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Críticas de Tú a Móstoles y yo a Calamocha
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Críticas 18
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de enero de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eastwood se adentra en una temática ya demasiado exprimida en el mundo del cine. Lo hace sin aportar nada nuevo en el aspecto sobrenatural de la trama y otorgando prioridad a los conflictos interiores de los personajes. Es de destacar su valentía a la hora de afrontar la narración : tres historias paralelas, sin la presencia de un protagonista definido (no, Matt Damon no acapara todo el metraje), que acaban encajando prácticamente al final de la película. La inclusión en la cinta de acontecimientos que han tenido lugar en la vida real consigue aportar un plus de originalidad y credibilidad al conjunto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tú a Móstoles y yo a Calamocha
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8
17 de marzo de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steven Spielberg centra su mirada en un episodio concreto de la vida de Abraham Lincoln: la aprobación de la 13ª Enmienda que aboliría la esclavitud. Evita así el biopic y compone una película compleja, sustentada por el oficio de actores contrastados y un relato que guarda comparaciones con muchos aspectos que aún rigen la turbulenta vida política norteamericana. Spielberg pone de manifiesto la dificultad para llegar a un consenso a la hora de legislar, ejercicio que habitualmente requiere mayores esfuerzos ya no con la oposición, sino dentro del propio partido. "Lincoln" aborda con maestría asuntos universales (el miedo a la diferencia, el juego sucio como medio para alcanzar fines nobles, la necesidad de ceder para preservar el poder...) y compone una película de corte clásico, en la línea de sus mejores obras, que actúa además como herramienta perfecta para conocer los hechos que marcaron uno de los hitos fundamentales en una de las sociedades más influyentes de nuestro tiempo. A pesar de su extenso metraje, "Lincoln" fluye con facilidad y basa su éxito en unos potentes diálogos que, de forma sorprendente, pocas veces se refugian en la solemnidad. Spielberg dibuja un Lincoln pragmático, ilustrado y proclive a la retórica metafórica. Y Daniel Day-Lewis lo clava. La interpretación del presidente norteamericano requiere contención, pero también energía en momentos puntuales, y el actor británico puede con todo. Una puesta en escena a la altura de los anteriores trabajos de Spielberg y unos grandes secundarios redondean la película. No es su mejor trabajo, pero Spielberg es uno de los cineastas más comprometidos de ayer y hoy, y lo ha vuelto a demostrar.
Tú a Móstoles y yo a Calamocha
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7
18 de febrero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La decisión de premiar con la Palma de Oro a "Yo, Daniel Blake" en la edición del Festival de Cannes de 2016 fue recibida con tibieza e incluso con críticas abiertas por gran parte de los asistentes al certamen. La mayoría de estas reacciones negativas abundaron en los argumentos que acostumbran a esgrimir los detractores acérrimos de Ken Loach, unos argumentos que tienden a identificar la obra del cineasta británico no tanto con la calidad artística sino con el discurso panfletario.

Tras el fallo del jurado, en Cannes se pudo escuchar de todo, y a Loach se le tachó de demagogo, repetitivo, tozudo, populista y hasta sensiblero. Y es cierto que en el cine reciente del realizador se siguen apreciando algunas de esas perversiones (ni siquiera "Yo, Daniel Blake" escapa totalmente de ellas), pero también lo es que la película supera todas esas limitaciones y, sin traicionar en ningún momento el sello Loach, consigue convertirse en una película con alma.

Loach cuenta la historia de Daniel Blake, un carpintero inglés de 59 años que se ve obligado a recurrir a las ayudas sociales del gobierno británico. El conflicto aparece cuando la administración le obliga a buscar un empleo (con la amenaza de recibir una sanción si no lo hace), a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar debido a sus problemas cardíacos. La película alterna la lucha de Daniel, atrapado en la agotadora maquinaria burocrática propia del mundo civilizado, con la desesperación de Rachel, una madre soltera con apenas recursos para alimentar a sus dos hijos (a costa del hambre propio) y que se ha visto obligada a aceptar un alojamiento a cientos de kilómetros de su ciudad para evitar que la envíen a un hogar de acogida.

El relato sirve a Loach para martillear al espectador con las constantes que caracterizan a sus obras anteriores y no repara en matices en su denuncia de las aberraciones que perpetra sin descanso el fallido sistema de nuestros días, pero lo que se cuenta en la cinta no deja en ningún momento de mostrarse como una radiografía perfecta de la situación que viven actualmente millones de seres humanos a lo largo del planeta.

Por momentos, la película se revela (y se rebela) como una sucesión de secuencias autoconclusivas cuyo objetivo es mostrar, casi a modo de documental, las miserias que se derivan de la ineficiente gestión de los recursos de la que hace gala el gobierno británico. La necesidad de acudir a comedores sociales para subsistir, la incapacidad de muchos ciudadanos para acoplarse a un panorama laboral dominado por las nuevas tecnologías, el recurso a actividades denigrantes (en este caso, la prostitución) como última alternativa económica... Todo está en la película, y puede que desde el punto de vista narrativo la cosa no fluya como debería, pero aun así muchas de las situaciones que aparecen en la pantalla difícilmente resultarán emocionalmente ajenas para el ciudadano de a pie.

"Toni Erdmann", "Elle", "Paterson"... Recuerdo que la mayoría de las quinielas en la edición de Cannes de 2016 apostaban por obras arriesgadas y extravagantes en lo formal, hijas y herederas de la nueva cinematografía. Al final ganó "Yo, Daniel Blake". El mismo Loach de siempre. Larga vida a su cine.
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8
15 de febrero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Darren Aronofsky se adentra una vez más en el terreno de lo psicológico y firma uno de sus mejores trabajos con "Cisne negro", la historia de una bailarina obsesionada con interpretar a la perfección el papel protagonista de "El lago de los cisnes". La fijación por lo oscuro de la condición humana y una marcada fascinación por los personajes atormentados, dos constantes en el cine del director norteamericano, impulsan a Aronofsky a sumergir al espectador en un agobiante "tour de force" en el que la protagonista, una impagable Natalie Portman, se ve abocada a luchar contra sus inseguridades para conseguir un objetivo que, irremediablemente, le conducirá a la autodestrucción.

No es el predecible desenlace, sin embargo, lo que convierte a "Cisne negro" en una obra notable. Lo relevante del relato es el proceso de transformación de Nina, el personaje encarnado por Portman, durante el transcurso del metraje. Aronofsky se valle de una cámara nerviosa (justificada en todo momento por lo sombrío de la trama, así como por la necesidad de utilizar movimientos de travelling durante las coreografías), de la abundancia de primeros planos y de una desasosegante narración "in crescendo", para crear una atmósfera asfixiante no exenta de simbolismo: acertadísima esa presencia constante de espejos en los que Nina se mira incesantemente en busca de su "alter ego", metáfora explícita de la dualidad del personaje. Todo ello, sumado a un erotismo que late durante prácticamente toda la película, provoca que uno se acuerde inevitablemente de "Repulsión", aquella turbadora y opresiva obra de Roman Polanski, y de gran parte de la filmografía de David Cronenberg.

En cualquier caso, es en la última parte de la película donde la inclinación de Aronofsky por lo turbio y lo truculento se manifiesta sin tapujos. La obsesión del realizador por abrumar al espectador con imágenes potentes y efectistas, propias de ese universo onírico que caracteriza al conjunto de su obra, le empuja en el desenlace a mostrar de manera explícita la transformación de Nina en cisne negro. Es este el Aronofsky de "Réquiem por un sueño". ¿Excesivo? Puede que sí, pero probablemente necesario para alcanzar el clímax.

Una excelente dirección de actores redondea la función: a la portentosa interpretación de Natalie Portman, ejemplar en el dificilísimo ejercicio de contención desarrollado en la primera parte del metraje y arrolladora durante la catarsis final, hay que sumar la solvencia de unos secundarios que saben a lo que juegan, especialmente un Vincent Cassel menos histriónico de lo habitual.
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9
12 de febrero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice de Andrei Zvyagintsev que es el azote de la Rusia de Putin. Cuando en 2014 estrenó "Leviatán", la película se vendió en todos los festivales por los que pasó como un alegato contra la corrupción que parasita las instituciones del sistema ruso y la prensa no paró hasta elevar a su director a la categoría de archienemigo del Kremlin. Mucho de verdad hay en todo eso, por más que Zvyagintsev se esmere en sacudirse responsabilidades y no se canse de decir que sus historias están ambientadas en Rusia, pero que podrían ocurrir "en cualquier país con cualquier hombre oprimido por cualquier gobierno". A Moscú no debe de hacerle mucha gracia que las películas de este señor nunca pierdan la oportunidad de denunciar las consecuencias nefastas de sus políticas, pero quizá habría que hacer caso a Zvyagintsev y empezar a decir en voz alta que su cine no es sólo un retrato de las miserias de la Rusia contemporánea, sino un reproche brutal a las perversiones que acompañan a la sociedad moderna en general.

Con "Loveless" lo ha vuelto a hacer. En la película hay thriller, drama, discurso político y todo lo que uno quiera, pero aquí no sólo sale mal parado el sistema ruso: aquí recibe palos todo el entramado social occidental. La desaparición de un niño funciona como el mcguffin perfecto para mostrar lo que en última instancia le interesa hacer visible a la narración: la deshumanización del individuo moderno. Mientras buscan al crío desaparecido, esos padres en vías de divorcio están contándonos con sus gestos, sus broncas y su comportamiento qué es lo que falla en el día a día de su matrimonio, cuáles son los males que lastran su convivencia: la tecnología como vía de escape - uno pierde la cuenta de las veces que los personajes se olvidan de una conversación para bucear en la pantalla de sus teléfonos -, la incapacidad para adoptar decisiones maduras - todos los personajes, incluidas las respectivas parejas de cada uno de los padres separados, hacen gala en algún momento de emociones caprichosas o egoístas, más propias de un niño que de un adulto -, la falta de compromiso con el otro - esa "ausencia de amor" que da título a la película es una constante en todas las relaciones: de marido a mujer, de mujer a marido y de ambos padres hacia el hijo -... Pero el dibujo que hace Zvyagintsev de esa pérdida de valores, de la alienación de sus personajes, no se limita únicamente al ámbito privado. Lo que hace de "Loveless" una obra mayor es su diatriba contra unas instituciones que con su burocracia y su anclaje en el pasado perpetúan esa imposibilidad para avanzar hacia el bienestar de la sociedad rusa. Esa insensibilidad hacia el otro, esa "falta de amor", se revela como una consecuencia inexorable de un sistema laboral caduco, en el que la influencia de la Iglesia ortodoxa es todavía insalvable para sus trabajadores, y de un aparato estatal inoperante e incapaz de velar por sus ciudadanos, ilustrado en la película con el cinismo de un inspector de policía que no oculta la pasividad de su departamento a la hora de avanzar en la búsqueda del niño desaparecido.

"Loveless" es todo eso y mucho más. A Zvyagintsev le da igual rodar en el interior de un bloque residencial que en un bosque de las afueras de la ciudad: no existe contexto que altere la potencia de las imágenes, no hay escena que consiga olvidar la ansiedad. La angustia, la atmósfera opresiva y el frío que congela toda esperanza de conectar con el otro (otra vez esa "ausencia de amor", de eso iba la película, ¿no?) están ahí en cada plano, no importa si el entorno es urbano o natural. Y habrá que volver a ver "Loveless", porque uno sale del cine con la sensación de que hay mucha carga simbólica que se queda sin pillar a la primera. Como ese epílogo en el que vemos un trozo de cinta de plástico olvidada en las ramas de un árbol, el único elemento de la historia que remite de alguna manera a un momento de paz y de inocencia. Cada espectador es un mundo y cada uno de nosotros podrá descubrir en ese plano una idea diferente. Yo lo tengo claro. En esas ramas estoy viendo un trineo con una palabra grabada: Rosebud.
Tú a Móstoles y yo a Calamocha
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