En el Siglo XVIII, una pintora es contratada para pintar un retrato de Heloise, una joven que está a punto de casarse con un hombre de la alta sociedad. Ella no está dispuesta a posar para tales efectos, por lo que Marianne debe hacerlo a escondidas, apreciándola mientras la acompaña durante sus paseos diarios.

Es difícil destacar un solo aspecto en este film. Para empezar, la interpretación de la pareja protagonista es brillante. Prácticamente no necesitan diálogos para que sepas lo que sienten, y sin embargo no exageran una sola expresión. Podés sentir su rabia, su miedo y sobre todo su pasión como si fuera real, pero el registro es totalmente sutil. Cabe destacar que cuentan con una dificultad adicional, ya que al carecer de música extradiegética, la emoción debe ser transmitida solamente a través de su actuación, lo que se logra con creces. En esto es clave la magistral dirección de Celine Sciamma, quién nos lleva en un viaje en el que a través de un mágnifico uso de las subjetivas, vamos descubriendo a Heloise al mismo tiempo que Marianne la va conociendo. Pero no solo a nivel narrativo es excelente. Hay planos que podrían ser pinturas hechas por Marianne (la literal escena de Heloise con el vestido prendido fuego o su opuesto exacto cuando decide bañarse en el helado mar).

Todos estos elementos están al servicio de un guión, firmado también por Sciamma, muy preciso que, a pesar de tocar temas tan sensibles y actuales como el aborto, la sororidad y la homosexualidad (¿Ocurre en el siglo XVIII o en el XXI?), mantiene siempre el foco en relatarnos una historia de amor anacrónica, que avanza a un ritmo pausado pero que logra mantener al espectador pegado a la pantalla, conmoviendo incluso a los corazones más fríos.

Por último, es importante resaltar el feminismo presente a lo largo de toda la película, que desde el viaje de llegada a la isla nos indica que vamos a ver una historia de mujeres fuertes, que no necesitan de los hombres y que pueden encargarse de sus problemas por sus propios medios.

“Retrato de una mujer en llamas” hace total honor a su nombre, representando lo mejor del cine europeo en una obra con una estética pictórica y un comentario social que no opaca lo que realmente se quiere contar, una apasionante historia de amor.

John Nada, un obrero sin trabajo ni casa, busca ganarse la vida en una América sumida en una crisis de desempleo. Tras una serie de infortunios, el azar lo lleva a encontrarse unos lentes de sol muy peculiares. No solo lo protegen de los dañinos rayos UV, también le revelan un mundo que no había visto hasta ahora. Un mundo dominado por grotescos monstruos disfrazados de humanos.
They Live se estrenó en Noviembre de 1988. Tres años atrás, Rocky Balboa había ganado la guerra fría hachando leña en la nieve al compás de unos sintetizadores. En mayo de ese año, otra vez Sly, ahora bajo el pseudónimo de John Rambo, acababa de ametrallar a cuanto soviético se le cruce en el camino. El sueño americano arrasaba en el cine como una topadora imparable. En They Live también hay topadoras, pero estas solo arrasan con las únicas pertenencias de los marginados por la sociedad norteamericana. También el sueño americano está presente, pero en este caso, es mucho más parecido a una pesadilla.
En Escape From New York, Carpenter había presentado una Norteamérica de un futuro distópico, en la que el crimen trataba de ser controlado por unas autoridades tan crueles como incompetentes. En They Live, no es necesario el salto temporal. Esta historia transcurre en el presente. Las autoridades ya no son incompetentes, sino que son extraterrestres que planean usar la Tierra como su patio trasero (“La tierra es solo otro planeta en desarrollo, su tercer mundo”). Desde la secuencia de títulos queda claro que vamos a ver la cara más dura de Los Angeles, muy distinta a la que Hollywood suele mostrar. El protagonista, un pelilargo musculoso sin grandes dotes actorales (no hacía falta que se llame John Nada para que nos recuerde al ya mencionado Rambo) es un fiel creyente del sueño americano. Pero a diferencia del clásico personaje de Stallone, va a despertar de ese sueño por la fuerza y sus víctimas no van a ser soldados rusos, van a ser policías y banqueros.
Carpenter tiene muy en claro las armas con las que cuenta, y las usa de manera magistral. La manera en la que el espectador ve el mundo a través de los lentes es tan burda como efectiva. Los carteles publicitarios reducidos a su más mínima expresión o la excelente inscripción en el dinero, muestran que el director no va a andar con sutilezas a la hora de expresar sus ideas. Con la larguísima y violenta escena de pelea entre John y Frank también deja en claro que por más doloroso que sea, es necesario descubrir la realidad que las máscaras ocultan. Pero más allá de los reptilianos que dominan el mundo a través del poder económico, hay otro gran enemigo presente durante gran parte de la película. Nada más ni nada menos que la televisión, base de operaciones de estos monstruos invasores.
Es imposible hablar de una película de Carpenter sin mencionar su banda sonora. Un director que puede componer su propia música claramente tiene un plus sobre el resto. Como en todas sus películas, la banda sonora es excelente, remarca los momentos de tensión y tiene una melodía principal que se graba en el cerebro durante un buen tiempo.

Conclusion en zona spoiler: