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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
10
3 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos hechos reales motivaron esta palpitante historia, escrita primero para el teatro y después como guión cinematográfico por Bridget Boland: el primero, el caso del croata Aloysius Stepinac, arzobispo en Zagreb en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, de orientación fascista y decidido colaborador del régimen genocida de Ante Pavelic. Tras la guerra, la policía lo detuvo acusado de colaboracionista con las potencias invasoras y por sus bendiciones al régimen Ustashi. El 11 de octubre de 1946, fue declarado culpable de alta traición y crímenes de guerra, y lo condenaron a 16 años de cárcel, pero en un gesto de reconciliación, Tito lo liberaría cinco años después. El libro del historiador y exsacerdote católico Viktor Novak “Magnum Crimen”, hace fiel recuento de estos hechos. Ahora, gracias a las muy particulares gestiones de Juan Pablo II, Stepinac es otro santo.

El segundo caso con el que puede relacionarse “EL PRISIONERO”, es el del cardenal húngaro, József Mindszenty, un ferviente anticomunista detenido en 1948, a quien mediante presiones psicológicas, se trató de que abdicara de su cargo en la iglesia. Fue liberado tiempo después de haber sostenido un arresto domiciliario y se dedicó a viajar por todo el mundo.

Pero, es evidente que el propósito del libro no es denunciar uno u otro caso, pues sus personajes no tienen nombre, solo profesiones, y la historia no está ambientada en ningún país en particular. Creo más bien que, la estimable señora Boland, se ha inspirado en hechos como estos para centrarse en algo mucho más relevante que se sustenta en una corta frase que expresa el cardenal: “No juzgues el sacerdocio por el sacerdote”, lo que equivaldría a agregar: No juzgues al militarismo por el militar, ni al comunismo por su representante…

Con esta sabia afirmación, se denuncia al fanatismo, se hace oposición a la estigmatización o el asesinato indiscriminado de sacerdotes en cualquier régimen político, se está en contra del antimilitarismo per se o del anticomunismo recalcitrante… Por esto, lo que vemos en el filme, psicológico hasta la médula, es un poderoso ejercicio donde la mente humana es el eje central. Y la veremos en su capacidad de resistir, de manipular, de conspirar, de destruir… pero también en su fragilidad, y sobre todo en su esencia amorosa y compasiva. Por esto, no conseguimos repudiar al cardenal por más cierto que pueda ser aquello por lo que se le acusa, vemos con consideración al psiquiatra cuando se compadece de su víctima y cuando promete no usar con él drogas ni tortura física. Y sentimos, casi que amor por el jefe de la guardia (reconocimiento al cálido actor Wilfrid Lawson), cuando vemos el trato afable y comprensivo con el que trata a su prisionero.

Con maestría en su debut cinematográfico, Peter Glenville logra un duelo de inteligencias en el que, Alec Guinness y Jack Hawkins, en un magnífico tour de force, abonan grandes recursos para mostrar como la mente puede servir poderosamente al mal, y como también puede revestirse de bondad y compasión, la cual es sin duda su funcionalidad más excelsa.

Un filme impecable.
Luis Guillermo Cardona
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9
29 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué lástima que haya tantísima gente que confunde la autoridad con la imposición! Puede aceptarse, en algunas situaciones, en un policía, y en situaciones extremas, en un padre de familia, pero, que ésta sea la medida de cada día para educar a los hijos, es un absurdo porque en la imposición hay miedo, pero, ¡nunca hay aprendizaje! Quien actúa ante la imposición, no obedece, se somete; no dice lo que ha entendido, dirá aquello que le obligan a decir; y no cambia, solo buscará ocasión para la venganza. Porque maltrata, porque humilla y porque obliga, la imposición solo motiva repulsa y es engendradora de odio, porque, por esencia, el ser humano necesita razones, un trato pertinente, y ejemplo persuasivo…

En aquel momento del filme, cuando a, Alexander, se le presenta el espíritu del obispo, Edvard Vergerus (apellido muy reiterativo en la filmografía de Bergman como representación de aquellos hombres que cargan con los peores rasgos de personalidad), y le dice: “No vas a librarte de mi nunca”, suena como verdad implacable, pues, la infancia del director, Ingmar Bergman (Alexander en la película), plagada de limitaciones, de rigidez y maltrato al lado del pastor Luterano que le tocó por padre, lo dejó tan marcado que le chupó hasta el tuétano convirtiéndola en imágenes cinematográficas con las que hizo catarsis y sacó a la luz una obra de la envergadura de, <<FANNY Y ALEXANDER>>. Confieso, ahora, que no apruebo el título, pues, siento tan pasiva y escasa la participación de la pequeña Fanny que, emulando a Tarkovsky, me parece que pudo titularse: “La Infancia de Alexander”.

Bergman, ha logrado un filme magníficamente actuado: Jan Malmsjö, como el tormentoso obispo; Jarl Kulle haciendo de Gustav Ekdahl el “insaciable”; Pernilla August (aquí Allwin), como Maj, la amante de navidad; y el pequeño, Bertil Guve, en su valiente rol de Alexander, dan profundidad, vitalidad y firmeza a una historia que pareciera conjugar las ligerezas sociales de “El Discreto Encanto de la Burguesía”, con la mala educación que luego se le brinda a un niño, al cruel estilo de “David Copperfield”.

En esta crónica familiar, hay espacio para la fantasía, para las visiones espirituales, para expresar el escepticismo animado por un falso semidiós… y Bergman, logra dejar sentado que, cuando niño, no consiguió vivir en el mejor de los mundos, pero que, el sufrimiento y la experiencia alcanzados, pueden convertirse en un pequeño tesoro si se sabe hacer de aquello algo útil para toda la humanidad.

Enseña con amor, persuade con el ejemplo, no pretendas que tus hijos actúen a tu imagen y semejanza; déjalos ser, sirviendo tú de faro y no de alfarero… y entonces verás como un aire tibio penetra por la ventana y una nueva luz comienza a aflorar del corazón de aquellos a los que, ya tú, estás amando.
Luis Guillermo Cardona
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10
29 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1927, la historia del cine se par/tió en dos: Empezaba a quedar atrás el llamado Cine Mudo (sin voces, con intertítulos, imágenes en blanco y negro o coloreadas a mano, pianistas ambientando las escenas dentro de la sala...) y se daba comienzo a la eterna era del Cine Sonoro, que hacía posible escuchar los ruidos ambientales, la música que interpretaba una orquesta, el canto de las aves, los estruendos de las batallas… y sobre todo, las palabras (convencionales, profundas, rabiosas… o radiantes) que decían los protagonistas.

Pero, por desgracia, no todos los actores, ni todas las actrices, estaban plenamente dotados para poder triunfar en los talkies. A algunos, como le sucedió a Lina Lamont, les faltaba un buen timbre de voz… y ésto era fatal, sobre todo cuando se trataba de estrellas a las que el público ya admiraba en roles protagónicos y había idealizado.

<<CANTANDO BAJO LA LLUVIA>>, es un magistral recuento de anécdotas, situaciones jocosas, tropiezos y particulares manejos que ocurrieron en aquellos años de transición que, para algunos significó la gloria... y para otros, el final de sus carreras. Después de, “On the Town” (1949), Gene Kelly y Stanley Donen, vuelven a trabajar a dúo para demostrar con creces, que el sonido no sólo incorporaba todo aquello que captan los oídos, sino que multiplicaba por tres el impacto, la intensidad y la emocionalidad que podía lograrse con el cine cuando alcanzaba a ser arte.

La producción se cuidó hasta el último detalle: El guion de, Adolph Green y Betty Comden, es encantador, divertido y pleno de sutilezas, dejando un perfecto registro de lo que fueran aquellos tiempos. Recuérdese, por ejemplo, ese exquisito arranque con la estrella, Don Lockwood, contando como fueron sus inicios en el cine, y al tiempo que cuenta algo de su trayectoria, las imágenes contradicen por completo sus mejorados comentarios. Después, el trío protagonista, Kelly-Reynolds-O’Connor, consigue amoldarse, de tal manera, que crean un clan perfecto donde cada uno brilla con luz propia y expone un talento que sólo merece aplausos. Junto a ellos, Jean Hagen, resulta magnífica y conmovedora como Lina Lamont, haciendo imposible su acomodación a las exigencias del cine parlante.

Para complementar la brillantez de este filme, que ya ocupa un sitial privilegiado entre los musicales hollywoodenses, están las composiciones de, Arthur Freed y Nacio Herb Brown, en las que el ritmo, los juegos de palabras y los bellos significados, se conjugan solventemente para dar como resultado unas canciones perfectas; y como tocados por la gracia, Kelly & Donen, consiguen unas coreografías memorables con unos decorados impecables.

Imposible terminar sin hacer mención de la breve, pero envolvente presencia de la sensualísima, Cyd Charisse, en ese número titulado, “The Broadway Melody”, en el que Gene Kelly se la disputa a un gánster que conoce la segunda y efectiva opción de conquista.

Esto es cine para pasarla volando con deliciosos recuerdos.

Título para Latinoamérica: <<CANTANDO EN LA LLUVIA>>
Luis Guillermo Cardona
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6
19 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras el padre estudiaba medicina en Berlín, el 10 de mayo de 1911, nació la nieta del afamado escritor ruso Sholem Aleichen, cuyas historias se hicieron mundialmente populares al ser convertidas en el famoso musical “El violinista en el tejado”. Bautizada como Bella Kaufman, la pequeña sería llevada luego a Odesa donde aprendió el idioma de la familia, y cuando cumplía 12 años, junto a sus padres emigró hacia los EEUU de Norteamérica, donde pasaría el resto de su larga vida que, a la fecha de hoy, alcanza los ¡101 años! de edad.

Convertida en maestra, Bel (como era llamada por todos y como decidió firmar su libro para evitar resquemores machistas), sintió la necesidad de escribir las pequeñas pero interesantes historias que íban ocurriendo durante su estancia en el Hunter College de New York, hasta que, un día de 1965, aparecieron publicadas como una novela titulada “AL FINAL DE LA ESCALERA” que, de inmediato, se convirtió en un record de ventas que superó los 6 millones de copias vendidas, y al año siguiente despertaría el interés del productor cinematográfico, Alan J. Pakula, quien la daría a su pupilo, Robert Mulligan, para que la dirigiera.

Infortunadamente, y por los comunes manejos de la industria, un mes antes se anticipó el estreno en América de “Rebelión en las aulas” (con la que tiene algo en común) y el filme de Mulligan fue menos acogido por el público de entonces, entre otras cosas porque, la presencia de Sidney Poitier como el profesor de turno, impactaba mucho más que la tímida figura de Sandy Dennis, quien todavía resultaba un tanto desconocida, aunque ya se hubiese lucido en “¿Quién le teme a Virginia Woolf? por la que se llevó el Oscar como actriz de reparto. Sin duda, otra cosa hubiese ocurrido si, como se pretendía al comienzo, Audrey Hepburn hubiese aceptado representar a la maestra.

“CONTRA CORRIENTE” prosigue la ya larga lista de filmes (iniciada con “Semilla de maldad”) en los que, la relación maestro-alumnos se produce en un colegio donde los chicos de las minorías (negros, latinos, italianos…) comienzan siendo un fuerte dolor de cabeza, hasta descubrir luego que, dándoles una oportunidad, pueden demostrar que son tan brillantes, emprendedores y afectuosos como los muchachos de cualquier otra parte del mundo.

“Un maestro –dice la autora en su libro- es, con frecuencia, el único adulto en el entorno del alumno que lo trata con respeto”. Y la profesora, Sylvia Barrett (como se llama en el filme), dará ejemplo de este compromiso, dispuesta a convencer a sus alumnos de que entren en el mundo de la literatura y la poesía, con lo que espera que descubran las cosas buenas de la vida, mientras aprenden a hablar bien el idioma.

Demerita un tanto el filme, su tono demasiado discreto y su prudente accionar, en el que cada cosa se insinúa, pero jamás pasa la frontera de lo que comúnmente ocurre en la realidad. No obstante, queda la sana enseñanza de lo que puede lograrse con valentía, y especialmente, con una vocación que tenga asidero en el alma y en el amor.

Título para Latinoamérica: “AL FINAL DE LA ESCALERA”
Luis Guillermo Cardona
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6
13 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“En el cielo hay un pájaro, tan azul como el mismo cielo, y cuando alguien lo encuentra hallará con él la ansiada felicidad. Pero no todos pueden verlo, porque los ojos humanos son propensos a ser cegados por el brillo de la riqueza, la fama y la posición social, además de que son engañados por la burlona brizna de los honores vacíos. Pero, para los afortunados que buscan con ojos y corazón abiertos, con la ingenuidad, simpleza y fe, que son la riqueza de la infancia, hay una promesa inmortal, y para ellos vive en villancicos el pájaro azul, regocijante símbolo de felicidad y contento hasta el final”.

Con estas bellas, metafóricas y sapientes palabras, comienza la obra teatral que escribiera, en 1908, Maurice Maeterlinck, Premio Nobel de Literatura 1911, y con la cual ha sido conocido a nivel mundial pues, además de haberse representado en muchos países del mundo, cuenta ya con, al menos, cinco adaptaciones cinematográficas, siendo las más conocidas la de Walter Lang con Shirley Temple (1940) y la de George Cukor con nada menos que Elizabeth Taylor, Jane Fonda y Ava Gardner (1976).

Esta versión de 1918, fue realizada por el francés Maurice Tourneur, en sus fructíferos tiempos en los EEUU de Norteamérica, pero tengo que decir que, como “La pobre niña rica” uno de sus filmes del año anterior, este también me deja a medio camino entre el disfrute y el desencanto. Desde lo visual, el filme desborda un notable esfuerzo que hace posible solazarse con simpáticos trucos técnicos, preciosas composiciones de imágenes y un cierto aire de poesía va entrando en escena, de tanto en tanto, mientras los chicos Tyltyl y su hermana Mytyl, viajan en busca del tan ansiado pájaro azul que les ha encomendado el hada Berylune (bellamente representada por Lillian Cook quien fallecería, poco después de terminado el rodaje, con tan solo 20 años de edad).

Pero, es en la adaptación que hizo Charles Maigne donde se asientan las grandes debilidades de “EL PÁJARO AZUL”, pues, la historia más pareciera la ilustración animada de una suerte de catecismo, que una historia lógicamente ilada. Desde entonces, el filme se divide en imágenes de almíbar e imágenes de azufre, volviéndose confuso, ingenuamente moralista y con el rítmo casi en un punto muerto, salvado apenas por las juguetonas muchachas que entran en escena, que parecieran hacer tambalear los principios moralizadores del autor belga, para ceder a la libido en pugna del amigo Tourneur.

Aunque no he tenido ocasión de leer la obra de Maeterlinck, imagino que el premio Nobel no se lo dieron por contar historias a la manera que aquí se toman. Tiene que haber mucho más que una ligera fábula moral, porque, para que Constantin Stanislavski se animara, él primero, a ponerla en escena en el teatro de Moscú el mismo año de su publicación, es porque hay en ella grandes valores literarios.
Luis Guillermo Cardona
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