Comienza el viaje intimista y maduro del desesperado Carlito, por supuesto encarnado por el apoteósico Al Pacino, que con la astucia de quién huele que no hay amigos en este negocio correrá en busca de un humilde paraíso. Con la sombra de quién fue siempre al acecho y la ira contenida a punto de estallar en todo momento, se desata para nuestra sorpresa el mayor arrebato de pasión nunca visto al compás de un potente Joe Cocker, y nuestras ansias desbocadas de venganza serán redimidas por alcanzar ese sueño morriqueño de Brigante.

Como compañero de este viaje abocado al fracaso, bajo el anonimato luce un destacado abogado, que con un baile al son entre la cocaína y la desesperación nos deleitará con los favores en deuda que posee por dar y recibir.

Y ya para sucumbir a esta obra maestra sin remedio, que viene poniendo el ritmo la poderosa música disco de los años 70, en escena y ante nosotros, una de las persecuciones más frenéticas que ha dado el cine, sobre el mismo escenario, nuevamente firmada por el maestro De Palma.
Insuperable.

Hace ya más de una decada, sufrí una adicción total a ver cine que mi hermano mayor me enseñó a apreciar, como supongo a muchos de vosotros os pasó, la seducción de las armas, la violencia descarada, cruda y a borbotones, y la más grande y grotesca de las venganzas, liberaron el animal que llevaba dentro, al menos lo suficiente para degustar la gran cosecha que era el cine de gánsteres.

Pero después de los años Scarface a dejado de ser una leyenda para mí, supongo que su ambición era tan contagiosa que fue sobrevalorada por mi adolescencia, pero no cabe duda que sigue siendo un placer ver a Al Pacino en estado puro, con las ansias de poder y los cojones de una bestia, si quieres ver bailar al diablo, para tu deleite, aquí perdura el mito de Tony Montana.

La echaron el otro día de madrugada y con esa tristeza que a veces dulcemente puedes saborear me dispuse a volver a verla después de tantos años.
Recuerdo que me gustó aquella vez pero ahora se que aún no tenía la edad suficiente para sentir como acaban pesando los años, no tenía la edad para apreciar que los caminos cada vez son más estrechos y por supuesto no tenía la edad para comprender que la voz en off de Travis era también la mía.

Triste, pero tremendamente sincera y humana, me llego tanto que me aterra.