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Críticas de diegocalleja
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
10
17 de enero de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como otras películas de Todd Solondz, “Bienvenidos a la casa de muñecas” es una bofetada contundente contra toda visión simplista y pueril que podamos tener acerca de la naturaleza humana. La sensatez, la racionalidad y la lógica de los seres humanos desaparecen cuando penetramos en el mundo de los sentimientos, mundo que para el magistral director estadounidense esta más cerca de la sordidez y la obscenidad que de la felicidad.
Se ha acusado muchas veces a Solondz de tener una visión amarga y retorcida de la vida. Su gusto por los personajes depresivos, desesperados y al borde del suicidio, que llevan vidas grises en un mundo gris, no incita a comprar palomitas antes de sus películas, las cuales, como la que nos ocupa, ejercen una inusitada violencia psicológica sobre el espectador y provocan una incomodidad que no se sabe, ni se quiere saber, de dónde proviene. Se podría sospechar que quienes disfrutan con sus historias son personas morbosas, marginales e igual de retorcidas que él. Pero, personalmente, intuyo que los seguidores de Solondz son individuos muy semejantes a la protagonista de "Bienvenidos a la casa de muñecas": seres humanos, demasiado humanos, a los que la vida no ha tratado nada bien y a los que encima se les ha educado en que no debían quejarse de sus desgracias ni expresar en voz alta sus frustraciones. Como si el alma misma fuera una hemorroide, se les ha exigido sufrir en silencio cualquier dolor derivado de esa vida cargada de sinsabores y desesperación. Solondz presta su voz a todos estos seres humanos amordazados (esperemos que una minoría) para los que la tristeza no es algo puntual y fugaz, sino una sombra que les acompaña incansable durante toda, o casi toda, su existencia. El mensaje que transmite el director estadounidense con sus filmes es en realidad muy simple: sí, existen personas como tú, y también existe tu sufrimiento.
En "Bienvenidos a la casa de muñecas", Solondz vuelve a retratar con maestría a esas personas que habitan en el inhóspito mundo de la angustia, el desamor profundo y la falta de sentido. Y lo hace con su sello personal: sin concesiones ni compasión hacia el espectador, desnudando dulcemente -sin brusquedad- el descorazonador mundo emocional de la protagonista adolescente, cocinando a fuego lento la tragedia cotidiana de quienes no se sienten queridos, y añadiendo, con la precisión de un alquimista, las gotas justas de un humor equidistante entre la lágrima y la sonrisa.
Para empezar, Solondz da muestras de su pericia aportando un enfoque distinto sobre el universo adolescente. Estamos acostumbrados a que las películas sobre chicos o chicas inadaptados incluyan padres marginados, drogas, alcohol, violencia, anorexia, embarazos no deseados, problemas de orientación sexual, etc., temas que atraen de inmediato al espectador pero que son más bien los efectos y no las causas auténticas de la falta de integración. Solondz prescinde de todos esos artificios, de esos recursos baratos, y nos muestra a una chica sencilla que ni bebe, ni toma drogas, ni duda acerca de su sexualidad, ni tiene padres divorciados, ni vomita por los retretes, ni se ha quedado embarazada…, y a pesar de todo, es profundamente desgraciada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
diegocalleja
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9
18 de enero de 2021
22 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer capítulo de la serie es engañoso por la sencillez de su propuesta: la protagonista sufre una violación. Sencillo, demoledor e incómodo, porque no sé si tengo yo mi cabeza para dramas demasiado reales.

Por otro lado, la protagonista es algo excéntrica y extravagante, y como espectador no sé si lo agradezco o si ello incrementa mi incomodidad. Quizás, me digo, aprenda algo y merezca la pena, y decido continuar, a pesar de que preveo una historia desagradable, con una trama previsible y manida que encima removerá sentimientos tristes dentro de mí. Intuyo además tintes policíacos, pues no se tiene la certeza de quién es el violador. Digamos que me siento moderadamente incómodo al principio de este viaje, pero el camino aparece ante mí bien apisonado, sin barro y limpio de hojarasca, el sol está en lo alto, el cielo raso.

A partir del segundo capítulo el camino comienza a volverse tortuoso y pedregoso. La luz del día se va desvaneciendo. Sin saber cómo, de pronto estoy en lo más profundo de un denso bosque: mis principios morales se ven cuestionados, se me plantean dilemas éticos que no sabía que existieran, los protagonistas no son siempre los buenos, a veces meten la pata hasta el fondo, resultan torpes, patéticos, insoportables, inmorales y tóxicos; los malos no son simplemente malos, pueden ser seres humanos que imploran comprensión y compasión.

Surgen preguntas molestas, una detrás de otra. ¿De qué sirve la venganza? ¿De qué sirve el perdón? ¿De qué sirve el amor? ¿De qué sirve la indiferencia? ¡Las cosas no están claras! Siento vértigo, no sé qué pensar. ¡Que alguien me diga lo que debo pensar! Pero nadie viene en mi auxilio, y sin embargo voy devorando capítulo tras capítulo, llevado por algún impulso masoquista, seguro. Espero ingenuamente que en el último episodio todo quede explicado, que se deje claro a través de algunas frases sentenciosas qué está bien y qué está mal, quién es bueno y quién es malo, y que pueda así dormir tranquilo, que ya está bien de tanta incomodidad. Pero tampoco ese último episodio me dice lo que debo pensar, resulta que la serie me sigue exigiendo descaradamente que piense por mí mismo. Y yo no sé, no sé hacerlo, no puedo hacerlo, no quiero hacerlo, me resisto...

Por todo lo anterior la serie es increíblemente incómoda y al mismo tiempo te arrastra hasta el final, porque necesitas escapar de esa incomodidad por la puerta en la que pone “Salida”, no por donde pone “Salida de emergencia”. Abandonar la serie a la mitad me habría hecho sentir mayor incomodidad si cabe. Sorprendentemente, por debajo de todo ese desasosiego e irritación, algo en mi interior reconoce que he disfrutado, que me ha fascinado lo que he visto en cada capítulo, y es que a veces, muy raras veces, es placentero que alguien cuestione todas tus ideas y principios, sobre todo si ese alguien sabe hacerlo con inteligencia y sin ofender.

En un mundo en el que se valora por encima de todas las cosas a las personas que saben lo que quieren, que tienen las ideas claras y que poseen principios inalterables e incuestionables, aparece una serie que no invita, sino que obliga, a la duda, a la reflexión y a la incertidumbre más exasperante sobre nuestras convicciones más arraigadas. “Podría destruirte” cruza una y otra vez la frontera de lo políticamente correcto y provoca que los espectadores deambulemos todo el tiempo desorientados, llenos de vacilaciones y de muecas de desconcierto. ¿Merece la pena cruzar esa frontera? Pues claro que sí.
diegocalleja
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10
23 de septiembre de 2020
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pero ¿existen personas así? ¿Existen personas que se pasan toda su vida centradas en resentimientos y rencores infantiles? ¿Que llevan discutiendo toda la vida sobre su vida? ¿Que entienden la existencia como un ajuste de cuentas imposible? ¿Que ya no tienen claro dónde empieza el amor y dónde termina el odio? ¿Existen personas así? ¿Existen seres humanos?

“Hermanas” es una historia sincera (demasiado sincera), realista (demasiado realista), y minoritaria (demasiado minoritaria). Sea por su escenografía teatral, por la agresividad emocional que desprende, por la densidad de sus diálogos, o por lo elitista de esta familia de la que se nos habla, la verdad es que sorprende que tenga público. Yo la he disfrutado de principio a fin, aunque sé que en buena medida por razones subjetivas que me gustaría olvidar. Podría hablar de un guión milimétrico, de las miradas de dos actrices portentosas, de los matices emocionantes de sus voces, de las palabras que se dicen y las que no se dicen…, pero reconozco que la razón principal para conectar con la historia es haber vivido una infancia penosa y descabellada, quizás la misma razón por la que Xavier Dolan o Todd Solondz me dejan a veces hundido en la butaca, con la boca abierta y el cuerpo paralizado. Los pocos defectos que pudiera tener la película me los atribuyo a mí mismo: a veces las frases que escuchaba me resultaban pedantes, pero es cierto que el entorno familiar en el que han vivido las hermanas fomentaba ese exceso del lenguaje; a veces el personaje de Bárbara me resultaba encorsetado, casi robótico, pero es que su personaje es así de cuadriculado; a veces no tenía claro quién estaba hablando por boca de una de las dos hermanas, pero es que mi mente está habituada a series que no exigen una concentración más allá de los 30 segundos, nada que no pueda solucionarse rebobinando la escena en cuestión.
Viendo “Hermanas” he recuperado esa agradable sensación de saber que no estoy sólo en el mundo, aunque el precio haya sido algo de dolor, miedo e incertidumbre.

Recomendable:
-Para los que son conscientes de que su vida entera es un despropósito.
-Para los que saben que la mayoría de los seres humanos vive en “una tranquila desesperación”.
-Para los que disfrutaron con “El desencanto”.

No recomendable:
-Para los que han tenido un padre como Atticus Finch.
-Para aquellos que gastan todas sus energías en convencerse de que su infancia fue feliz.
-Para aquellos que lloraron viendo “1917”.
diegocalleja
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7
29 de agosto de 2018
7 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de ver completa la miniserie “Heridas abiertas” y todavía estoy perplejo. Por una parte he disfrutado enormemente de sus primeros seis capítulos y por otra me han decepcionado los dos últimos, así que supongo que estoy al mismo tiempo agradecido y cabreado.
Respecto a los primeros seis capítulos, me descubro ante Amy Adams y su capacidad para que nos pongamos en su piel (nunca mejor dicho), ante Patricia Clarkson y su sufrida insensibilidad, ante la inocencia arrogante de Eliza Scanlen y ante el magnético rostro de Sophia Lillis y su apropiación del alma de Camille. Me rindo a la descripción turbia de ese pueblo anodino y fantasmal, al telón de fondo perturbador de unas niñas desdentadas, a esa relación invisible entre madre e hija que hace surgir la náusea en algún punto de nuestra garganta, a los flashbacks minimalistas, ¡tan poéticos y tan demoledores!, a las nostálgicas e inquietantes músicas distintas de la Intro, a los movimientos pendulares e hipnóticos de las patinadoras, a esos recuerdos del Instituto que son como metralla de una antigua guerra alojada en el cuerpo y que duele cuando va a cambiar el tiempo, a los policías tristes que no saben ver en la oscuridad, a los adolescentes veraniegos de cutis perfecto y mentes nihilistas, a los sueños rancios de las amas de casa provincianas de Missouri, y, por supuesto, me rindo a la música que Alan usa para evadirse de los demás y de sí mismo. Y toda esa maravilla está además ensamblada con un ritmo perfecto y con el hilo conductor de los ojos infinitos de Amy Adams.
Dentro de tanta perfección sólo desentonaba el personaje del editor jefe del periódico, personaje quizás necesario, pero construido apresuradamente, con un par de brochazos y una mirada de bondad anacrónica. Ay, la vacuidad de este personaje preludiaba en lo que podía convertirse la serie, pero todo lo demás era tan estupendo que se perdonaba sin problemas este pequeño resbalón.
Y llegaron los dos últimos capítulos: mediocres, irritantes, llenos de saltos de guión, escenas atropelladas, confusas e inverosímiles (ver espoilers), capítulos desafortunados quizás por la búsqueda desesperada de un giro sorprendente de esos de los que todo el mundo habla durante meses. En esos dos capítulos, toda la delicadeza, todo el cuidado en la dirección, el guión, y el montaje que la serie mostraba en los anteriores capítulos, desaparece, se evapora en favor de un final lamentable pero más comercial, al gusto de aquellos que nunca dejaron de pensar que descubrir al asesino era lo más importante de todo. Pero los asesinatos, como en El silencio de los corderos o en True Detective, son en esta serie el pretexto para explorar a los seres humanos que van apareciendo en escena. Lo mejor de Heridas Abiertas era la introspección involuntaria y profunda del personaje de Camille, su anhelo por entender o al menos controlar sus heridas emocionales. Con el giro argumental de los dos últimos capítulos, la serie nos deja claro de modo grandilocuente quién mató a quién y por qué mató, pero creo que se olvidaron del interior de Camille, o como mucho lo zanjaron de modo mezquino e insuficiente con el bueno del Barón de Munchausen y con unas líneas de un artículo periodístico leídas rápido y corriendo. Sobre todo los últimos veinte minutos de la serie me han amargado un dulce, amén de todas las zarandajas de las escenas poscréditos, que me importan un bledo.
Qué pena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
diegocalleja
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