesta cinematográfica interesante y una variante al género dominante por ahora en Indonesia, el de artes marciales cargado de testosterona (The Raid I y II, Headshot o The Night Comes for Us).

Lejos de los rascacielos de la enorme capital de Indonesia, Yakarta, Surya nos lleva a la isla de Sumba en donde conoceremos a Marlina y seremos testigos, de un golpe de injusticia (seguramente no el único) en su vida, cuando aparece en pantalla Markus, invitándose a sí mismo a su casa y anunciando con tranquilidad que en unas horas llegaran el resto de sus hombres para robar su ganado, su dinero y si tienen tiempo, poseerla, que se considere afortunada, pues tendrá la fortuna de ser violada por 7 hombres… así que, debe de apresurarse, la cena deberá estar lista para su llegada. Es el primer acto, El Robo, plegado de tensión y por su puesto de violencia, en donde el derramamiento de sangre será satisfactorio.

Da inicio el segundo acto, El Viaje, el éxodo de Marlina quien cabalgará con la cabeza decapitada de su atacante a la estación de policía. Perseguida por su fantasma y los sobrevivientes de la matanza. Su viaje se verá enriquecido por un grupo de personajes que en conjunto nos acercarán a su cultura, la postura femenina nacida para complacer al hombre, y su frialdad ante la violencia (poco se asombran de ver a Marlina cargando una cabeza). Continuando con el tercer acto, La Confesión, lleno de desesperanza e indiferencia, para dar paso al cuarto acto, El Nacimiento. Férreo y hosco, culminará su alumbramiento en un derramamiento más de sangre.

Quizá después del primer acto el espectador espere un ritmo más ágil, más ficticio, más violento, más emocionante. No es el objetivo de Surya. Aun así, su ritmo parsimonioso es a mí gusto, el ideal, y a su vez, aquel que le da fuerza a la historia, y es muy tolerable al estar dividido en cuatro actos, además de que el metraje no supera la hora con treinta minutos. El diseño de producción y la fotografía son exquisitos, arrojándonos hermosas panorámicas y composiciones de luz y color, contrastando así la belleza isleña con la personalidad agreste y apagada de sus habitantes. Otro par de grandes aciertos, el misticismo de su banda sonora, y la actuación de todos y cada uno de sus personajes, por insignificante que sea su papel. ¿Podría ser mejor? Seguro... tal vez le hubiese convenido ser un poco menos mesurada.

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Iván Roldán
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8
12 de noviembre de 2018
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Hay temas que no son mi fuerte y el de la adolescencia, como un pasaje de transición y autodescubrimiento, es uno de ellos, me parece (si es el eje central) tedioso y excesivamente dramático; por otro lado, hoy día ha perdido mucho de su significado, reducible en la mayoría de las veces a mera fisiología en lugar de esa metamorfosis en “adultos”, a esa madurez psicológica… los adultos de hoy día, sin el peso de sacar adelante a una familia a los 18-20 años, siguen siendo adolescentes (a su manera). ¡En fin! No soy prejuicioso, también puedo ver películas donde el eje central sea la adolescencia, y en el caso de Lollipop Monster, una historia repleta de tópicos sacada a flote gracias a la antagónica magia de sus jóvenes protagonistas, su edulcorada puesta en escena, musicalidad y humor negro.

Con un estilo postmoderno la historia explora la improbable amistad entre dos chicas que sólo tienen en común el trato displicente de sus familias. Unidas por el suicidio del padre de Oona, un artista torturado por la infidelidad de su mujer, y la inquietud por experimentar de Ari. Juntas, se perciben como animales carnívoros. Tan opuestas entre sí como en sí mismas: Ari más algodonosa, electropop e instintivamente sexual y perversa, en contraste a Oona, casi asexual, inocente y oscura, inclinada por los sonidos industriales del rock gótico. Juntas, buscaran sobrevivir a sus familias.

Una película que paralela a la personalidad dispar de sus personajes (incluyendo la extravagante familia de Ari) cobra forma por el talento de su directora, a la hora de construir su relato. Plegado de detalles multicolores, cual collage audiovisual funcionando sin saturar la pantalla, por conducto de las ilustraciones y la pintura, de la musicalidad dominada por la voz de Alexander Hacke (bajista, guitarrista y vocalista de Einstürzende Neubauten), la poesía, y la fotografía coronada por los ángulos que nos arroja la cámara súper 16. Otro punto a favor es el diseño de producción que junto al maquillaje y vestuario erigen con tan sólo un vistazo, la psicología de sus personajes (la casa de Ari, su hermano y la novia de su hermano, sus padres, la habitación de Oona, e incluso los baños del colegio y el bar). Culminando con un final moderadamente idílico y surrealista.

A reiterar, me encanta el maquillaje de las chicas y la voz de Hacke. Buen debut como directora y coguionista de Ziska Riemann, quien después de 7 años se espera estrené en este 2018 Electric Girl, una película acerca de una joven que trabaja en el doblaje de una animación japonesa, y que de poco en poco cree que ella es realmente el personaje principal.

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