Si algo define esta propuesta audiovisual es el exceso, la explosión, el desenfreno. Lo que sería hambre se convierte en gula, la atracción en deseo, el orgullo en tiranía, dando lugar a unas tres horas de hipérbole desbocada que terminan en una terrible explosión catártica que no dejará a nadie indiferente. Magnífica.

Es raro encontrar una película inteligente en la que se nos deje ser inteligentes, en donde ese concepto de "el espectador es un ser rudo e insensible en estado comatoso" es afortunadamente lanzado a la basura.

Me gustó especialmente esa atmósfera contenida, esa constante inexplosión, ese tejido de "mentirijillas" (a la vista en un personaje pero presentes en todos) que nos van alejando paulatinamente de esa experiencia que es vivir la vida sin sedantes, sin almohadones, porque la vida duele, pero mas duele no dejarse doler por la vida.

Si de algo no hay duda es que Stalker es un viaje iniciático. Apenas ha empezado la película que tarkovsky nos invita ya a ponenos las gafas de ver, a coger el machete y a tirar las armas al arroyo. "Aqui no va a necesitar esto", que dice más de una vez el propio Stalker.

El planteamiento no podría ser más simple y a la vez más mágico; rodeada por los jeeps del ejército y el alambre de espino, una extraña zona se halla aislada del resto del mundo, misteriosa e inalcanzable, llena de leyendas. Y no es para menos; según dicen, en la Zona hay una habitación que cumple "los deseos más íntimos de quien entra allí".

Hasta aquí todo bien. Hasta aquí podría ser un film de gran belleza plástica. Un film de interpretaciones espléndidas. Pero no. Justo aquí empieza Stalker...