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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por utilidad
6
15 de mayo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la contenida e inherente intención de innovar dentro del muy recurrido género de terror a base de atmósferas perfectamente funcionales por parte de unas autores que, lejos de reivindicar la importancia de la mujer en el seno familiar, abordan dicha relevancia desde una perspectiva un tanto condescendiente; la figura materna y las innumerables actitudes subyacentes, desde la despreocupada de la intrigante La caja de Jovanka Vuckovic (“la curiosidad mató al gato”) hasta la complaciente de la religiosa Su único hijo de Karyn Kusama (“dime con quién andas y te diré quién eres”), pasando por la estresada de la cómica La fiesta de cumpleaños de Annie Clark (“ojos que no ven corazón que no siente”) y la crédula de la ilusoria No te caigas de Roxanne Benjamin (“tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”), citándose así, rápida y esencialmente, todos los fragmentos y, entre paréntesis, los proverbios más adecuados para resumirlos; el disfraz de oso panda, así como otros elementos igualmente singulares (por ejemplo la comida familiar, la pintura rupestre y el incidente educativo, simbolismos respectivamente identificables), logran esbozar una sonrisa, cómplice e inclasificable, en aquellos que aprecian este tipo de propuestas, rodadas con pocos medios pero buenos designios.

Lo peor: el único e imperial nexo en común entre los cuatro segmentos que conforman el producto (amén de la duración cercana a los veinte minutos en cada uno de ellos), prolongable al propio título (el cual alude a la pareja cromosómica femenina), dista mucho de lo esperable al difuminarse la representación en cuestión hasta antojarse una indigente excusa situacional muy cercana al machismo más alarmante; el empleo del siempre curioso “stop motion” (anglicismo que hace referencia a la técnica de animación consistente en aparentar el movimiento de objetos estáticos por medio de una serie de imágenes fijas sucesivas) entre piezas no tiene sentido alguno más allá de acaparar la atención de un espectador que, atónito, restará absorbido por las imágenes que mediante dicha pericia se muestran; la antología que ocupa no es más que una sucesión de ideas (más o menos interesantes) sin aval conjuntivo alguno, por lo que catalogarla de largometraje (como oficialmente se hace) es engañar al consumidor.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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3
11 de abril de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la muestra de entornos valiéndose de planos en trescientos sesenta grados y vista subjetiva demuestra la habilidad de Steven Shainberg para adaptarse a las últimas tendencias, no siendo esto suficiente para convencer al público más innovador al aludir continuamente a soporíferos clasicismos (la lección de que no hay nada más humano que el miedo implora rechazo y el intento de disfrazar una historia de invasiones con vacíos fundamentos evolutivos demanda lo que encuentra, bochorno); el protocolo seguido por ciertos investigadores resulta en un primer momento fascinante (en último término redundante e indigno), recurriendo a las fobias (a arácnidos, a las alturas, al agua...) de los veinte humanos reconvertidos en pacientes al creer que poseen mayor potencial que el resto para lograr algo excepcional en ellos y que el terror ocasione un cambio en su material genético para, así, reestablecer el orden universal tras crecer en número, salvando de este modo al planeta de su eterno mal, los propios terrícolas; el código “G1012X” y su trascendencia (aunque la misma se revele de manera engañosa e imprevista) mantiene en alerta al espectador en aras de averiguar su significado, decepcionando a la postre al relacionar neciamente el tacto dérmico con otra sensitiva raza.

Lo peor: el profesional seguimiento que propicia el secuestro de alguien que deja abierta su casa para que cualquiera irrumpa en la misma es excesivo e incomprensible, mas ocultar cámaras en lámparas y microbombas en neumáticos se presume un control no desmesurado sino ilusorio, propio de la ciencia ficción en la que se circunscribe la cinta; la convivencia entre reclusos en un experimental laboratorio es nula, no siendo comprensible al tratarse de un propósito como el relatado, tanto o menos como que media película sea de desenfrenada fuga sin destino por interminables pasillos y conductos de ventilación que comunican todas las estancias de un recinto carcelario para facilitar la misión de huida a ciegas y confiar en otros conversando distendidamente en semejante tesitura, lo cual también ocurre para desesperar todavía más; la multitud de deslices, tales como desvestir a una víctima y permitir que mantenga su calzado para ocultar en él lo que precise, responder a impertinentes interrogatorios sin cuestionarse por qué se están llevando a cabo, instalar cerraduras de triple protección sin asegurarse de la correcta clausura de la puerta, poder deshacerse de potentes ataduras sin apenas esfuerzo al no emplear los típicos imanes de las contenciones psiquiátricas (por desgracia un servidor los tiene muy presentes en la unidad de neurología en la que presta servicio como Técnico en Curas Auxiliares de Enfermería) sino a simples nudos..., en definitiva, pinceladas ilógicas que tienen más delito que el propio acto criminal que se perpetra con enorme planificación.

Daniel Espinosa
www.cementeriodenoticias.es.tl
Tithoes
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5
6 de abril de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la inmersión, a partir de planos increíblemente sugerentes y prácticamente subjetivos (no desde la perspectiva del emisor si no del destinatario de las acciones), está realmente lograda, no pudiéndose afirmar que el director transgrede pero sí que se distancia de la mayoría de realizadores al valerse de las características del cine mudo para acentuar la relevancia de los silencios, los cuales dicen tanto o más que las palabras proferidas por los personajes (de hecho, además, un alto porcentaje de ellas provienen de la televisión que sirve como fondo sonoro para hacer llegar potentes mensajes); el trato que se le brinda a un reincidente en el arte de destrozar las vidas ajenas, cuyo oscuro corazón deseará no haber latido nunca cuando comience a recibir su cruel merecido (especialmente sublime resulta la práctica del costureo que se propone); la división en capítulos (madre, padre y familia) clarifica y facilita la digestión de una trama tan contundente como abstracta que, desarrollada con acritud e impasividad, redefine en cierto modo la clásica visión maternal (precisamente el rol que menos se trata, haciéndose más bien evolutiva y reivindicativamente para reconsiderar su aceptada sumisión en no pocas culturas) encarnada en una niña cuya progenitora, una cirujana portuguesa especializada en el ámbito ocular, padece un fatal revés que termina por convertirla en una huérfana de aprobaciones, decidiendo finalmente suplir sus carencias rechazando la soledad a toda costa para refugiarse en cualquier tipo de compañía, aun percatándose de la irracionalidad.

Lo peor: la matización intrínseca de la cinta depende en gran medida de la imaginación a la hora de figurarse los colores de las escenas (cabe señalar que la producción se presenta íntegramente en blanco y negro), algo que la dota de mucha singularidad (tal es así que incluso ha servido para que se la nomine a la mejor fotografía en los prestigiosos premios Independent Spirit) pero puede no agradar a las nuevas generaciones, acostumbradas a obras menos exigentes; el ansia de internacionalidad no llega a comprenderse en ningún momento, desde el idioma (con un español muy deficiente) hasta la procedencia de los actores (con incursiones totalmente forzadas); el por qué de visionarse una secuencia lésbica en una historia como la que ocupa, si no es por morbo del responsable, escapa a toda lógica.

Daniel Espinosa
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3
29 de marzo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la recuperación de icónicos elementos de la saga, tales como la matrícula del vehículo del antagonista (en la cual se lee “beatngu”) o varios escenarios pasados (la historia transcurre entre la primera y la segunda entrega, dándose el inicio inmediatamente después de una en la comisaría y el desenlace justamente antes de la otra), dotan a tan esperado regreso de cierta nostalgia; la negación con el índice de la mano derecha del mítico devorador de órganos ante la amenaza de ser disparado, una escena cuanto menos curiosa que dibuja una cómplice sonrisa en el espectador; el estreno, tanto en territorio americano (en formato doméstico y en el canal Syfy en su programación especial “31 day of Halloween”) como en español (en contadas salas y solo por un día), se antoja un ajusticiador hecho a tenor de la calidad de la obra aunque el mismo desprestigie una franquicia que, para sus miles de acérrimos seguidores, no ha encontrado (ni lo hará jamás) alternativa fílmica alguna, pero es que de su genuina esencia poco o nada resta.

Lo peor: el imperdonable pecado de haber sacrificado el hasta ahora tan alabable trabajo artesanal en virtud de la digitalización (bastante poco pionera, por cierto), lo cual se observa con especial horror en la autodefensiva camioneta automática del reptiliano engendro, una trampa mortal en toda regla sin un ápice de encanto audiovisual (al igual que sucede con el apreciado Creeper, quien parece engendrado ahora por un imaginario matrimonio entre los míticos Pinhead y Terminator para aumentar sus poderes y elevar su existencia a la de semidiós); la difuminación de las pretensiones originales de sobrecoger mediante recursos básicos (adjetivo para nada peyorativo sino todo lo contrario, empleado cual sinónimo de sinceridad), uno de tantos errores que corroboran la opinión de que la ocasión no es más que un aprovechamiento sin fundamento para añadir otra carnicería (cabe recordar que solamente acontecen cada veintitrés primaveras) a la lista; el vértigo que provoca imaginar una cuarta entrega (la aparición estelar de Gina Philips en los compases finales invita a pensar seriamente que verá la luz próximamente) y es que, tras visionar la presente, su consistencia resulta, cuanto menos, de costosa asunción.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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8
28 de noviembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el sinfín de frases lapidarias que alberga tan contundente metraje, evidentes como “la comedia es subjetiva” y reveladoras como “no imagino que mi muerte me traiga más dolores que mi vida”, la mayoría recogidas en la agenda de un protagonista que despierta tanto desdén en la sociedad como empatía en el espectador; la primorosa interpretación de un Joaquin Phoenix en, valga la contradicción, estado de gracia, un actor sin apenas fisuras en su trayectoria al que muchos auguraban un rotundo fracaso tras anunciarse su asunción del relevo de Heath Ledger encarnando al villano más popular del universo de DC Comics y que borda su disfuncional cometido como nunca antes lo había logrado nadie excepto el ya citado difunto intérprete; la certeza de que el León de Oro con el que se alzó la propuesta en el prestigioso Festival de Venecia 2019 es solo el primero de muchos, no solo por alejarse con sumo acierto de la temática de superhéroes en la que se circunscribe la intrahistoria que se desarrolla sino por el cúmulo de mensajes de toda índole que concierne a la diferencia entre clases y asuntos derivados de los oscuros suburbios de una ciudad corrompida por arrogantes magnates que simulan interesarse por los más desfavorecidos sin tan siquiera contemplar invertir tan cruda situación.

Lo peor: el pausado ritmo que prima en gran parte de la cinta hará que más de uno desconecte a intervalos de la misma con la consecuente pérdida de información, y es que las secuencias danzatorias son muy artísticas pero también redundantes cuando ya se han observado varias veces y el grado de interés que suscitan va disminuyendo paulatinamente, ocupando un preciado tiempo que podría dedicarse a explicar mejor algunos encuentros vinculados con eventos clásicos de la franquicia o a mostrar más el gran número de textos que aparecen en pantalla; el absurdo sentido del humor de Todd Phillips que, pese a denotar un inaudito talento en el siempre complicado género dramático con unos orígenes oscuros e impactantes, vuelve a recurrir a escenas ácidas sin cabida alguna como la de la puerta automática o la del pestillo; la percepción de tratarse de un producto con inmensa personalidad pero también malintencionada imperfección, pecando de una pretenciosidad tal que cada palabra pronunciada y cada gesto efectuado parece querer trascender incluso más allá de sus enormes posibilidades, restando a la postre para una secuela algunas preguntas sin respuesta como el destino de la racial vecina después de determinada visita y la crianza del sufridor querubín tras cierto encierro.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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