The Waldo moment es de lejos el Black Mirror con peor puntuación en Filmaffinity. Quizás la razón se encuentre en que el futuro que nos presenta este capítulo es el futuro que más presente tenemos ya, hasta el punto de que la crítica total a los profesionales del mensaje político se ha convertido ya en lugar común en los análisis sobre las sociedades actuales. Por eso la idea central no suena tan rompedora como en otros episodios, incluso aunque venga dicha por un personaje que basa su carisma precisamente en ese ánimo rompedor. Aún así, The Waldo moment es una certera reflexión sobre la deriva mercantilista e igualadora en la mediocridad y la mentira de la política neoliberal que nos oprime. El absurdo de la nihilidad al servicio del Sistema. Contiene todas las bondades de la serie: interés bien logrado, ritmo exacto, preclara visión sociológica, rápida ambientación, apabullante densidad narrativa.

Del mismo modo que las grandes distopías del siglo XX (1984, Fahrenheit 451, A brave new world) son ubicadas como una gran trilogía (aunque pertenecen a diversos autores), las distopías más brillantes del siglo XXI nos llegan de tres en tres de la mano de Charlie Brooker.

Borgen nace del mismo molde que The West Wing. En ambos casos el protagonista es un recién elegido presidente que desde el principio es presentado en términos positivos que hagan al espectador identificarse con él (aunque en este caso no es él, ni es presidente, sino que es ella, Primera Ministra). A partir de ahí asistimos a episodios temáticos con un dilema central muy claro, en el que el protagonista tratará de hallar la solución que mejor combine sus principios morales y el pragmatismo que parece exigir la situación concreta. Tanto en Borgen como en The West Wing, además, lo central es la percepción pública del Gobierno, su relación con los periodistas y cómo el ejecutivo se presenta a sí mismo. En esto último ambas series comparten también el gran protagonismo concedido a la figura del asesor, por un lado, y las repercusiones familiares que para el gobernante supone su trabajo, por el otro.

Pocos defectos se le pueden reprochar. Entre ellos citaría la poca verosimilitud del comienzo de la trama de la periodista, así como cierta simplificación a veces en lo referente a la cadena televisiva (aunque siempre con historias interesantes y bien hiladas). Aunque sabemos que sin duda las relaciones entre el poder y los medios son clave para la estabilidad de los gabinetes, se echa en falta una mayor profundización en asuntos políticos no necesariamente ligados a lo mediático.

Pero lo anterior son inconvenientes menores que no empañan una serie honesta, realizada con talento y un gran respeto al espectador. Entre sus mayores aciertos está un guión preciso que sabe dirigir y gestionar las tramas, y sobre todo un reparto buenísimo y profundo, encabezado por dos actrices y un actor protagonistas que conforman un trío de actuaciones tan sobresalientes como pocas veces he visto en cualquier otra serie o película.

Sí, The Newsroom contiene todas y cada una de las conocidas virtudes de su creador. Y sí, The Newsroom mantiene todos y cada uno de los conocidos defectos de su autor. La columna de la izquierda, la de los pros, es mucho más extensa: alberga los diálogos brillantes de costumbre, unos actores que encajan a la perfección con su personaje y con el engranaje de las tramas, unos capítulos de ritmo y estructuración impecables y en definitiva la reflexión sobre cuestiones de poder y comunicación que ya había sido central en The West Wing, Studio 60 y Sports Night. En la columna de la derecha, la de los contras, encontramos antes que nada esa tendencia sorkiana innata de embellecer y en gran medida simplificar lo que le rodea, un rasgo que tiene su más radical expresión en el patriotismo dulzón que ya estaba tan presente en The West Wing (y que se vincula con una autocrítica de la ideología y valores estadounidenses que existe pero de modo muy incompleto). También tenemos los típicos personajes de Sorkin (columna de la izquierda), esas criaturas intelectualmente superiores que se interrelacionan mediante los diálogos ágiles marca de la casa (columna de la izquierda) pero que pierden credibilidad por el vicio romántico de su creador (columna de la derecha). El balance final sigue siendo muy positivo, pero el hecho de que Sorkin continúe incurriendo en este error nos hace pensar en una cierta incapacidad para desarrollar las tramas personales con un grado de variedad y complejidad mayores, así como para deshacerse de la capa nacionalista-liberal-guay que todo lo impregna. Las series de Sorkin son realmente buenas, pero mientras continúen renunciando a esa cualidad que podemos llamar "respeto a la inmensa complejidad de la realidad" seguirán estando un escalón por debajo de las series (dramáticas) de primer nivel: The Wire, The Sopranos, Breaking Bad, Six Feet Under, Deadwood y Treme, entre otras.

Sin embargo, las virtudes siguen superando a los defectos. Se trata simplemente de permitir al genio sus torpezas y dejarnos llevar por el torrente de frases y escenas excepcionales que construyen unos capítulos autoconclusivos que enganchan y que sin duda compensan con creces la (ahora ya irrelevante) columna de la derecha.

El nacionalismo inglés, por imbuído de patetismo que esté, y por desfasadas que sean muchas de sus instituciones y valores (entre ellos la monarquía, clave de bóveda del sistema conservador), debe ser reconocido por su modo único de congeniar tradición, orgullo y trascendentalismo. Mucho de esto hay en la obra de Shakesperare aquí adaptada, en los diálogos manieristas y los personajes en todo momento conscientes de su grandeza. En la dirección, cada secuencia es estilo y cadencia: teatral y basada en la palabra, ajustada en todo momento, muy bien hecha. Planos de gran fuerza y belleza, música a la altura. Magistralmente construída, con una sobriedad exacta que logra la mejor de las transiciones posibles entre cine y obra shakesperiana.

"Madrid, 1987" es una proposición de cine entre cuatro paredes que se sustenta en el diálogo entre dos personajes, aunque con largas rachas de monólogo. Una proposición, quizás indecente para algunos, pero que para mi gusto reúne más elementos sugerentes que fallidos: un guión bien construído y con algunas buenas frases, unos personajes ricos, una cierta reflexión sobre la España de los ochenta y en definitiva una apuesta original y válida. Aunque la riqueza de los personajes está en claro desequilibrio, con el escritor monopolizando la conversación. Por supuesto es normal que el personaje en sí, en tanto que mayor y experimentado, sea quien tome la iniciativa y quien disponga de más peso. Pero en este caso la diferencia con el personaje de María Valverde se antoja demasiado ancha, en una disparidad cuya causa fundamental hay que buscar en el argumento pero que también debe ser achacada a la actriz, que no creo que esté mal pero el guión no la provee de las herramientas suficientes para enfrentarse al otro personaje, hegemónico en todos los aspectos. Y es una pena, porque un personaje femenino más fuerte y desarrollado habría contribuído en gran medida a mejorar la película. Por tanto, una propuesta suficientemente interesante pero que podría haberlo sido bastante más.