Por compararla con otra película de escenarios muy parecidos, que es El último emperador, de Bertolucci, diría que tiene todo lo malo que tiene ella, pero casi nada de lo bueno.
Lo bueno: escenas estéticamente muy elegantes y cuidadas que imponen respeto. Pero esto no compensa en absoluto lo malo.
Lo malo: un ritmo desesperantemente lento, una narración agobiante y confusa de los acontecimientos, con tantos momentos gratuitos supuestamente misteriosos, tras los cueles no encuentro nada más que un aburridísimo ejercicio de estilo. No la acabé.

Bella, humana, comedida, dolorosa. Entra en las casas de muchos de nosotros. Consigue lo que se propone, sin excesos ni defectos. La combinación de belleza visual y psicología de las relaciones humanas, al estilo del mejor Allen o Bergman, hacen de ella una sabrosa experiencia.
En cuanto el tema gay, así es como debe ser una película que lo trate: no es un arte privado (de gays para gays), no hay teatralizaciones excesivas ni reivindicaciones victimistas, sino sólo la ecuánime puesta en escena de los "secretos de un matrimonio" de una pareja de dos chicos, en la que el hecho de ser dos chicos juega un papel siempre verosímil, o sea: no eclipsa la rica multiplicidad de otros aspectos relevantes y problemáticos en sus vidas.