A ver... ¿es posible agregar algo a lo mucho que aquí se lleva dicho sobre este film? Voy a intentarlo.
Lo primero es que seguramente a todos los que han cobrado por participar en ella, les ha redituado. A la producción, lo desconozco; pero a las primeras figuras ni lo dudo: seguramente mucho.
¿Por qué comienzo por alli? Porque estamos ante un producto que antes que inteligente, pretende ser ingenioso, comercialmente hablando. Basta con ver el cásting para comprobarlo...

Pero cuenta con "un problemita": para adaptar a una historia de mero narcisismo el mito de Caín y Abel, se requiere genialidad, en este caso totalmente ausente. Muchos son los ejemplos de actores y actrices haciendo de histriones; pero no recuerdo otro caso tan burdo como este, donde los actores actuan de sí mismos -con nombres ficticios- y para lucimiento personal, no artistico, simbólico o metafórico.

Dice cerca del final Penélope Cruz -que oficia de directora de una película a filmar- que el arte es una cosa en sí misma. Habría que recordarle a quien puso esa idea en su boca, que según Hegel -ni más ni menos- "el arte no es la verdad, sino el impulso a la objetividad". O sea: un producto que alguien crea, para entregar a un destinatario que lo reciba y valore, bien o mal. Léase: una forma simbólica de comunicación humana. Y alcanza la jerarquía de arte cuando escencialmente es un medio, no un fin en sí mismo, sin contraparte receptora.

En cambio aquí, debemos soportar durante casi dos horas una disputa y cuestionamiento sobre el sentido de aquello que nos están ofreciendo. Y al que le dedicamos para su visión lo más valioso de la vida: tiempo.
Para colmo, escuchando una reiterada denigración de lo popular, de "los simples", desde un lugar de burgueses arrogantes, para quienes la única estética valiosa es la de su clase... como si la gente común no luce marroquinería Louis Vuitton porque no le gusta...

Verdaderamente, más allá de su interés material, no entiendo como los protagónicos -personas que han hecho buenas pelìculas y fueron dirigidos por geniales como Almodóvar o Campanella- se han prestado a participar de una pelicula que, por un lado es una obra de teatro y no un film... y por otro lado una ensalada de conceptos y valores tan confusos; cuando no ética y culturalmente demagógicos

Encontrar algo de ficción en Netflix que amerite un siete (7), es casi una proeza. Pero la serie es buena, porque la historia y el guión -que dice ser real-, también lo son.
Resumidamente, trata de dos amigos entrañables desde la infancia, ahora más o menos cuarentones y socios en un exitoso bar de Jerusalén, uno de ellos casado con ciertas dificultades matrimoniales (que no voy a spoilear) y otro solterón, manteniendo una relación amorosa con la encargada del bar.
Además, ambos fanáticos hinchas del club de fútbol Beitar*, en aquel momento con chances de jugar un torneo internacional europeo versus equipo polaco, cosa que desembocará en Cracovia.
Conflictos vecinales, de intereses económicos, de pareja... y de salud, van llevando eficazmente la serie de principio a fin, amenizando permanentemente con pasajes humorísticos, costumbristas... y delictivos.
Las actuaciones son naturales y convincentes, con un variopinto de personajes bien histriónicos.
Pero de algo adolece: no haber ofrecido más escenarios exteriores de una de las ciudades con mayor importancia histórica mundial. Así como también cierto anacronismo entre el hecho verídico y su recreación "actualizada".
Y aunque esto baje su puntaje, de todas maneras es bueno: merece verse.
En síntesis: tres horas de miniserie muy llevaderas, con permanente y dramática emotividad, humor... y suspenso.

"Si quieres ganar dinero, vende lo que la gente compra... así sea o no sea de tu gusto".
Desconozco si en su fuero íntimo las producciones del exitoso equipo de esta y otras series y films, son de su agrado. Evidentemente, cuentan con numeroso público que las consume. Y a decir verdad, también con un estándar de calidad artística desparejo, solo por momentos profundo y refinado. O intelectualmente exigente.

Sin embargo, desde el punto de vista "emisor-receptor" del producto, lo interesante es justamente "el consumidor" de series como esta, donde escudado detrás de un título se ha elegido privilegiar el aspecto conflictivo de lo intersubjetivo, en desmedro de su otra cara. O sea: de bellas artes que, inocultablemente aquí escasean.

Tal como si fuera un homenaje a la gran obra de Freud "El malestar en la cultura", nos encontramos con una muy limitada atención al contenido del museo, acentuando la problemática administrativa o de ciertas expresiones artísticas que, o bien son pura cáscara sin substancia, o disparan reacciones que se aprovechan de una coyuntura histórico-cultural, ante la cual el espectador empatiza contemporáneamente.
Dicho en pocas palabras, "Bellas Artes" no es "El Arca Rusa".

Pero a diferencia de "El Encargado", cuyo título remite al personaje central en sí mismo, aquí "el meta mensaje" tiene intencional cinismo. ¿Por qué? Porque gran parte de la duración de la serie, el desamorado padre y abuelo Oscar Martínez -a mi gusto una elección desafortunada de (mi compatriota) argentino como director de museo español-, debe dedicarla a conflictos burocráticos, peleas, desavenencias y malestar, que relegan a su mínima expresión el "eros" del arte y la vida, discurriendo incesantemente de una a otra situación simbólicamente "tanática". Y ello le da a la serie un perfil estético "superficial" -que no significa mentiroso-, pero desaprovecha la exhibición e indagatoria de tantas joyas artísticas que, en "Bellas Artes", brillan por su ausencia; mientras que en desmedro de ello, sobresale "el malestar en la cultura".

En síntesis, podrán deducir quienes tengan la gentileza de leer esta crítica, que he visto la serie completa. Y por ser generoso con ella, recomendarla como un pasatiempo donde también se plantean cuestiones interesantes.

Con todos sus cliches y defectos, "Rescate Suicida" es entretenida "a la vieja usanza": una típica película de cine catástrofe de hace 40 años. Pero con una virtud insoslayable: algunas caras de mujeres rusas espectacularmente bonitas. Y quiérase o no, también con suspenso y algunos efectos especiales bien logrados, etc.
O sea: un previsible film de entretenimiento, útil para observar a los rusos en estas lides, en las que mucho no los conocemos.
Habida cuenta que el género cuenta con relativamente pocos ejemplos de alta calidad -y mucha basura-, Ekipazh se deja ver y es bastante digna, dentro de los límites de un guión que no solo excede la realidad: también excede la ficción...

Al momento de producirse "We Are the World", yo pertenecía al mundo del negocio discográfico. Atesoro como joya el Laser Disc -chico- del concierto, formato de video que antecedió al DVD.

El documental en tributo a aquel acontecimiento es un buen producto: variado, interesante, con entrevistas a algunos de los participantes, etc. En contraste, me estremeció un poco ver artistas tan envejecidos -o cuando no, fallecidos-. Pero bueno... han pasado 40 años y ni siquiera en aquel entonces todas y todos eran jóvenes.

Ahora bien ¿sirvió? Tal vez haya sido útil para visualizar el drama a nivel mundal. Y no es poca cosa. Pero ¿cambió algo? No lo creo. Puede que lo recaudado haya sido un paliativo por unos días, pero no más que eso. La ecuación es muy simple: siendo un país de 125 millones de habitantes, Etiopía necesita como mínimo 500 millones de dólares diarios para alimentarse básicamente... "a lo africano".
Pero eso sí: a los artistas participantes, les vino muy bien para promocionarse mundialmente a costa de 6 horas de "trabajo social".

Sin embargo, hay un "otro" aspecto relevante: varios de los presentes fueron personas involucradas ideológica y/o artísticamente en lo político. La distancia que hay en este aspecto entre un Bob Dylan, Paul Simon, Harry Belafonte, etc. -ídolos populares de aquellos tiempos- y una melosa Taylor Swift del S. XXI, es tanta como la que hubo entre los "baby boomers" postrománticos de posguerra... y el insubstancial posmodernismo subsecuente.
Afortunadamente, el rap recogió el guante de lo testimonial; del grito primal de Lennon diciendo "Woman is the Nigger of the World" (La mujer es el negro del mundo).