Todo los detalles importantes que en la posteridad han tenido las películas del género épico están, ya, en Espartaco; y aquello que a las nuevas les ha faltado, ésta lo tiene. A modo de ejemplo, tiene la virtud de ser un desvío del género (por lo menos del literario), un poema épico se caracteriza por tener la virtud de finalizar victorioso, Kubrick en cambio, se nos convierte en un Alonso de Ercilla y, cual “La araucana”, compone un poema frustrado.

Adaptación interesante, McAvoy desquicia, hace sentir su locura, además de que las imágenes le ayudan al hacer visibles sus trastornos, sin embargo, a pesar de seguir lo esencial de la trama de Shakespeare, de realzar la intriga, de omitir lo obvio y de hacer sentir la miseria a la que puede acarrear una decisión ambiciosa, es como una orquesta ejecutando su música con tapas de ollas en lugar de címbalos; el objeto de la ambición es muy poca cosa para todo lo hecho.

La magia ya no está en mano de los magos, el nuevo Merlín en esta ocasión se llama Spielberg. El brillo de la varita consiste en imaginar como niño, hoy en día, no llaman la atención sus efectos especiales, lo que cautiva es la ternura y sencillez de este film, las risas espontaneas que provoca, la emoción dibujada con lineas poco complejas, como en el dibujo del sombrero, tan simple, mas para el niño es una boa que se comió un elefante; los "principitos" sabrán comprender lo que hay al interior de "E.T., el extraterrestre".

¿estamos ante el síndrome de Electra o bien es la competencia con el padre por el eros hacia la amiga?, puede ser; ¿Puede racionalizarse el fin del mundo o la poesía inevitablemente es atraída por su raíz mística y trae consigo la secuela de la esperanza, aunque estas sean famélicas e inventadas?. Como sea, el film nos plantea la pregunta sobre los alcances de la racionalidad en aquello que es intrínsecamente emocional (incluso en el padre), esto es en las relaciones y en la libertad.

No se requiere de muchos diálogos para expresar el dolor, Julie tiene como pintado en el rostro algún cuadro de Eugène Delacroix que vamos examinando poco a poco, rasgo a rasgo, triste y bello; por otra parte, tenemos, el símbolo del dolor expresado en su forma más detestable: el sacrificio, la mano que se rasga al filo de la muralla, al ruido de las hojas. Pero, las heridas sanan, la generosidad de Julie es karma devuelto en la gracia de los otros, encuentros que le permiten recomponer la sinfonía siempre inconclusa de la vida.