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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
7
6 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya no me siento a gusto en este mundo - I Don't Feel at Home in This World Anymore

El Festival Internacional de Cine Sundance se celebra cada año en Park City, un pueblecito del estado de Utah, EE.UU. Se estableció con la finalidad de promover el cine independiente y hacer posible la exhibición de películas que no contaban con la financiación de los grandes estudios y cadenas de distribución. Gracias al decidido apoyo de Robert Redford, el festival ha ido creciendo con el tiempo hasta convertirse en lo que es hoy: un gran certamen cinematográfico que cuenta con parecida atención e importancia que cualquier otro. Y por si alguno de mis improbables lectores lo ignora, se da la curiosa circunstancia de que el nombre de “Sundace” se debe al título de uno de los grandes éxitos del cine: “Butch Cassidy and the Sundance Kid” personaje que interpreta el propio Redford y que el público español conoció como “Dos hombres y un destino”, en una más de las estrafalarias ocurrencias de nuestros iluminados transcriptores.
Pues bien, “Ya no me siento a gusto en este mundo” se alzó con el premio a la mejor película en la edición del 2017 compitiendo con más de 200 realizaciones. Así que el actor estadounidense Macon Blair no pudo tener mejor estreno como director y guionista de ésta su primera película que parodia al thriller norteamericano, lo que a su vez la convierte en una divertida y emocionate tragicomedia.
Mediante un humorismo tan desenfadado como corrosivo, deja al descubierto la mala educación y el bochornoso comportamiento cotidiano de una ciudadanía descortés, narcisista, incívica y vergonzosamente mezquina que hace del respeto a los demás una ensoñación de algún tiempo olvidado.
De manera que no es de extrañar que a Ruth Kimke -felizmente interpretada por Melanie Lynskey-, ya no se sienta a gusto en este mundo. Ruth es una persona de lo más normal, de esas que, como la mayoría, pasan desapercibidas en cualquier situación, algo misántropa y depresiva, de naturaleza pacífica, muy bien intencionada y que desempeña su trabajo como auxilar de enfermería con notable responsabilidad y eficacia. A Ruth le irrita profundamente la conducta deplorable de sus vecinos y en mayor medida, cuando ella misma se ve directamente afectada. Pero un hecho inesperado cambiará radicalmente la apacible vida de nuestra heroína.
A lo largo del relato, el nobel director mantiene el tono desenfadado y burlesco, en ocasiones bordeando los límites del absurdo, pero distingue la línea que separa la sensatez del disparate, el pastel del pastelazo. Sus personajes resultan creíbles y cercanos por su refrescante espontaneidad, los diálogos, muy bien medidos y articulados, son breves pero jugosos y a pesar de la violencia y crudeza de algunas escenas, Clair se las ingenia para mantener un sorprendente equilibrio en el que el humor y la crueldad van de la mano.
Y remata su obra con un final que resuelve brillantemente, sin rastro de dramatismo, sin disparatada teatralidad.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
20 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El político - The Politician

“El político”, otra más de las series que Netflix ofrece a sus abonados, incluye 15 episodios de delirante e ininterrumpido entretenimiento a lo grande. Una poliédrica e hipercaricaturizada parodia de la sociedad estadounidense distribuida en dos temporadas perfectamente diferenciadas. Tiene la virtud de mezclar vivificantes dosis de disparatado humor -tan mordaz como transgresor- con una corrosiva e irreverente sátira social no apta para almas dulcificadas por las leyes divinas de la santidad.
Psicodélica, extravagante, provocativa, denuncia los excesos y ridiculiza la crisis existencial de una clase social privilegiada cautiva de su propia neurosis. Lanza demoledoras y cargas de profundidad, exponiendo las muchas calamidades y frustaciones con las que carga el pueblo americano pero también muestra algunas de las envidiables virtudes de una sociedad que se reconoce en sus errores, se flagela y autocensura como pocos países son capaces de hacerlo. Y esa saludable autocrítica supone una eficaz terapia que despierta en este cronista la más profunda admiración.
Sus creadores -Ryan Murphy, Brad Falchuk y Ian Brennan- nos invitan a sumergirnos en un voluminoso cajón de sastre donde todo cabe. El poder del dinero, la ambición desmedida, una educación basada en la competencia entendida como una lucha encarnizada, secretos inconfesables, traiciones e infidelidades, engaños, chantajes y todo con una sola finalidad: conseguir tus objetivos a cualquier precio y caiga quien caiga. Tampoco descuida el problema racial que tanta polvareda está levantado últimamente, la batalla por la igualdad de derechos de las mujeres junto a las reindivicaciones del LGTB, el cambio climático o el combate que libran los ecolgistas por un Planeta limpio de basura y contaminación, todo bajo la lente de una desternillante farsa político-social.
El guion es ágil, vertiginoso y aunque a veces tengamos la impresión de que revolotea en círculos, tiene la habilidad de corregir la deriva con un golpe de timón y situarnos en la buena dirección.
El actor y cantante californiano Ben Platt -acapara infinidad de premios en el género musical- encarna a un jovencísimo Payton Hobbart, personaje central de la serie. Y la verdad es que sigo con sumo interés las intrigantes maniobras de este pintoresco embaucador -una especie de Hamelín de la modernidad- hechizado por el sonido de su flauta. Y lo que pareciera ser una metáfora deja de serlo cuando lo ves y oyes entonar alguna de las canciones que se incluyen en la maravillosa banda sonora de la serie que en momentos puntuales coquetea felizmente con el género musical. Porque Ben Platt, aparte de ser un magnífico actor, canta como los mismísimos ángeles y toca el cielo cuando se acompaña al piano entonando “River”, una canción que ya forma parte de mis favoritas en Spotify.
Una fotografía almibarada, de empalagoso color pastel recoje los interiores de lujosas viviendas y mansiones de vergonzante estilo “kitsch”, contribuye a acentuar el tono frívolo y burlesco de la historia.
Y para finalizar, mis improbables lectores, un consejo: no se comporten como estirados puristas, aflójense el corsé, relájense y respiren sin molestas ataduras, disfruten, déjense llevar y piensen que el cine es un oasis de libertad, que como la literatura y otras muchas manifestaciones del arte, tolera todas las licencias y trasgresiones que la imaginación permite, en el que únicamente el talento y el buen gusto marcan la diferencia entre la excelencia y lo aborrecible, entre la exquistez y el esperpento.
Y mientras tanto, a esperar la llegada de la tercera temporada, que de mantener el nivel de las dos primeras, promete estimulantes descargas de feliz esparcimiento.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
28 de junio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El intercambio - Changeling

Esta película no existiría sin la persistente tenacidad del periodista, escritor y guionista estadounidense J. Michael Straczynsky. Hace un par de décadas una de sus fuentes le avisó de que el Ayuntamiento de la ciudad de Los Ángeles había comenzado a destruir archivos viejos. Ante la posibilidad de rescatar alguna jugosa historia, Straczynsky, como buen sabueso, no dudó un instante en acudir al Ayuntamiento y husmear entre la caduca documentación antes de su incineración inminente. La pavorosa historia con la que tropezó en uno de los expedientes quedaba fuera de su capacidad de asombro, al extremo de cuestionar su veracidad. Los hechos, ocurridos en 1928, olvidados tiempo ha bajo el polvo que acumula el tiempo, no solo conmocionaron a Los Ángeles sino toda la opinión pública estadounidense. Straczynsky se sumergió obsesivamente durante más dos años en su investigación, cuyo esfuerzo cristalizó en un guion que puso en manos de Clint Eastwood para que éste lo tradujera al lenguaje cinematográfico.
Y no podía haber caído en mejores manos. Con estos mimbres, Eastwood estrenó en el 2008 “El intercambio”, para culminar así la milagrosa metamorfosis que supone revivir y trasladar a la gran pantalla un suceso con 80 años de antigüedad, cuando el cine era aún una tierna criatura que
apenas gateaba.
Dudar a estas alturas -pese algunas comprensibles arritmias- sobre la valía de este hombre después de haber filmado maravillas como “Bird”, “Mistyc River” o “Sin perdón”, únicamente sería comprensible en la mente de un cinéfilo trastornado. Porque tampoco en esta ocasión Eastwood nos defrauda. “El intercambio” es una película fascinante, potente, abrumadora y, en todo momento, aterradora. Ambientación, fotografía, música (de la que también se responsabiliza el propio director), color, encuadres y ritmo narrativo suponen la perfecta conjunción de un puzzle cuyas piezas encajan con admirable precisión.
Angelina Jolie, en el papel de la desdichada Christine Collins, figura central de este terrible drama cuyo línea argumental este cronista no está dispuesto a desvelar, compone una interpretación magistral. Perfecta en cada matiz, valiente o asustada, sumisa o rebelde, contenida o desbordada, entera o desgarrada, el recital que nos ofrece esta singularísima actriz es sencillamente espectacular.
“El intercambio”, en fin, una gran película, envolvente desde el primer minuto, narrada sin artificios, portadora de una tensión dramática casi insoportable, transmite el escalofrio de lo inimaginable, nos paraliza porque aquello que vemos podría sucedernos hoy mismo a cualquiera de nosotros si el diablo de la fatalidad se cruza en nuestro camino y porque nos espanta la posibilidad de que el horror y la infamia aniden bajo nuestros pies en los sótanos de un poder semioculto entre las sombras de la más absoluta impunidad.
Todo, mis improbables lectores, nos remite al mejor cine de Eastwood y como consecuencia al inconfundible aroma que despide el cine clásico al que el cineasta californiano está, para nuestra fortuna, íntimamente ligado.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
30 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Up in the Air

“Nadie es monedita de oro pa’ caerle bien a todos”, reza un dicho mexicano. Y ya se sabe que estas máximas o refranes normalmente aciertan pues fueron acuñados en el transcurso de cientos de años de sabiduría popular. Pero todo aforismo esconde alguna excepción. Y a una de esas excepciones responde, sin ningún género de dudas, el actor estadounidense George Clooney al que alguna divinidad debió distinguir con dones negados a la mayoría de los mortales. Porque además de encantador y atractivo, suma la cualidad de ser un extraordinario actor galardonado con cuatro Globos de Oro, dos Oscar y un BAFTA a lo largo de su ya dilatada carrera. A punto de cruzar el umbral del nada apetecible club de los sesentones, Clooney conserva intacto gran parte de su saludable aspecto físico e inmaculadas las virtudes que lo han convertido en uno de los intérpretes más solicitados por la industria cinematográfica.
De nuevo Netflix me ofrece la oportunidad de disfrutar de su cautivadora presencia en “Up in the Air”, una película del director canadiense Jason Reitman filmada en 2009 y autor también de la estupenda “Juno” estrenada dos años antes.
Bajo la falsa apariencia de una desenfadada comedia, subyace el doloroso entramado de un drama social que contamina las relaciones de trabajo entre empresas y empleados e invita, al mismo tiempo, a una profunda introspección sobre la legítima opción de cada cual en la que cimentar su incierto futuro. La búsqueda de la felicidad como opción determinante nos somete a un constante ejercicio de elección sin que ello garantice necesariamente el horizonte soñado. De forma que la incertidumbre forma parte consustancial de la vida misma y, nos guste o no, deberemos asumir las imprevisibles consecuencias de nuestros actos por mucho que éstos hayan sido juiciosamente planificados.
Para variar, George Clooney despliega el amplio abanico de sus encantos, se muestra seductor, exhibe sus dotes de gran histrión y resulta tan convincente como entrañablemente cercano a pesar de que el personaje que interpreta debería resultarnos -una prueba más de su poder hipnótico- odioso y, hasta cierto punto, repugnante. Por cierto, muy bien acompañado de Vera Farmiga, con la que compone un dúo de granujas delirantemente armónico.
Sin duda, mis improbables lectores, se van a divertir e incluso puede que se les escape alguna sonora carcajada pero, si afinan la mirada, tras la delgada cortina que cubre su engañoso atrezzo argumental, encontrarán serias razones para la reflexión y la duda.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
28 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los dos papas

"Soy infalible cuando hablo 'ex cathedra', pero nunca lo haré." El Papa Juan XXIII.

Pueden contarse con los dedos de las manos, y aún me sobraría alguno, el número de papas que renunciaron a su cargo en vida en los dos mil años de historia de la Iglesia Católica. El penúltimo de ellos fue Gregorio XII y desde entonces han pasado 600 años. El último se materializó en la figura del alemán Ratzinger que en su coronación tomó el nombre de Benedicto XVI. Ese mismo año, el 2013, ciñó la tiara pontificia su sucesor, el actual papa Francisco, de nacionalidad argentina y de apellido Bergoglio.
Pues bien, en el intervalo de tiempo en el que discurre este relevo papal, el brasileño Fernando Meirelles ha realizado una hermosa y emotiva película basada en hechos reales. A pesar de que Ratzinger desconfía del cardenal Bergoglio por el insalvable antagonismo de sus idearios, lo cita en su residencia de Castel Gandolfo para revelarle un gran secreto que nadie conoce: su decisión irrevocable de abandonar la curia romana.
Como es fácil imaginar, ante un hecho tan trascendente como excepcional, la sorpresa del cardenal argentino es mayúsculo. A partir de ahí tiene lugar una íntima conversación, en ocasiones áspera e incómoda, entre dos personajes cuyas opiniones teológicas, filosóficas y políticas colisionan, en ocasiones, de manera frontal. Sin embargo, Ratzinger está convencido de que el candidato más idóneo para sustituirle al frente de la Santa Sede no es otro que Bergoglio, al que considera capaz de llevar a cabo los profundos cambios que la Iglesia necesita.
Y aunque este cronista no comulga con las tesis doctorales de la jerarquía eclesiástica ni con las de ninguna otra religión, debo de reconocer que es un verdadero placer asistir a un debate civilizado entre dos hombres sumamente inteligentes y de una gran estatura intelectual. Verlos argumentar, contraargumentar, evadir respuestas, tratar grandes temas de Estado, arrodillarse para orar afligidos por las grandes responsabilidades que pesan sobre sus hombros y descender después a los asuntos más mundanos como bailar, comer pizza, ver fútbol, bromear (“¿Como se suicida un argentino?” se pregunta Bergoglio “Lanzándose desde la cima de su ego!”responde él mismo), ironizar, reír o disfrutar de una copa de buen vino, supone una extraordinaria oportunidad de descubrirlos en su versión más entrañable y humana como nunca antes había sucedido.
Compartir con ellos la belleza de los espacios interiores como la Capilla Sixtina -donde desde hace siglos tienen lugar los cónclaves en los que el Colegio Cardenalicio elige al nuevo Jefe de la Iglesia- o las lujosas estancias de Castel Gandolfo con las valiosas maravillas que las decoran, rodeado de idílicos jardines enmarcados en un paisaje de ensueño junto al lago Albano, es un lujo que debemos al mágico poder del cine.
Dos inmensos actores, Anthony Hopkins en el papel de Raztinger y Jonathan Pryce como Bergoglio, logran el milagro -Dios siempre echa una mano para apoyar una noble causa- de la transfiguración. El parecido físico, sobre todo en el caso de Bergoglio, es ciertamente asombroso, haciéndonos olvidar a los intérpretes para ver únicamente la gloriosa potestad de sus eminencias en un prodigioso fenómeno de metamorfosis.
Tomen asiento, relájense y disfruten durante dos horas de la extraordinaria lucidez que ilumina la mente de dos jerarcas de la Iglesia. Porque la inteligencia, despojada de todo espejismo metafísico, es una virtud que conlleva necesariamente valores como la tolerancia, flexibilidad, comprensión y, por qué no, la pragmática posición que requiere la renuncia de tus intereses en aras de un bien mayor. Y de paso, mis improbables lectores, es muy probable, como me pasó a mí, que salgan habiendo aprendido algo.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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