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Críticas de Iván Roldán
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
6
23 de febrero de 2014
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que otra cosa... aclarar que la sinopsis es errónea. Es más acorde la de imdb: "A father driven into desire, a son coveting that of his father's, and the sorrowful maternity that hovers them into tragedy", Dejando esto a un lado...


Conoces el placer. Suma parte de lo que es la experiencia humana, la experiencia de ser humano, esa simultánea euforia psicológica, física y espiritual que confluye armoniosamente. El clímax, efímero. Precisamente el sentido de la armonía es el que define la palabra placer. El abuso, la violencia, el vicio no conlleva al placer sino a una versión degenerada de éste, y finalmente estaremos hablando de un “desequilibrio”.

En el budismo –siempre y cuando no seas un monje, una monja– la sexualidad es permisible bajo las condiciones de buda, es imposible erradicarla porque es parte del ser humano, y... "está bien". Es punto medio entre el ascetismo y el hedonismo y debe entenderse sólo como una sensación transitoria, y como tal que es, así como cualquier otra sensación, es imposible acceder a la felicidad plena mediante ella por el simple hecho de ser perecedera.


Kim Ki Duk toma esta filosofía y la tergiversa para crear un guión retorcido, insano y mórbido donde las pasiones son el conductor al comportamiento más vil y vacío del ser humano. Un drama personificado por una familia disfuncional en una sociedad surcoreana misógina y desequilibrada emocionalmente, como si cada ser careciera de empatía y aquel que la posee, la manifiesta de una convulsiva. Y es en esta familia al punto del colapso en donde vemos a la madre, con claros problemas mentales, harta de las infidelidades de su esposo mutilando el pene de su hijo… para juntos caer en un abismo de culpabilidad, masoquismo, vicio sexual e incesto… sin evocar el menor sonido (esta película no tiene diálogos, algo en lo que Kim sabe moverse muy bien, siempre ejecutando con firmeza las acciones más allá de las palabras).


… La verdad no sé qué está pasando con Kim Ki Duk, es su más reciente película, la onceava que veo de su filmografía, aún me quedan huecos por cubrir, pero es de observarse que es sumamente irregular, no sé si está cayendo pero si mutando (del 2007 en adelante) a algo menos creativo y más sensacionalista. ¿Dónde quedó el genio de esos guiones, argumentos inteligentes en donde la violencia y la brutalidad son tan sutiles y demoledoras y jamás protagónicas sino sólo “la cereza del pastel”? Address Unknown (2001), The Coast Guard (2002), vamos, hasta su primera película Cocodrilo (1996), o la magia y dulzura de Hierro-3 (2004). ¿Dónde, dónde quedó ese Kim Ki Duk?

Moebius como todas, TODAS su películas (excepto Las cuatro estaciones del 2003, esa queda totalmente fuera) es delirante, aguda, polémica, original pero lo que vengo diciendo, perdió sutiliza. Desde el principio apuesta por el impacto de sus escenas y no por un argumento, resultando éstas más inverosímiles que nunca y manteniéndonos frente a la pantalla por dos cosas: mero morbo y el cariño que se le tiene al director.

No puedo decir que no me gusto pero sí que extraño, y mucho, al viejo Kim. Una película… humm… entretenida, de simbolismos budistas (tanto monásticos como laicos), entre tanto delirio risible y de un sentido acerca de la sexualidad muy cuadrado (como si la penetración fuese la única forma de alcanzar el orgasmo).

Como datos extra: Kim Ki Duk cuenta con tristeza que Moebius, tal como está disponible es un filme muy recortado puesto que en su país le obligaron a retirar varias escenas (ya me imagino cuáles debieron ser). Y Jo Jae-hyeon es el actor protagonista que protagonizo su primera película en 1996 Cocodrilo.


El cine de este director es toda una experiencia y por eso NO recomiendo a Moebius como un primer acercamiento, NO, para nada (para eso hay otras, varias otras). Pero si ya conoces al director tienes que verla, y si te gusta su trabajo con mayor razón

http://teatro-vandrian.blogspot.mx
Iván Roldán
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6
22 de septiembre de 2016
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy un asesino en serie es la última película del irlandés Billy O'Brien, basada en la novela del escritor de terror y ciencia ficción Dan Wells. Protagonizada por Max Records (lo recordarás por Donde Viven los Monstruos del 2009) y Christopher Lloyd (un ya muy viejo Doctor Emmett Brown). Un thriller que ubico más dentro del concepto “fantástico” que “sobrenatural” y que desprende de sí, aunque no he leído el libro y desconozco las influencias de su autor, un dejo del suspenso de Stephen King.

John es un joven diagnosticado sociópata, capaz de reconocerse a sí mismo como un asesino en serie en potencia, motivo por el cual crea un conjunto de reglas que le permiten un estado de “normalidad”. Tener un único amigo con quien platicar sobre asesinos en serie, conversar con su terapeuta y ayudar a su madre en el depósito de cadáveres son actividades que le ayudan a mantener al margen sus instintos homicidas. Un día su equilibrio es amenazado por la llegada de un asesino serial caracterizado por extirpar órganos de sus víctimas. Sin más remedio que solucionar el problema, John realizará una investigación para dar con el asesino y ponerle fin a su ola de terror, aunque para ello, deba romper sus reglas.

Agradable, pero por supuesto con menor poderío que las series protagonizadas por Michael C. Hall (Dexter / Six Feet Under) encontraremos a un personaje símil a aquel asesino forense. Un joven carente de empatía, obsesionado con el asesinato y no obstante el deseo implícito de detener a otro asesino, situaciones contradictorias que hacen a su personaje más humano y común. Lo malo es que O'Brien pone tanta atención en John que se olvida del resto (incluyendo al Sr. Crowley), consiguiendo un filme a ratos lánguido, salvado por su fantasioso y último tercio.

Dividido en tres partes: la primera un drama adolescente, la vida de John; la segunda, las pesquisas en pro de identificar al asesino, John comienza a dudar ¿es real lo que está viendo o una alucinación?; y finalmente tercera, el enfrentamiento contra una monstruosa entidad. La historia es efectiva, alegremente inquietante y oscura, pero seamos honestos, el personaje de John no es tan carismático (no lo imaginando protagonizando una trilogía) y el suspenso detectivesco pobre.

I Am Not a Serial Killer es el trabajo más serio de O'Brien, acostumbrado a disponer de bajos presupuestos apuesta inteligentemente por rodar su filme en 16mm, disfrazando sus carencias y aportando cierto aire setentero. Otro aspecto a destacar es que no pierde la cabeza a la hora de mostrar aquel bicho raro: prefiere destinar sus recursos a una sola y decente aparición que a un montón de caricaturescas escenas, eso nos habla de su madurez, considerando que su filmografía está repleta de bichos, algunos muy malos y otros no tanto: Insolation (2005), Ferocious Planet (2011) y Scintilla (2016).

Éste, un aceptable relato de un sociópata (posiblemente más cercano a la realidad, aquel que se esfuerza por integrarse a la sociedad antes que convertirse en un Hannibal Lecter). Para Billy O'Brien es un proyecto de casi seis años (conseguir los recursos es complicado en el cine independiente) y fin del personaje. Pero sí a ti te interesa las aventuras contra el mal de este sociópata adolescente pues seguir su pista ya que para Dan Wells, I Am Not a Serial Killer es la primera entrega de la primera trilogía “John Wayne Cleaver”, seguida por Mr. Monster, y I Don't Want To Kill You. Posteriormente fue publicada una segunda trilogía.

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Iván Roldán
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7
21 de agosto de 2015
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida no tiene sentido. “Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que muramos” escribió Sartre en su primera obra filosófica “El ser y la nada” de 1943. Es… en este concepto de existencialismo en el que gran parte de la juventud se encuentra inmersa, varados entre la ociosidad y la extenuación que representa el construirse libremente a si mismos a cada instante. Hastío, náuseas. Shun, nuestro protagonista exclama: “Dios, mi vida es un aburrimiento. Dime, ¿para qué vivimos?”

Abruptamente As the Gods Will nos arroja a un típico Juego de la Muerte más propio de Saw, Juego Macabro que de un Battle Royale o The Hunger Games, considerando el objetivo de nuestros jóvenes protagonistas no es eliminarse mutuamente sino sobrevivir a una entidad desconocida que ha impuesto las reglas del juego. A diferencia de otras películas y con riesgo a generar la impresión de que esto no tiene pies ni cabeza, Miike entra de lleno, apenas del preámbulo de Shun a la acción. Sin un planteamiento ni explicaciones ni la fase introductoria a los personajes el juego es abordado, un juego del que somos testigos con la misma incertidumbre que sus participantes: no sabemos qué pasa. Sí es la fase preliminar de una invasión alienígena, un ataque terrorista o Dios ha decidido jugar.

1… 2… 3… ¡chocolate inglés!, lo que viene siendo Darumasan ga koronda será el primer juego. En el salón de clases el Daruma dará la espalda a los estudiantes y cantará, al terminar volteará la vista y a diferencia de la versión infantil donde quien es pillado en movimiento retrocede a la línea de inicio, aquí simplemente la cabeza le estallará; sólo puede haber un ganador, quien demuestre la agilidad para tocar al Daruma mientras canta. Así es como la vida de Shun, quien rodeado de cadáveres se alza con el triunfo, ha dejado de ser aburrida y avanza al siguiente nivel: Maneki neko, donde junto a los supervivientes de las otras clases deberá ponerle el cascabel a un gigantesco gato de cerámica antes de que éste los devoré o bien, aplaste... y así una sucesión de juegos.

Un filme de belleza estética que contrasta el origen infantil de sus juegos con la violencia de su sangriento designio. Narrativamente común a la estructura de un videojuego tenemos una sucesión de niveles que apuntan a develar el misterio. Divertidos y con ganas de más (tras el montaje estupendo del primer nivel, el Daruma) asistimos el desarrollo del Live action del manga homónimo escrito por Muneyuki Kaneshiro e ilustrado por Akeji Fujimura. Aunque el metraje es extenso logra entretenernos y... a pesar de que la actuación en lo absoluto es brillante, de hecho luce exagerada, los personajes son estereotipados y hay intentos forzados por unirlos emocionalmente, es muy tolerable. Y por cierto, si viste Ichi the killer (2001), ¿a qué reconociste a Nao Omori? aquel hikikomori no es otro que el propio Ichi, desde aquella película no trabajaba con Miike.

Es curioso ahora que lo pienso, la mayoría de las casi 100 películas que ha dirigido Miike se basan en novelas, mangas o cuentos y leyendas, finalmente adaptaciones, y dentro de esas 100 películas sólo ha coescrito el guion de 3. Miike no se destaca como escritor inventivo, pero es bueno en seleccionar historias y adaptarlas, el material ideal para dejar fluir su genio creativo, el cual se mueve tan bien en el cine de terror como en el de acción, bélico, ciencia ficción, romance, drama, infantil, thriller, western, comedia y cuanto nos imaginemos. Sumamente versátil y prolífico. Hoy en día es uno de los pocos cineastas japoneses (con vida) que disfruta de un reconocimiento internacional, fruto de su irreverencia; "tristemente" es bastante clara la evolución que ha sufrido, ganando una notable mejora técnica audiovisual pero también mostrando una versión de sí mismo más deslucida y menos provocativa, ¿dónde está el Miike bizarro, violentamente explícito y de un humor negro que rayaba lo grotesco y delirante?, atrás, con sus años mozos, porque el de ahora es un Miike más convencional...

... Suspiro, a pesar de eso sigo siendo su incondicional, ya no me emocionó con él pero recuerdo con una sonrisa mis años de preadolescente donde saboreaba con efusión cada película suya que cayera en mis manos.

Un filme muy propio del manga japonés, que agota sus recursos pero en general es agradable. Y bueno, si la ves y llegas al final, espero no la odies.

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Iván Roldán
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7
21 de julio de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thriller de venganza poseedor del sello propio del cine coreano, acostumbrado a sembrar dentro de su línea argumentativa la tragedia que sin importar cuán alegre, violenta, oscura o vaga sea la trama es capaz de trastocar todo lo conocido y orientarlo hacia un punto distinto, más nítido pero fatalista, usualmente acuñando al pasado. Filmes de Park Chan Wook, Na Hong-jin, Huh Jung son ejemplos que ahorita se me ocurren. Una fórmula “conocida” que así como una constante no deja de ser efectiva.

Sabemos la conducta y escala de valores está determinada por las creencias, ideas y el comportamiento adquirido/aprendido de la relación humana, siendo la más próxima el núcleo familiar ampliando a instituciones y la misma sociedad (vecindario, amistades, etc.). Sin embargo toda la vida es una continua búsqueda de identidad, y esto es más presente en la adolescencia. Y en efecto, Hwayi es la historia (y el nombre de este chico) del autodescubrimiento de un adolescente, porque, ¿quién dice que tenemos que ser el vivo reflejo de nuestros padres o la herramienta que moldearon con tanto esmero? Un dilema bastante común pero nada ordinario teniendo en cuenta que la vida de Hwayi es producto del ¿capricho? de Seok-tae: tras el fallido cobro del rescate de un secuestro lo más predecible es que acto seguido esta banda de desalmados –realmente crueles, inhumanos y metódicos– maten al chiquillo que a esas alturas está más vivo que muerto, pero no, Seok-tae decide adoptarlo y criarlo, y así este niño tendrá una madre –una mujer encadenada– y 5 padres, los 5 miembros de este grupo de delincuentes apodados Los Monstruos Diurnos (son tan sistemáticos y despiadados que nada les impide obrar a plena luz del día).

Damos un salto en el tiempo y Hwayi está a punto a llegar a la mayoría de edad lo que significa que tiene que tomar partido en las actividades de la familia. No debería de representar un problema considerando que ha sido instruido por los mejores asesinos, cada cual con su personalidad y talento, haciendo de él un conjunto de habilidades mortales. Pero… Hwayi no es tan frío como pensaba y si bien olvidó su pasado sueña con ser un estudiante común, algo le dice “no es como ellos”, y azares del destino, una vez que encuentre un vestigio de su origen nada lo detendrá hasta descubrir la vida. Un peligro para Los Monstruos Diurnos, como dicen por ahí cría cuervos, o en este caso “haz cuervos” y te sacarán los ojos.

Un cúmulo de emociones, de una manera muy particular de amar… ser un monstruo no te impide amar, así como el amar no te hace dejar de ser un monstruo. Intensidad. Un filme de acción a montones, de violencia y dejos de cariño –no todos los monstruos son tan malos– y humor. Que finalmente es incapaz de desarrollar con exactitud la psique de los personajes, sus relaciones interpersonales, y el móvil de los deseos del antagonista Seok-tae. Pero así pasa, sabes, es difícil hallar “perfección” en una película.

De momentos trepidantes, un ritmo ágil y de enfrentamientos épicos. Una actuación veraz, me agrada la firmeza Yun-seok Kim caracterizando a Seok-tae como si le hubiesen arrancado el alma y no por ello dejó de sentir, actor muy conocido que quizá recuerdes por películas como Chaser (2008), Punch (2011) o The Yellow Sea (2010), y en cuanto a Hwayi, si bien el personaje es puro drama me parece buena la interpretación de Yeo Jin-gu quien hasta entonces había aparecido sólo en dramas coreanos de tv… ¿doramas? Los demás, bien según lo que les compete. Mención también merece la salida de créditos, un detalle muy artístico.

Buen regreso del director Jang Joon-hwan, quien no había dirigido ni escrito ningún largometraje desde Save the green planet (2003), una comedia negra de ciencia ficción con muy buenas críticas.

http://teatro-vandrian.blogspot.mx
Iván Roldán
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7
29 de enero de 2017
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con influencias del cine de Pasolini, Jodorowsky, Gaspar Noe, Carax y el Borgman del holandés Alex van Warmerdam, Tenemos la carne se erige como una de los filmes mexicanos más controversiales en los festivales de cine (por el número de detractores). Una delirante y caótica visión de la existencia humana, presa de sus pasiones, prejuicios y límites morales. Una historia malsana, violenta y de fantasía, protagonizada por una variante de Adán y Eva en el fin del mundo, persuadidos por la influencia de un hombre, cual serpiente bíblica, personificación de toda la podredumbre y vicios de la tierra.

En un México post-apocalíptico rendido por el hambre y la perversión, los hermanos Lucio y Fauna buscan refugio en un edificio, epicentro de la amoralidad, custodiado por un extraño hombre que sueña con volver al útero materno. Mariano es su nombre. Bajo sus alas y la filosofía que escupe con pérfido histrionismo, envuelve en un espiral de lujuria, sadismo y canibalismo a nuestros jóvenes hermanos. Recreación estilizada de un mundo donde el incesto, la necrofilia, la blasfemia y el asesinato son celebrados en un festín vampírico-orgiástico.

Un título que tal vez pasaría más desapercibido de no ser mexicano, y de no haber sido mencionado durante su presentación el elogio de su coproductor Carlos Reygadas, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y el propio Gaspar Noé (elevando expectativas). No es hasta este momento que me pongo a pensar en “la nueva ola del cine mexicano” del que hablan, como referencia a una generación de realizadores mexicanos interesados en la representación de una violencia extrema (lo cual no siempre conlleva el que sea gráfica), similar a la “nueva ola de cine griego” y su estilo sórdido y crudo. Teniendo entre sus inicios como representante a Carlos Reygadas y su Japón (2002) por la cual se le apodo como “el niño terrible del cine latino” o el “Tarkovsky mexicano”. No había pensado en esto… y la verdad es que no sabría a quién ubicar en esta “nueva ola” o si tal existe. Lo cierto, es que “Tenemos la carne” es un gran debut, ¿por qué no?, osado y pese a tantas negativas: bien pensado. Y no, no estoy calificando de transgresora y trascendental la película de Emiliano Rocha, de hecho la encuentra un tanto hosca e inmadura —y si escucharás hablar al director dirías ¿de verdad es él? vergüenza ajena—. Sin embargo: tiene una factura técnica increíble considerando sus orígenes, la música en retrospectiva me parece astuta (sonidos ambientales irrumpidos por un bonito vals o el tema a capela de "el último" romántico" de los Tepetatles), el manejo del espacio acertado: claustrofóbico, intimista y sobretodo atemporal. La fotografía de Yollótl Alvarado capturando la “belleza” de la capa de grasa y suciedad que cubre los cuerpos, y el onirismo de ahí dentro, apoyado de la iluminación que va del neón a la oscuridad lóbrega. Encontrando así su defecto más visible en la actuación, con un Diego Gamaliel malísimo, Noé Hernández que me deja dudas, pero una María Evoli encantadora y la breve aparición de Gabino Rodríguez a quien tal vez recuerdes como Lucifer en Lucifer (2014) del belga van den Berghe.

Un filme sencillo, metafórico y divertido, tal vez menos novedoso de lo que se podría pensar. Creo que en general es bastante mesurado, de verdad, no cae en excesos. Ni sexuales (que si hay mucho de esto), ni surrealistas en plan pretensioso (se me vienen tantas películas a la mente que no tienen pies ni cabeza), y en cuanto al gore, es bastante puntual. Tal vez estoy equivocado, no me extrañaría estarlo… pero me da la impresión que el público que si suele ver este tipo de cine y reprueba tan rotundamente “Tenemos la carne” tachándole de grotesca, insustancial, excesiva, "porno", gratuita, es porque… no está acostumbrado a observar en pantalla una felación, un pene erecto, una masturbación masculina, peor aún: una eyaculación por demás bufonesca. He visto películas más toleradas con escenas más largas de sexo explícito, masturbaciones femeninas, situaciones más bizarras, grotescas, enfermizas y carentes de sentido, y con menos críticas negativas. De ahí mi suposición, porque realmente no es tan provocadora ni perturbadora ¡pero en fin!

Espero el joven Emiliano continúe su trabajo, me gustaría ver algo más de él.

http://teatro-vandrian.blogspot.mx
Iván Roldán
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