Bill Paxton bien podría haberse ahorrado este debut en la dirección. La película, tal como finalmente queda estructurada, simplemente no puede tomarse en serio, yo al menos no consigo hacerlo. Junto a Bill Paxton tenemos el protagónico de Matthew McConaughey, que, habiendo también estelarizado Serenity (2019), se convierte en candidato natural al premio Mejor Actor de Películas Malísimas, disputándole el galardón al siempre nominado Nicolas Cage.

La historia va de un tipo de pueblo que vive con sus dos hijos pequeños y una buena noche experimenta una visión en la que se le encomienda liquidar por medio de un hacha ritual a unos tipos malos que aparecen enumerados en una lista. Termino en spoiler porque la cosa no da para más.

Corre el año 2023 y, habida cuenta de esta ópera prima de Andrea Molaioli del año 2007, quisiera tener disponibles muchos más trabajos de este director que los que de hecho existen. Quisiera que existan más películas así. Qué difícil es encontrar un thriller con una cabal idea directriz. Éste lo tiene todo -aun en su magnífica sencillez. El idílico paraje alpino donde transcurre la acción nos infiere ecos de purgatorio, pese a sus hechizantes bellezas naturales. Encontramos allí dolores humanos, no las baratas intrigas que mayormente componen al thriller comercial promedio. Personajes heridos, atormentados, perfectamente reales: no los perfiles estereotipados de villanos y policías de pistola en mano. Un crimen que más que crimen es una tragedia. Un investigador con mucho de psicólogo y escrutador del alma humana. Una maravilla.

Un film de diez en la dirección, en la banda sonora, en las actuaciones (Toni Servillo, simplemente); en esa historia donde el mundo parece dividido con una línea que deslinda a seres marcados por la locura o la enfermedad, estigmatizando una suerte de prurito de vida normal que no es más que una ilusión -y aquí late el meollo de su significado profundo, subliminal.

Un film más que recomendable, de visión obligada, singular, soberbio.

Ésta es sin duda la obra de Night Shyamalan que más me ha gustado, de hecho la considero su obra maestra. Une a una pictografía verdaderamente artística un mensaje radical contra el mundo moderno. Nos muestra una villa con un poblado de gente viviendo según costumbres, usanzas y vestidos de una época pretérita. Pero esta comunidad tiene conciencia de la existencia de un mundo diferente, el de la ciudad, donde prevalece la maldad. Para ellos sin embargo están vedados el dinero y las ventajas del progreso. Un misterioso bosque los rodea, los aísla y al tiempo los protege de la ciudad. Es un bosque habitado por monstruos horrorosos y temibles, que por lo tanto nunca debe ser invadido ni acechado, convirtiéndose así en una barrera infranqueable entre ellos y la no menos temible ciudad. Éste es el enigma que plantea Shyamalan, el punto de partida de su gran fábula, colorida, pintoresca, misteriosa y con un clímax de suspense digno de los mejores thrillers.

Un elenco en estado de gracia con unos resonantes nombres como William Hurt, Adrien Brody, Joaquín Phoenix, Bryce Dallas Howard y Sigourney Weaver confiere el broche de oro para esta imprescindible joya del cine moderno.

Había escuchado el caso del vampiro de Düsseldorf en un notorio canal de relatos de la red y me resultó realmente pavoroso. El relato, como suelen serlo los de ese medio, fue magnífico. Me pareció entonces una buena idea recurrir al film de Fritz Lang para tener un panorama visual del caso, más aún dadas las contundentes y absolutamente mayoritarias evaluaciones que aquí presenta esta película.

Pues bien, debo señalar que aquel dicho de que "una imagen vale más que mil palabras" no se aplica a esta situación: por lo miserablemente poco que la película muestra sobre el tema y la monstruosidad humana en él implicada. En cambio, abunda en el fenómeno social que produjo. El resultado es de un aburrimiento colosal. Y prevengo que quienes se hayan quedado de la historia del vampiro de Düsseldorf con lo que Fritz Lang les ha mostrado en este trabajo se darían cuenta de lo poco y nada que saben si escucharan el relato de marras.

Hay sin duda obsolescencia en esta clase de films antiguos, pero en la presente ocasión no es sólo eso. Hay películas viejas, mudas incluso, que sobreviven a la prueba del tiempo -tantas que no cabe citar ejemplos. Esta película de Fritz Lang es mala, eso es lo que pasa; representa un tratamiento totalmente deficitario de una historia escalofriante y llena de instancias.

La razón de que un film mediocre y obsoleto resulte con tan prominentes notas en un sitio abierto y multitudinario sería materia de un estudio que no carecería de interés. Yo confieso no entenderlo, pero no me pondré a semejante investigación; y sí en cambio he capitalizado para mí que, habida cuenta de tantas experiencias de sobravaloración e infravaloración de filmes a lo largo de los años, no tiene mucho caso interiorizarse de las evaluaciones antes de decidir el visionado de un film. Es inútil. Generalmente conduce al fiasco o a perder uno quizás algo muy bueno que fue despreciado por la tribuna.

Uno a veces no puede menos de preguntarse qué tienen algunos directores en la cabeza. Pero lo cierto es que, para perpetrar un film como En Presencia del Diablo, hay que ser bastante retorcido. Dicen que lo bueno si breve es dos veces bueno. Probablemente valga también la consigna opuesta, lo malo si largo es dos veces malo. Sin dudas este film lo demuestra.

Comenzando con un formato más bien policial -y casi queriendo ser un poco "el brazo tonto de la ley"- no tarda en ramificarse como una hidra maligna. Lo policial abre paso a una de monstruos, combinación no necesariamente ilegítima hasta aquí, pero... No conforme con el mix, aparecen enseguida unos extraños zombies que, sorpresivamente, los superdetectives coreanos parecen tomar con naturalidad. La sopa se va espesando, pero nuestro chef del cine no está todavía contento. ¿Y si hacemos también algo como El Exorcista? Es una suerte que no haya decidido agregar más cosas porque hubiera resultado un largometraje desmesuradamente largo. Y no me olvido del chamanismo, porque al fin y al cabo lo único que me pareció rescatable del inmenso bodrio es la escena de la danza del chamán --que, dicho sea de paso, no será el único, bueno, ya se imaginan cómo es esto...

Previsiblemente, el producto se queda a medio camino de todo y al final no se entiende nada. Lo que sí queda, por supuesto, es ese rancio regusto de boca al finalizar el visionado de unas excesivas más de dos horas y media de un truño verdaderamente infumable.