Por encima de la mala leche, de la crítica social y existencial, por encima del humor zafio, grueso y divertidísimo, queda el poso de una bellísima historia de amor que a mí personalmente me toca en lo más hondo: el personaje principal no puede amar a la chica hasta que se acepta a sí mismo. Pseudofilosofía al más puro estilo Coelho que, oiga, me ha encantado. La escena final, con los Pixies de fondo, seguramente la mejor de la historia (junto con la de Birdie y alguna otra).

Desde el primer momento queda claro que Spielberg ha venido aqui a pasárselo en grande... y lo consigue. Como de la primera isla ya escaparon, ahora resulta que hay otra, llamada B (ole!), y que es mucho más peligrosa y salvaje que la primera. Como los niños ya han crecido, y al personaje negro se lo comieron, ¡metemos una niña-negra, y 2x1! En general toda la película es una auto-parodia de la primera parte y en general de las películas de aventuras del propio Spielberg, como después A.I. lo sería de sus películas de ciencia ficción. Totalmente recomendable para pasar una tarde desternillante.

Lo mejor: Ver cómo la niña-negra-gimnasta de 36 kilos de peso hace atravesar de una patada a un velociraptor, del tamaño de una vaca, la pared del granero. ¡Deslumbrante!