“Magnífico filme galardonado en Cannes, alabado por las críticas, señalado como una obra maestra. Una pieza genial que conjuga lo cotidiano con el drama, provocando un clímax envidiable. Ampliamente premiado internacionalmente y…” Termínenlo de una vez.

¿Qué es, netamente, lo que tenemos en frente nuestro?

Un chico de remera amarilla que camina por los pasillos de la escuela. Luego uno con buzo rojo. Luego tres chicas que dicen algo de centros comerciales y luego también se ponen a caminar, pero, qué emoción, esta vez en la cafetería. Y luego una chica de anteojos que va del campo a los vestuarios, y de ahí a la biblioteca. La tensión se vuelve insoportable. Estamos pegados al asiento y no damos más. Queremos saber cuantos minutos tardará en decidirse sin doblar para la derecha o para la izquierda. Si luego tendremos que seguir al chico rubio o al pelirrojo. Si irán al baño o (qué tensión, che…) al salón de clases. Ah, y por si se lo preguntaban, esto se repite por aproximadamente noventa minutos.
Lo mejor es que ya todos sabemos como va a terminar, así que mientras tanto escuchamos un par de diálogos intrascendentes, hasta molestos, y luego (en una de las escenas más dramáticas del film), seguimos a otro par de chicos, pero esta vez, no es a pie, sino (no puedo contener las lágrimas) ¡en auto! Y después de varios minutos de ver a esos jóvenes yendo a la escuela, se viene, sí, justamente, lo que todos sabemos que iba a pasar.

Los quiero oír a estos chicos preguntando: “¿Quién hablaba de The Cure of Inzomnia?”

Orden de captura para Gus Van Sant, ladrón de guante blanco.

Esta película me encantó. Porque es danesa, corrosiva, intrépida, vertginosa e inteligente.
El sentido de humor de este país puede ser demasiado crudo y liberal, como se ha podido ver en estos últimos años (gracias a ciertos historietistas y a Lars Von Trier). Y en este caso el señor Vinterberg nos lo demuestra con una sórdida parodia del fascismo que quedó latente en un país caído bajo el dominio nazi, adaptándolo a una poblada familia de clase-media próspera que se reúnen para la celebración. Lo que pasa es que no traen bajo el brazo un simple "Tyllike med fødselsdagen", no vienen solamente a comer unos "Rødgrød med fløde" y tomar unas Carlsberg. Lo que encontramos es una suma de dramas personales que cada personaje ha venido acarreando desde largo tiempo, algunos reprimidos y disimulados bajo la histriónica fachada de la alta burguesía, otros a punto de hervir y esperando al menor chispazo para hacer una sutil colaboración al caos.
El tema es que todos se encuentran, se enfrentan y se hablan durante un almuerzo que se huele delicioso y arisco desde el principio. Y el plato fuerte se destapa antes de que podamos acomodarnos: un par de frases contundentes, unas miradas férreas que dan a entender la tragedia, y el drama se ha desencadenado. Lo que sigue es incomparable y mejor no describirlo porque la verdad que merece la pena verse una, dos, cinco, diez veces. Es tan increíble y desfachatada esta película que puedo reírme a las carcajadas y al segundo quedarme sin aliento por alguna (otra) confesión o diálogo nefasto. Tratando de aflorar lo peor de una sociedad tan estructurada y burguesa como la suya, el director nos condujo por un circo de debilidades, temperamentos y reacciones profundas que conforman el empuje tan enérgico, cáustico, y fresco, tan danés, que le ha hecho un film incomparable y contundente.
Así que, I husker godt, festen er lidt dårlig med familien, men jeg det ser, og jeg synes, er bare dejlig.

El loco de los desiertos ha regresado, esta vez trayéndonos (pareciera ser) un retrato de la paranoia experimentada por la fracción más estereotipada de la población norteamericana (ya saben, los blancos de cuello azul fanáticos de las armas que se comen diez horas del día frente a la tele) y de los contrastes, cómo no, que surgen frente a la amplia gama de variedades que hay en el resto de la sociedad estadounidense, como por ejemplo los religiosos liberales, los “neo-hippies” (o como sea que se los quiera llamar), los inmigrantes que viven bajo la línea de pobreza, etc, todo esto, claro, reflejado en la era post 11 de septiembre.
Para eso Wenders se vale de dos personajes, el viejo Paul, veterano de Vietnam, ultra patriota, (un pseudo estereotipo clásico) y la bonita Lana, quien sería una dignísima integrante de Greenpeace que ha llegado a ayudar al prójimo en una tierra cada vez más dividida por dentro.
Durante la primera media hora nos los presentan, luego los unen, los separan, se ven y se vuelven a separar y finalmente pero no menos forzadamente se juntan para hacer un viaje (adivinen adónde los llevaría Wenders… adivinaron), cada uno llevándolo a cabo por metas específicas pero muy diferentes entre ambas. El filme se complementa con la llegada a destino, una verdad final que se caía de obvia y con viento soplando contra los rostros. Lo bueno es que el director sabe manejar estos escenarios, pero en este caso no logró gran cosa.
No se me hace del todo rebuscado, pero luego de ver el final, si me apuraran para decir lo que me pareció, diría que fue una película inútil. Eso sí: solo si me apuraran.

Para mirar, volver a mirar, poner en un marco y señalar como una de las obras maestras del cine latinoamericano de la última generación.
Escenas refrescantes de la hermosa ciudad de La Habana conjugadas con una historia que desafía el intelecto. Comenzando con el fracaso amoroso de David, el film luego nos presenta al histriónico Diego, quien lo conduce hasta La Guarida (una decoración exquisita, hay que admitirlo), para luego ir avanzando hasta un duelo de intelectos entre los convencionalismos socialistas de David, todavía joven y enamorado de la ideología superior de la isla, y la vistosa inteligencia y agudez de Diego, un hombre ampliamente leído, adorador del buen arte y sin inhibiciones.
Una de las cartas fuertes de esta película es la química entre los dos actores que ofician de hilo conductor, que congenian perfectamente y se lucen en sus papeles (Jorge Perugorría da una interpretación sobresaliente, una de las que más he ponderado en los últimos años). Otro de sus puntos fuertes es la potencia presente sus diálogos, personajes que dejan entrever una finísima observación con frases contundentes sobre el arte, la política, las ideologías y la vida en Cuba.
Esto, sin mencionar la constante presencia de la cultura (las menciones a gigantes literarios como Vargas Llosa o Lezama Lima), las hermosas tomas con paisajes idílicos de fondo, la inteligente representación de la sociedad cubana y contar con una de las escenas finales que más me ha gustado en los últimos años.

Bueno, hay varias razones por las que no me gustó esta película. Y no me pareció ni entrañable, ni simpática, ni nada. Simplemente absurda, boba, ingenua y de muy mal gusto.
A ver: Balbuena no es simpático. Es un idiota. Lo veo bastante peludo como para andar creyendo en cuentos de hadas, y sin embargo hasta se da el lujo de enojarse con "Nueba Yol" porque ahí la plata no crece como las hierbas del suelo. Yo digo, si te instalás en Estados Unidos y ni siquiera sabés decir dos frases en inglés, no creas que tu estadía va a ser un lecho de rosas. Y un detalle que me molestó y mucho: ¿por qué corno lleva un peine pegado a la boina si jamás lo vemos sacársela? ¡Hasta la usa para dormir! No me jodan, llevar ese peine calado al gorro es el colmo de la mersada. Ah, ¿y les parece simpático Balbuena? Sí, claro, el simpatiquísimo Balbuena, que se pregunta cómo es eso de que los padres no puedan pegarles a sus hijos para enseñarles buenos modales.
La desagradable ingenuidad que abraza a este film me lo hizo completamente desechable. La supuesta "lección" del final es una falta de respeto al espectador. Pero qué se puede esperar de una comedia que pretende que nos caiga simpáticos un tipo que no parece interesado en ningún momento en superar sus propias limitaciones y esperar que todo le venga regalado y al final aprende que el único desafío que emprendió en su vida... fue un error, y que mejor es volver a como estaba antes. Bazofia.