Tenía curiosidad por ver esta película, ya que en Málaga en su momento se vendió como “la gran película malagueña”. Y sobre todo, porque el director se pasea por la ciudad como si fuera el mismísimo Spilberg. Por desgracia, no es para tanto. Y no sólo no es para tanto, sino que lo que ha hecho es una mala película. Parte de un planteamiento original, un alto ejecutivo tiene que ingresar en la cárcel y se las ingenia para que sus amigos y compañeros no se enteren, contándoles la mentira de que se coge un tiempo para hacer un master en USA. Pero ya la elección del actor protagonista es fallida, porque Chico García se pasa la cinta entera con la misma cara, ni siquiera es capaz de poner una cara de resaca convincente. O puede que lo que buscaba el director es que nadie hiciera sombra a su actual novia, que encarna a la gitana con tres niños que no tiene ni título escolar. En torno a Morata, algo exagerada en ciertas secuencias, se construye toda la narración, olvidando al resto de personajes, que prometían más interés. La película, por más que se trate de un drama carcelario, está demasiado azucarada, posicionándose siempre en la máxima de que las instituciones penitenciarias son maravillosas, los funcionarios son unos santos, y rechazando en todo momento entrar a debate, pero lo que consigue es que su cárcel no resulte creíble ni interesante. La dirección y montaje no parecen cine sino televisión. El guión olvida pronto lo único novedoso, su punto de partida, para componer una obra que no llega a emocionar ni tampoco a ser creíble. La música, aún firmada por Fernando Velázquez, es muy simplona y me suena a algo ya conocido, en contraste con las canciones escogidas para subrayar el submundo bastante hortera y no tan peligroso de esta artificial cárcel.