Fargo es la serie del 2014. Hay que verla. En serio, es de visionado obligatorio. Si usted está leyendo esta crítica tiene que saber que está perdiendo un valioso tiempo que podría estar empleando en disfrutar de Fargo porque Fargo no se ve, Fargo se disfruta.

Cuando se habla de Fargo, se puede discutir sobre su gran apartado técnico o sobre su brillante guión plagado de humor negro cortesía de los Cohen, pero dejemos de tonterías... si usted me ha hecho caso y dejó de leer esta crítica para ver Fargo, la ha visto entera y está continuando el texto por donde lo dejó, seguro que está de acuerdo conmigo en que Fargo tiene en su pareja protagonista su gran reclamo. Tanto Lorne Malvo (Billy Bob) como Lester Nygaard (Martin Freeman) son dos de esos personajes que enganchan desde el primer momento en el que aparecen en pantalla. Lorne Malvo es el psicópata por excelencia, un tipo con un repertorio ilimitado de frases filosóficas y amenazadoras al mismo tiempo, capaz de matar por pura diversión. Y Lester... oh Lester... qué tipo tan adorable y tan perverso, ¿verdad? Mr. Nygaard es el típico perdedor, casado con la "guarrilla" del instituto y blanco de mofas, tanto de vecinos como de su propia familia. Su vida es desgracia tras desgracia pero... ¿qué puede ocurrir cuando dos tipos tan opuestos se cruzan? Pues ocurre lo que Fargo nos relata con total perfección y maestría.

FX nos presenta una joya, otra más de la pequeña pantalla. Una serie sublime.

Nunca imaginé que aquel día que haciendo zapping vi en Boing a unos personajes un tanto extraños haciendo "chalauras" iba a ser el día del comienzo de mi aventura por el mundo de Ooo. Una aventura que comienza con altibajos, alternando capítulos de pura diversión con otros no tan divertidos y sin nada detrás, con unos personajes divertidos, extraños pero aparentemente planos. Seguí sumergiéndome en el mundo de Ooo, sabía que detrás de esos personajes debía haber algo más de lo que Pendleton Ward nos había mostrado en la primera temporada. Y sí, sí que había...

Y Pendleton Ward nos lo empezó a mostrar a partir de la mitad de la segunda temporada a base de flashbacks, cuentos, leyendas, canciones... Y ahí es cuando la serie deja de ser para niños (si es que en algún momento lo fue) y entra en un contenido puramente adulto. Sus personajes empiezan a evolucionar a pasos agigantados, se va construyendo una historia (alguna terrible) detrás de cada uno de esos personajes y lo que, en un principio no tenía sentido ninguno, lo cobra de la noche a la mañana a partir del final de la segunda temporada. Ese es el punto de inflexión del mundo creado por Pendleton Ward. Y ahí es cuando "Adventure Time" cobra fuerza y empieza a crecer, a través del pasado de sus personajes, hasta convertirse en una de las mejores series de animación hecha jamás y pinta a que puede seguir creciendo.

Es muy complicado creer todo lo que pasa durante el transcurso de esta historia situada entre La Albufera y Valencia. A partir de ahí, podríamos entrar a valorar su excelente fotografía, su convincente elección musical, sus decentes interpretaciones o su más que interesante comienzo, pero todo queda empantanado por su absurdo guión.

Y da pena emplear estos términos ya que, como se ha dicho, la factura técnica es impecable y el inicio de la serie es interesante: una muerte, un hombre con una doble vida oculta durante años, dos mujeres de mundos diferentes que se encuentran, y todo rodeado de paisajes exquisitos.

El gran problema de la serie radica en intentar alargar a una segunda temporada de ocho capítulos, algo que se podría haber resuelto en dos capítulos más realizando una única temporada de diez capítulos. Este alargue innecesario provoca que la trama principal entre en un círculo enorme que no resuelve nada ya que todo acaba igual que empezó. Otra de las consecuencias es la generación de sub-tramas totalmente ridículas e innecesarias que terminan por hundir el producto por completo.

Una verdadera pena y una oportunidad perdida, aunque hay que reconocer que Movistar está produciendo productos de muy buena calidad por lo que es un traspiés asumible y hasta entendible.