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Críticas de Sirah Wiedemann
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de diciembre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de empezar la crítica en sí, debo decir que las ideas que se expondrán a continuación surgieron de una cena de tres estudiantes de biología. Quedaron para realizar un trabajo pero terminaron viendo Melancolía, dos de ellas se iniciaban en el Movimiento Dogma 95, mientras que la tercera, entusiasta de algunas películas de dicha corriente, ya ha visionado algunas,pero no las suficientes para tener un ojo crítico afilado. Es por ello que tengo que hacer mi particular agradecimiento a Reality (usuaria en filmaffinity), y a Lidfe. Ellas lo entenderán.
Sin llevar un seguimiento exhaustivo de la filmografía del director danés cocreador del movimiento Dogma 95, me ha quedado la sensación de que no está plasmada toda su esencia. Quizás tras su anterior película, Antichrist, dónde obtuvo ciertos varapalos de crítica y público, decidiera redimirse y conectar con el mundo. O tal vez no, solo sean sospechas carentes de fundamento. Alabo la idea de la que parte, y con un comienzo que me parece bastante prometedor, sin embargo, fue desilusionándome hacia la mitad del metraje.
La primera parte, Justine, me ha parecido una buena propuesta, aunque no muy novedosa. No es la primera vez que el cine nos presenta como escenario una boda, y dicha situación sirve para mostrarnos todos los entresijos, frustaciones y vacío de las personas tan allegadas. Como ya demostró en otras de sus películas, es la mujer la que marca con más decisión las directrices que rigen los acontecimientos, dejando un papel bastante pasivo al hombre.
Desde el inicio de la celebración iremos conociendo de mano de la novia todo ese mundo desconocido en el que se mueve sin rumbo: su marido, su familia, su jefe… La conexión con la naturaleza que siente Justine le hará entender del modo más instintivo que algo no va bien, algo que quizás ella ha estado esperando mucho tiempo: ser libre para poder ser ella misma, lejos de todo aquello que la hace sentir mal y diferente. Es justo ahí cuándo algo pasa (debo ir al spoiler, pues requiere contar partes transcendentales del argumento).
Como curiosidad quisiera añadir que las dos iniciadas quedaron con ganas de descubrir más películas de esta corriente, parece ser que el cine nórdico gusta más de lo que creemos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
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8
11 de mayo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En centenares, ¡qué digo!, miles de obras literarias, en estudios de psicología, en canciones, en encuestas sobre las tendencias sociales de nuestra vida moderna...¿Quién puede negar la importancia que le conferimos al amor, el cuál nos persigue, desconcierta y, a pesar de muchos, atrapa hasta llevarnos a estados inimaginables hasta entonces? Porque sí, definitivamente es así. Tema universal imperecedero donde los haya, la cuestión amorosa ocupa el ránking en el Olimpo de nuestras motivaciones. Ya lo cantaba Michel Sardou, esa enfermedad, la del “amor”, ni siquiera entiende de edades cuando de inocular su virulencia se trata. Algunos dirán que lo hace por méritos propios, otros defenderán su importancia atendiendo a fines meramente biológicos, y los más pensarán como servidora: es un rasgo inherente al ser humano que nos marca las directrices a seguir erigiéndose así en motor vital sin que lo sepamos.

¿A qué viene semejante presentación en esta crítica sobre la ópera prima de Ned Benson?, pensarán
quienes lean esto. Sin ánimo de resultar pesada, me veo obligada a aclarar un apunte antes de proseguir. “La desaparación de Eleanor Rigby” no fue concebida como un largometraje único, sino que es el resultado de las vampíricas decisiones con las que a menudo tienen que luchar los directores para lograr la distribución de sus cintas. Es por ello que a algunos les sorprenderá saber que el proyecto original consta de dos películas, “La desaparición de Eleanor Rigby”: Él y Ella. Y éste es, precisamente, el rasgo distintivo que debió haber protagonizado la promoción de la obra, pues sitúa a su director en la estela de nombres ya consagrados (como Richard Linklater) a la hora de experimentar y ofrecer visiones alternativas en el séptimo arte. Partiendo de una premisa sencilla pero con con una sutil profundidad, su incuestionable valor nace de una loable intención, la cuál no es otra que ofrecer un magnífico retrato del (des)amor visto desde ambas partes de la relación. Es por ello que, si solamente se visiona el montaje único presentado en salas comerciales, el valor de lo narrado puede devaluarse, plasmándose así el lastre que ha supuesto la nefasta decisión de los productores Weinstein sobre una obra tan genuina en su concepción formal.

Enlazando con lo mencionado inicialmente, el Amor juega sus bazas durante el metraje, en el cual alterna diferentes papeles en la tragicomedia que constituye la Vida. Tan pronto se presta en fiel compañero de luchas diarias al que asirse ardientemente como se transforma en la más temidas de las espadas, la de Damocles, pendiendo sobre nuestra cabeza con la intención de desgarrar nuestra existencia. Dicen que es triste no conocer, o llegar a compartir, el preciado sentimiento del amor con un semejante. Pero, ¿cómo afrontar su pérdida y la desconfianza que nos merece cuando un hecho fortuito tambalea los apacibles cimientos que habían sustentado hasta entonces aquéllo que se había construido con tanta ilusión tiempo atrás? La historia de Eleanor (Jessica Chastain) y Conor (James McAvoy), sin partir de una imaginación desmesurada pero con cierta frescura original en sí misma, aporta detalles al género al tiempo que enriquece el conjunto al tomar elementos vistos en cintas anteriores (“Antes del amanecer”, “Blue Valentine”). Pues las múltiples paradas que el espectador recorre durante todo el metraje en lo relativo a sus protagonistas, así como las pinceladas de pequeñas tramas secundarias, logran una recreación final que resulta creíble y en armonía con las pretensiones de las que partía. Y sí, también debe señalarse que no cuenta con grandes artificios visuales, ni con un ritmo frenético e historia turbulenta de las que, a priori, te dejan marcado. Y puede que, también por eso, el mérito sea doble, o hasta triple si me lo permiten. Cuando una termina de verla tiene la sensación de que una parte de sí misma se ha quedado en lo que ha visto en pantalla durante los 190 minutos. Y tras una pausada reflexión se llega a tener conciencia de haber presenciado Cine, buen cine: aquél que, construido aparentemente a partir de elementos sencillos, logra componer una pieza donde la vida corre a raudales, aún con la presencia de heridas reconocibles en el universo particular de cada alma. Su mensaje final nos devuelve una mirada que, no por sincera, deja de traslucir un halo de melancolía que duele. Se asoma a nuestros recovecos, a las heridas que a menudo dejamos pasar sin darles tiempo a supurar. Nos habla de las elecciones que construyen nuestro pasado, presente y futuro, ¿y puede que también de la (im)posibilidad de volver sobre nuestros pasos? Y hay que tener presente que, si no se va con cuidado, arrastra por completo hacia una espiral imparable, deconstruyendo el subconsciente y desnudando nuestras miserias emocionales mejor guardadas.

Es de suponer que habrá un público al que no guste o haga desistir por su complejidad narrativa y emocional. E igual de válidos podrán ser sus argumentos. Todo es discutible, y más en el ámbito de las artes y la Vida, las cuáles aún gozan de ciertos visos de libertad. Y aunque no comparta esa postura, la comprenderé. La cotidianidad, aquélla que nos acecha aún rechazándola una y otra vez, sobrevuela todo el tiempo con total impunidad. Y es precisamente esa similitud, la que algunos pueden asociar con vivencias personales o ajenas, así como su defensa acerca de la necesidad de empatizar con el dolor y la pérdida, lo que a muchos asustará. Y sin embargo no puedo dejar de pensar en Keats, y en la razón que tenía cuando escribió que no hay mayor belleza que la que impregna nuestra realidad más inmediata. Pero me temo que siempre ha ocurrido y ocurrirá: la imagen que nos devuelve el espejo a pocos termina de agradar, ¡quién sabe si porque desconozcan que lo esencial se esconde en cada fragmento que, a modo de una pieza de puzzle, confecciona nuestra identidad!
Sirah Wiedemann
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8
28 de febrero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
45 años de matrimonio. Una carta. Tres seres perdidos en dos…La propuesta cinematográfica presentada por Andrew Haigh el pasado año rescata el encanto del (buen) cine que, sirviéndose de una aparente cotidianidad, persigue como fin último inquietar al espectador sobre los pliegues emocionales más ocultos que tienden a ser reprimidos.

A una semana de celebrar su 45º aniversario, el matrimonio formado por Kate y Geoff ve tambalear los cimientos de su relación a raíz del desmoronamiento emocional al que los somete una carta procedente de Suiza. Mientras se aproxima el gran día, las confesiones y silencios van supurando heridas olvidadas y abriendo nuevas fisuras. Dulces anhelos, cuya renuncia antaño se creyó voluntaria, comienzan a vislumbrase como elementos perdidos de un viaje condenado a naufragar. Las facturas vitales comienzan a cobrar deudas atrasadas y, junto con la “eterna” duda, sedimentan obligando al subconsciente a hacer aflorar aquello negado tiempo atrás.

Rodada en tonos por lo general fríos, la fotografía se mimetiza a la perfección con las emociones que el film pretende evocar. El ritmo del metraje va acompasado a la exposición narrativa a la vez que juega alternando los momentos del día, erigiéndose así en un protagonista más: el Día, sosegado y (en ocasiones) apaciguador combate con la Noche sombría y helada que, al igual que le ocurría a Adamo en su homónima canción, obliga a cada uno a luchar con los fantasmas que nos visitan.

Con unas actuaciones brillantes de Charlotte Rampling, sobre cuyo personaje recae el mayor peso dramático, y Tom Courtenay, herido y pusilánime en su deriva existencial, “45 años” escarba con sutileza y veracidad en las brechas más profundas que se abren paso en cualquier vínculo sentimental. Todo ello para terminar magistralmente erosionando la estabilidad de las convicciones más arraigadas, ya se sabe, de nuestra hipócrita cultura occidental.
Sirah Wiedemann
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7
9 de diciembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía ganas de ver esta película, ya que su estreno se me pasó en su día, y a pesar de las críticas no muy favorables que había leído y escuchado, no desistí en mi intención de verla. Sin duda alguna entiendo que es una película compleja en lo narrativo, pudiendo requerir un estado de ánimo acorde, ya que las conclusiones tras su visionado pueden ser diversas e incluso contradictorias.

Contradictorias. Como lo es el amor. Si bien sigue la estela de otras películas en cuanto a lo formal (El fin de la aventura), el tono de la cinta dirigida por Terence Davies se torna en agridulce y opresiva por momentos. Un hipotético triángulo amoroso, sustentado por una desgarradora interpretación de Rachel Weisz (Hester), es la piedra angular de la historia. Sin embargo, no esperen encontrar la típica historia que tira por el lado más pasional del asunto, pues aquí se ofrecen las múltiples caras de tan ambiguo sentimiento, conformando un poliedro sentimental en el que cada personaje juega su papel. Al estilo austero e intimista hay que sumar una ambientación de Londres tras la II Guerra Mundial sublime, convertido en un escenario desolador poblado por diferentes seres que intentan seguir con sus vidas, e incluso, conocer por primera vez lo que ésta puede ofrecerles.

Socialmente puede resultar doloroso, y llegar al punto de avergonzar, ver a una persona totalmente entregada al amor que siente por alguien. Esto es lo que le sucede a Hester tras llevar una vida gris entregada a su esposo y descubrir lo que es estar enamorada. De verdad. Y eso la marca irremediablemente. Tal vez algunos encuentren desfasada la situación anteriormente expuesta, pero ¿quiénes no puede verse en la misma tesitura sin haberlo imaginado? Aunque han cambiado los tiempos y la sociedad aparentemente se ha modernizado (lo esencial es otro tema), ¿qué pasaría si alguien cercano a nuestro entorno hiciera lo mismo que Hester? Abandonar el núcleo familiar al darse cuenta del sinsentido que era su vida. Y si a ello sumamos la valentía de una mujer a la hora de tomar tan drástica situación en plenos años 50, en una sociedad tan moralizante como la inglesa ¿entienden ahora la dificultad y la hipocresía con la que muchos han podido acercarse a la historia? Pero si por el contrario, abren sus mentes y logran empatizar con los personajes, encontrarán que aquello que decía Pascal de que “El corazón tiene razones que la razón no entiende” puede convertirse en el leitmotiv redentor y/o condenador al que asirse en momentos tan vitales.

Lo mejor: el punto de vista tan realista (en ocasiones angustiante) del tema que trata, su valentía a la hora de desentrañar la complejidad de la naturaleza humana, y una banda sonora emotiva y vibrante que acompaña en todo momento a lo que sucede en pantalla.

Lo peor: su lentitud, que puede hacer desistir a los más impacientes, pero que es necesaria para entender a los personajes.
Sirah Wiedemann
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8
13 de septiembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De varias formas podría calificarse la película dirigida por Derek Cianfrance: thriller, drama, denuncia social, cine con cierto toque independiente...

Este largometraje se presenta en 3 actos distintos separados en el tiempo pero no tanto en lo personal.

Parte 1. Posibilidad: el espectador se enfrenta al drama de un solitario ser que intenta reconducir su vida acercándose a aquello que él vislumbra como una posibilidad de redimirse. El personaje interpretado por Ryan Gosling (qué de sorpresas gratas nos da este hombre con los papeles que elige, y yo que lo conocí en "El diario de Noah") comparte ciertos rasgos con el que interpretó en Drive (la soledad como modo de vida, un pasado turbio que no se acaba por descubrir) si bien aquí sus actos impulsivos son a menudo protagonistas para perjuicio de él mismo.

Parte 2. Culpa: el dolor por algo que se ha hecho, aún cuando pueda estar justificado, es a menudo suficiente para sacudir la apacible existencia de un hombre y vaciarlo hasta el punto de que marque la vida de sus más allegados. Culpa y vergüenza que alejan la mirada melancólica de un hombre de su hogar para dirigirla a combatir los males humanos que afloran en cualquier rincón, incluso en el menos pensado.

Parte 3. Catarsis: dulce juventud vapuleada por el "nuevo opio del siglo XXI" (drogas, apatía, aislamiento social y desgarro emocional por una educación carente de valores) se encuentra con los fragmentos de un espejo hecho añicos tiempo atrás, el cual una vez mostró 2 caras de un mismo ser con un sueño común.

Un discurso limpio converge con otro denostado y finalmente el espectador toma conciencia de lo solos que a menudos estamos, cuales lobos esteparios, todos soñamos, pero un abismo oscuro se abre en la conciencia de todo aquel que haya sabido ver. Unos lo saben, otros tal vez no, pero hemos asistido a un drama doloroso y solitario. Y muy común, aunque con otro maquillaje, claro.
Sirah Wiedemann
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