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España España · Valencia
Críticas de Anita Atina
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
3
31 de agosto de 2019
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pretencioso, sa
Del fr. prétentieux.
1. adj. Presuntuoso, que pretende ser más de lo que es.
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sobrevalorar.
De sobre- y valorar.
1. tr. Otorgar a alguien o algo mayor valor del que realmente tiene.
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Aunque escéptica, finalmente accedí a verla, dispuesta a que me sorprendiera. Y en efecto, eso es lo que hizo. En cuanto vi el The End en la pantalla estaba completamente sorprendida: no me había sorprendido en absoluto. Como ya venía intuyendo desde todo aquel bombo y platillo que se le ha querido, y de facto, se le ha dado en todos los medios, se trata de una película - me temo - de todo punto pretenciosa. Lo pretende todo, y se queda en el medio, de mediocre, o quizá en eso, insisto, una simple pretensión. Pretende ser un buen musical, pero no tiene grandes canciones, salvo aquella que vi en el tráiler, esa tristona y melancólica que entona Ryan Goslin y que consta de escasas cuatro notas. Que sí, que tiene buen jazz y tal, pero para eso, me pongo una buena lista de Spotify jazzera en mi casa. Además, me quedo antes con otras mil películas de musicales, a los que si no me equivoco, intenta en algún momento evocar esta película: Cantando bajo la lluvia, Mary Poppins, Sonrisas y Lágrimas, Moulin Rouge, Grease… Pero no, no voy a seguir la lista porque me parece de superfluo perogrullo.

Entonces ¿Qué es? ¿Una gran escenografía o puesta en escena? Está bien. Mola que ella lleve un vestido amarillo, un bolso rojo y unos tacones azul eléctrico. Todo muy estridente y llamativo. ¿Quizá fácil? Pues… para redundar en la forma me quedo con Abajo el amor, Dos en la carretera, e insisto, Moulin Rouge y su decorado mágico y estrellado durante Elephant love medley. Pero no me quiero rendir, o ser agorera… ¿Se trata entonces de un buen guión? Han pasado 40 o 50 minutos aproximadamente de la película, y no veo que haya algo excesivamente inusual, genuino, o sorprendente: chico conoce chica, chico quiere cumplir sus sueños, chica quiere cumplir sus sueños, el camino es duro… y en fin, no puedo relatar más por respeto a todos aquellos cándidos usuarios que estén a la expectativa de propinarse un buen zurriagazo con su visionado.

En realidad, puede que mi indignación solo surja de todo el furor y revuelo que ha causado inmerecidamente la película. Quizá si la hubiese descubierto en alguna sala de cine vacía, y no hubiese oído hablar de ella, me habría ido pensando que a pesar de sus ínfulas, es una peli bonita y digna de pasar un buen rato.

Le doy un 3, porque me los imagino ensayando con entusiasmo una y otra vez cada una de las coreografías y cancioncillas, y en realidad me genera cierta desazón. Así como por el soberbio corte que se llevaron creyendo fervientemente que eran ganadores del Oscar en la categoría a mejor película del año, cuando era, en realidad, para su contrincante "Moonlight".

P.S.: Ya siento la falta de alusión a la información básica del largometraje: director, reparto, personajes o quizá datos más específicos y/o técnicos, pero me genera un escaso interés y prefiero emplear ese tiempo en otros menesteres, como por ejemplo, revelaros que "sobrevaloración" (en el título de la crítica) no aparece en la RAE. ¿No tenemos sustantivo para tan dichoso vocablo?

Sean felices, pero no como nos enseñan en la peli. Gracias.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anita Atina
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3
8 de septiembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Esto ya lo he visto”: este mismo pensamiento es el que regresa reiterada y recelosamente a mi cabeza siempre que empiezo a ver una película de Pedro Almodóvar. Emprendemos el largometraje con ese manidérrimo escenario de una España castiza, antediluviana y posguérrica (es entonces cuando re-chequeo en Google la edad del director y guionista manchego… ok: 69 años) en el cual, unas mujeres lavan la ropa en el río mientras canturrean una canción “A tu vera” (otrora interpretada por la gran folclórica Lola Flores, y entonada en esta ocasión por Rosalía). Coqueteando con este manierismo, otra vez Penélope Cruz ha perpetrado su aparición estelar, en esta escena que representa una fase pretérita del periplo existencial de Salvador Mallo, hijo de aquélla, nuestro protagonista.

Elipsis que nos sitúa en el presente, o al menos, un vasto lapso de tiempo posterior. Es entonces cuando paradójicamente mi mente se teletransporta a mi infancia, con la melopea de Dumbo. Y es que una serie de imágenes gráficas y anatómicas sobre fondo negro al ritmo de esa voz omnisciente en primera persona, comienzan a esbozar los menoscabos físicos de Salvador- fortuitos y consecuencia de la senectud- que a mi parecer, con un no pretendido toque hipocondríaco, rozan el victimismo, y no sé si debo sentir lástima. Todos ellos se personifican cómo no en Salvador, hoy por hoy Antonio Banderas (muy convincente en su papel, he de señalar).

Entre flashbacks y flashforwards, vamos conociendo a Salvador, quien en la postrera fase de su travesía existencial y ya de vuelta y media de la vida, sobrevive a las temidas y permanentes enfermedad y soledad, esas que justifican que de vez en cuando, necesite olvidar a través de unos buenos “chinos” (droga dura, vamos). En este estado de escepticismo vitalicio, la creatividad y expresionismo desbordantes afloran para quedarse infructuosos en su ordenador personal, a pesar de los esfuerzos de su ex-compañero y actor Alberto (Asier Etxeandia) por darles vida. En fin, todo ello, con un matiz “woodyalleniesco” de no buscada excelsitud de su persona. Regresan los fantasmas del pasado: incomprensión por parte de una madre cuando menos presente (a la cual Salvador interpela en un fugaz intento de retratar su relación maternofilial: ¿Te he fallado simplemente por ser como soy?), inatención por parte de un padre ausente, educación escolar católica y férrea, ligeros y sutiles desvelos de su atracción al mismo sexo, amor perdido… En fin, un poco de aquí, y un poco de allá.

Y yo me cuestiono, ¿exactamente qué nos querías contar Pedro?, ¿Cuál era el hilo conductor? … Quizá solo era eso: unas simples e inconexas pinceladas de tu vida, sin otra pretensión que la de recrearte sutilmente en un pasado que se fue y te justifica, un presente que inexorablemente prosigue y te caracteriza, y un futuro incierto que no alberga más que el simple devenir de la vida. Como dijera Ortega y Gasset : “Yo soy yo y mis circunstancias”.

SIN MÁS. (en negrita)

(Me marcho completamente neutrex del cine. Menos mal que la sala era de reestreno y no he malgastado mis titos, pero tranquilos, tampoco me esperaba nada mejor).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anita Atina
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7
25 de agosto de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen muchas maneras de contar una vida, y la que ha escogido Bryan Singer para contar la de Farrokh Bulsara, el autoproclamado, “Freddie Mercury” es sencillamente lo que coloquialmente referimos como “una historia bien contada”.

Este joven zanzibarí con ínfulas e inmensas ganas de demostrar al mundo que es alguien, ante un característico y repetitivo rol de padre que no acaba de entender ni apoyar a su hijo "diferente" (¿Será que necesitamos al malo de la peli o por desgracia se trata de una realidad habitual?), se estrena como el artista que es en aquella banda de rock llamada entre otros Smile, y que tocaba en garitos de mala muerte con escasas o bien limitadas aspiraciones (al menos, así es como nos lo pintan). Compuesta por un astrofísico a la guitarra, Brian May, un quasi odontólogo Roger Taylor a la batería, un ingeniero electrónico al bajo, John Deacon, y por último nuestro protagonista, que aterriza con despiadado descaro como cantante y fundamental voz en el grupo al que bautiza con el nombre de QUEEN, esta banda comienza a encumbrarse de forma inexorable.

Durante estos albores, Freddie - interpretado por un inigualable Rami Malek y manifiesto merecedor del Óscar al mejor actor por este papel - se enamora perdidamente de Mary Austin, el amor de su vida, a la que seguirá unido hasta el final de sus días. Será en mitad de los trasiegos, vicisitudes y periplos célebres de la banda en los cuales ya se constata su maestría y esencia única, cuando Freddie vaya descubriendo una vertiente suya desconocida y a la vez innata y familiar para él: su homosexualidad. El resto de la historia ya la conocemos todos: artista que en el culmen de su vida profesional, propugna el declive de su vida personal, y así, buscando rodearse incesantemente de gente, se aleja de todos aquellos a los que realmente quiere y le quieren.

En fin, no voy a destriparos el final, aunque todos sabemos que tratándose de una historia real, no sería propiamente lo que se califica como spoiler. Pero vamos a dejar que cada uno lo descubra en su debido momento. Reseñable, muy muy reseñable todo sea dicho, ese gran y famoso momento en el escenario de Wembley, donde vemos la genuina y tan manida imagen de Freddie en tirantes, interactuando con su entregado público al grito de aquel saludo o despedida que siempre quedará entre nosotros: EEEEOOOOOOO!!

Puntualizaciones breves:
+ No se enzarzan en es escenas escabrosas y redundantes sobre la vida libidinosa del artista.
+ Sin quererlo coges cariño a los personajes, con los que antes o después acabas empatizando.
- Me falta alguna descripción sobre el origen y móvil de la letra de sus canciones más icónicas, o incluso la razón o sinrazón del nombre del grupo, cuya explicación durante el film rezuma un exceso de pretendida sutilidad.
- A pesar de que la historia no pierde el hilo, es quizá un pelín larga, para mi gusto.
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Anita Atina
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8
12 de octubre de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues… voy a intentar descifrar someramente esta ensoñación peliculera que me embarga merced a James Ivory.

- Nos habían prometido una habitación con vistas” – afirma indignada una y otra vez McGonagall, ups perdón!, Charlotte Bartlett (Maggie Smith), prima y algo así como dama de compañía de Lucy (Helena Bonham Carter, cuya joven e inocente belleza me ha cautivado), cuando llegan a la pensión que les dará cobijo en Florencia para una somera y turística estancia.

Los días transcurren, mientras diferentes y pintorescos personajes van formando parte de su periplo florentino. Y así, ya desde el inicio puede apreciarse la necesidad imperiosa por criticar –menos que más- sutilmente, las rígidas costumbres de una clase aristocrática -más bien inconmovibles- en pugna con el dichoso albor de nuevas corrientes “romántico-libertinas” de pensamiento para aquella época. Me deleito escuchando frases en los diálogos del tenor “Dejarse llevar por la ciudad”, “Vivir la ciudad sin guías”, o analizando la espontaneidad de los Emmerson o los descarados besos italianos, curioso, cuando menos.

En esta atmósfera vaporosa, etérea, delicada, nos vamos enamorando de lo prohibido, lo genuino, lo espontáneo hasta el descaro, de nombre George (Julian Sands), un chico con ilimitadas ganas de fluir en el vivir (espíritu libre que viene representado entre otros, con sus continuos movimientos bajo la lluvia). Entonces, ahogados en el debate entre el ser y el deber ser, clamamos a la vida interpretando a Beethoven (“Creo que la culpa es de Beethoven”, alguien afirma) y nos resignamos a la segunda de las opciones, pero sin abandonar nuestra esencia. Es por eso que el Reverendo Beebe (Simon Callow) no acabe de comprenderlo… o quizá no quiera: “¿no le parece interesante que toque a Beethoven con esa pasión y tenga una vida tan monótona?”.

Elipsis en la cual nos hemos decantado por Cecyl (Daniel Day-Lewis), la aversión hacia lo divertido y espontáneo, la excesiva definición de sí mismo, sin extralimitarse o salirse del rol que cree debe interpretar o ser, la sensibilidad afectada, gustos pretendidamente exquisitos y cultos, un chico tan inadaptado que sus quevedos le impiden ver más allá de sus narices. Y en voz alta se lo hacemos saber: “Cuando pienso en ti siempre es entre cuatro paredes”, e incluso se lo imploramos “Quiero ser yo misma, permíteme que lo sea".

Sin embargo, ¿es casualidad o causalidad? “Es el destino pero lo llamaré Italia, si eso le complace”, nos responde George. Padre e hijo se han asentado en la casa de campo contigua. Se avecinan besos robados, baños en el río, partidas de tenis, llegadas y huidas, una novela que describe nuestro romance, verdad y mentira… Y entonces todo vuelve a empezar cerrándose el circuito de una manera impecable: también a ellas les habían prometido una habitación con vistas.

La película es delicada, pasional, divertida, sin exageraciones, con un toque Jane Austen moderno. Es culta pero sabe hacer ironía en punto justo para no excederse en prosopopeyas que sabe no estarían en consonancia o coherencia con sus personajes, trama y objeto. Las formas ingeniosas también dotan al filme de un gran virtuosismo: me fascinan los cortes a modo storyboard o portadas de capítulos de un libro, con subtítulos recitados por la voz en off de hombre y titulitos absurdos y anecdóticos, meramente descriptivos, sin ínfulas. O por ejemplo la escenografía relacionada con el personaje de Cecyl me fascina, parece extraído de un cuento, como algo mágico extrañamente depositado en la escena por resultar ajeno, una caricatura en sí mismo.

Le pongo un 8’5 porque la película no es perfecta, pero se deja ver y disfrutar más de una vez. (Servidora ya lo ha hecho). Pero es vuestro turno amig@s. Os dejo a vosotros mismos que saboreéis el desenlace de vuestros sentimientos, razón y corazón. Y como le dice el señor Emmerson a su hijo: “ama, y haz lo que quieras”.
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Anita Atina
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4
4 de septiembre de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si las cuentas no me fallan, 10 dividido entre 2 nos da un resultado de 5, si le restamos 1 habemus 4, y… ésta es la puntuación que le otorgo a esta película por su segunda parte, porque en efecto, cuando ya se había disipado toda esperanza y en anhelando fervientemente que se aproximara algo parecido a algo, que pusiera punto y final a ese algo (no conseguía hilar la trama por ningún lado), entonces, es entonces, cuando comenzó una película nueva con su giro cinéfilo inesperado que me devolvió las ganas de vivir.

La vi hace unas cuantas semanas, y no tengo agallas de reiterar su visionado para poder realizar ésta mi crítica, con la mayor de las coherencias, frescura y objetividad posibles. Recuerdo que mi madre estaba sentada a mi vera en el sofá, flirteando con la siesta que se le avecinaba, y cuando juntas vimos el inicio de la película, reconozco que sentí orgullo de mi elección: imágenes mágicas de engranajes, planos gigantérrimos de la ciudad parisina y sus sitios más y menos recónditos, colores y tonalidades muy puras al más estilo vintage, la nostálgica estación de tren… y todo este conglomerado entremezclado con una música que incitaba a la colosalidad in crescendo. Pero cuando los diálogos empezaron, entonces empecé a experimentar cierta vergüenza… Culpable su Señoría.

Esta pretensión dirigida por Martin Scorsese (con todos mis respetos, señor Scorsese) se basa en el libro “La invención de Hugo Cabret”, escrito por un tal Brian Selznick. Como no lo he leído, aunque me pica cierta curiosidad por mor de la verdad, no puedo analizar la veracidad de su adaptación al séptimo arte. El caso es que Hugo Cabret (Asa Butterfield), es un niño huérfano de su difunto padre y cameo de Jude Law, que se encarga del correcto funcionamiento de los relojes de la estación de tren de París. Y así, en un burdo anhelo de evocación a Oliver Twist (¿Quién me compra esta hermosa mañana?), este rapaz deambula por la estación sisando piezas que le puedan ayudar a reparar un robot que heredó de su señor padre, con el cual Hugo habla en sus momentos de soledad. Un buen día, es sorprendido in fraganti por el dueño de la tienda de juguetes de la estación, curiosamente llamado Georges Méliès (Ben Kingsley), y éste, en un arranque iracundo ante tal desfachatez, arrebata a Hugo su libreta de instrucciones y croquis que suponemos, servían para consumar la creación del autómata anquilosado.

Será entonces cuando Hugo conozca a Isabelle (Chloë Grace Moretz), la petulante y redicha nieta de Méliès, la cual se compromete a ayudar a Hugo en la recuperación del dichoso cuadernito. Bueno, pues mi madre se entrega a Morfeo y he aquí que comienza lo más interesante del filme: un recorrido imprevisto por los albores del maravilloso mundo del cine, concretamente personificados en la figura del ilusionista y cineasta francés Georges Méliès. Chic@, un poco de historia y cultura cinéfila nunca viene mal… pensé yo.

En fin, no voy a relataros mucho más, porque considero que las imágenes en este caso valen mucho más que lo que servidora pueda ofrecer, pero si con palabras he de concluir, será con un flashback que escenifica uno de los histriónicos rodajes liderados por Méliès, el cual enuncia una frase que a mí personalmente me gustó: “Si alguna vez te has preguntado de dónde provienen tus sueños, mira a tu alrededor. Aquí es donde se fabrican.”… Está bien, no parece muy insólita o extraordinaria, pero me deleité meditando que realmente tenía razón. Yo quiero seguir soñando con el cine, quiero pensar que Le Voyage dans la Lune nunca pasará de moda, quiero perdonar a Scorsese por recordarme que quiero seguir soñando.

Mi madre se despierta y sentencia: “el próximo día elijo yo”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anita Atina
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