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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1.537
Críticas ordenadas por utilidad
3
20 de agosto de 2016
7 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escándalo en el cine, como en cualquier otro campo del arte y la expresión, ha sido una constante, desde el primer beso registrado por una cámara hasta la última prohibición que cualquier censura haya establecido, toda la historia del cine ha estado presidida por el escándalo. Sean motivos sexuales, políticos, sociales, religiosos, morales o de cualquier otro tipo, lo cierto es que por su mismo carácter de espectáculo masivo y de disponibilidad a cualquier punto de vista, el cine era un espacio propicio para la manifestación en forma de rechazo de cualquiera de las hipocresías que caracterizan a toda sociedad.

El escándalo puede ser de dos tipos el imprevisto o no forzado por sus autores, o el creado deliberadamente con ese fin. “El pico” pertenece en mi opinión a este último, pues es una película pretendidamente escandalosa para la época, coyuntural, efectista, calculadamente comercial y populachera que banaliza con trazo grueso temas tan lacerantes y dolorosos como el terrorismo en el País Vasco y el mundo de la droga, desde un argumento maniqueo y esquemático. “El pico” es una película tramposa y excesivamente explícita con el fin de ruborizar a la sociedad de entonces, con los socialistas recién llegados al poder.

Un melodrama sentimental, socio-político, que confunde lo popular con el populismo. No reflexiona sobre temas polémicos, los banaliza de forma simplista y con unos personajes arquetípicos poco creíbles. Para algunos cineastas trabajar bordeando el escándalo se convirtió en una auténtica especialidad, sólo hay que repasar su filmografía y Eloy de la Iglesia fue uno de los más contumaces seguidores. Un cine de tesis, tendenciosamente de izquierdas que presenta unos personajes con poca entidad dramática. (spoiler)

Un film que a día de hoy, ni sorprende, ni escandaliza, ni irrita, pues ha quedado absolutamente olvidado y obsoleto por su endeblez argumental y por la poca pericia de su director en explicitar lo morboso y lo vulgar. Que nada a favor de corriente, demonizando a la Guardia Civil y santificando a los buenos independentistas que, por supuesto, rechazan la violencia, menos mal que, al menos, presentan a un homosexual con dos dedos de lucidez (Quique San Francisco): “esta tierra es de todos los que viven en ella” le espeta al hijo acomplejado del picoleto, junto al entrañable camello “El cojo” (Ovidi Montllor), es lo mejor de este subproducto facilón para conquistar al gran público.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antonio Morales
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3
28 de marzo de 2017
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es extraño que los usuarios de esta web cinéfila, no tengan referencias de este despropósito de película, permaneciendo tantos años en el olvido, en ese desván de la memoria encerrada bajo siete llaves. Soy yo el primero que sufre teniendo que criticar sin piedad este proyecto de sainete folclórico lamentable por su bochornoso discurso misógino y extremadamente machista, pleno de tópicos aborrecibles si exceptuamos algún número de digno musical de flamenco o sevillanas, pues hasta las canciones desafinan horriblemente con voces poco agraciadas para el género de la zarzauela que ilustra la música del maestro Serrano, sobre un anacrónico y demencial argumento grotesco que podía gustar a nuestros abuelos pero que produce estupor a día de hoy. Si al menos la realización fuera creativa, pero es que tampoco tiene ningún interés como proyecto artístico o técnico.

Sólo había que ver en la presentación previa anoche, cómo el pobre Fernando Méndez Leite, uno de los máximos divulgadores de nuestro cine en TVE, hacía equilibrismo dialéctico para no decir lo que verdaderamente pensaba, pero como alguien había decidido emitirlo por un supuesto interés cultural y a él le pagan para comentarlo, no le quedó más remedio que hacer de tripas corazón. Pues como él mismo afirma, podemos dar un paseo turistico por la Sevilla de 1936, nada que ver con la de hoy, si exceptuamos los monumentos antiguos. Esta adaptación teatral de los Hermanos Álvarez Quintero ambientada en una Andalucía profunda y reaccionaria que narra sin ninguna gracia el misterio creado por Coral al enclaustrarse en una casa sevillana para compartir la privación de libertad de Esteban, su novio, preso por defenderla, que da pie a presuntuosos donjuanes para lanzarse a su conquista y a lenguas de doble filo para inventar leyendas. Como cabe esperar pululan unos estereotipos de personajes estúpidos, la mayoría, creados por los libretistas y la adecuación de la partitura al entorno así creado. Van desfilando ante nosotros todos esos estrafalarios tipos que parecen salidos de los tiempos del jurásico: el niño de los pájaros, Cotufa, Mercedes y Laura, Miguel Angel, Don Nuez, los presos, y, como no, Coral y Esteban.

Caballeros de capa y sombrero que andan todo el día luciendo palmito de juerga en juerga y de conquista en conquista, mujeres sumisas y hogareñas que esperan a que el macho las “pise” cuya principal labor es el hilo y la aguja de la calceta. Una visión maniquea y tópica de la cultura andaluza que más que ensalzarla, la vitupera de forma cruel. Cómo podía aquel público admirar este cine amanerado y burdo, conformarse con tan poco, no me cabe en la cabeza. Esta “Reina mora” no la salva ni siquiera los actores, todos ellos desafortunados en papeles esquemáticos. Flaco favor hacen este tipo de films rancios y apolillados al buen cine español.
Antonio Morales
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9
15 de noviembre de 2013
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Federico Fellini siempre trató de contagiar al espectador los fantasmas de su universo mental – “Somos lo que creamos”, reza una de las frases más célebres de un director que definió su obra como único medio de relacionarse con el mundo – Fellini realizó “La Strada”, sobria y poética alegoría sobre el alma humana en blanco y negro, donde en un decorado neorrealista, se incrustan, como piedras preciosas, impagables detalles surrealistas; y la música de Nino Rota, animador de las ficciones fellinianas, suena nostálgica y etérea: dulce e inspirado el violín de “El Loco” (Richard Basehart); monótono y estridente el tambor de Zampanó (Anthony Quinn), “la bestia incapaz de pensar”; lúgubre y melancólica la trompeta de Gelsomina (Giulietta Masina), o la imposibilidad de alcanzar la felicidad.

“La Strada” relata un viaje iniciático, una singular historia de amores absurdos y trágicos, en clave simbólica. El forzudo Zampanó compra a la risueña Gelsomina a su madre, para que le acompañe en su gira circense por los diversos pueblos de la Italia profunda en su carromato destartalado y mugriento. Bruto por naturaleza hace desgraciada desde el principio a la inocente y jovial muchacha. Gelsomina, es el eje vertebrador del film, su sonrisa tierna y enajenada, víctima y redentora, su trompeta se hace omnipresente en la música crepuscular de Nino Rota. Hasta Charles Chaplin confesó su predilección por Giulietta Masina esposa de Fellini y alma mater de esta joya inolvidable del cine.

En 1966 Chaplin dijo: “Es la actriz que más admiro”, bello elogio del rey de la pantomima, más si este gran cineasta y actor llegó a negar la función de la voz en el cinematógrafo, en cuanto pervierte la delicadeza de la imagen muda, y corrompe la autonomía del gesto, Fellini con su imaginación desbordante, sabría utilizar el silencio dentro del cine hablado para otorgar a sus personajes un aura de otro mundo. (Quizás ese mismo mundo de imagen y poesía – el mundo de los sueños – que el cine aspiró a recrear desde sus orígenes).
Antonio Morales
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8
21 de febrero de 2015
8 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
A diferencia de la progresía imperante, que suele descalificar cualquier film bélico, que no censure el imperialismo yanqui, yo voy sólo a comentar la película desde el punto de vista cinematográfico, que es lo que debe interesar en esta web. Pues los aspectos éticos, políticos y morales me llevarían a unos argumentos subjetivos que desde luego no coinciden con el cinismo, la hipocresía y la demagogia, a la que frecuentemente recurre la izquierda militante. Quede claro que no pretendo ser defensor acérrimo del Tío Sam, pero siempre me fastidia la incoherencia ética. El antiamericanismo obtuso no sólo nubla la capacidad de análisis (como es el caso de este film, calificado de patriotero e imperialista por muchos), también confunde y trastoca el sentido moral. Ser anti algo, implica abrigar hacia ese algo un sentimiento de repulsa o de hostilidad automáticas y por lo común poco razonadas.

El francotirador es una película que atrapa y mantiene la tensión sin que puedas pestañear un segundo. Estwood en mi opinión, no toma partido por el patriotismo que la mayoría de detractores del film aluden, simplemente recrea la historia de un soldado de élite, un tejano que representa al americano medio familiarizado con las armas desde pequeño que tiene un don natural. Tras ver los atentados en las embajadas de África y sobre todo, el derribo del Word Trade Center, se siente obligado moralmente a defender su país, seguramente como redención de una vida sin rumbo, él no es ni un idiota descerebrado como algunos le tildan, ni un político, ni un analista geoestratégico. Eastwood se limita a exponer unos hechos incuestionables sobre la guerra y sus consecuencias, pero lo hace con su habitual maestría a la hora de contar una historia.

La escenas bélicas son asombrosas por su realismo y crueldad intrínseca, Eastwood a pesar de su edad, sigue siendo un cineasta con una habilidad innata para mostrarnos las interioridades de los protagonistas, Chris Kyle y su esposa (un Bradley Cooper de Oscar y Sienna Miller), qué duda cabe que la guerra cambia a las personas y la relación sentimental en la pareja, así como la del marine con sus compañeros. La sabiduría de Eastwood nos invita a reflexionar sobre los principios de cada ser humano, religión, patria, familia, compromiso moral y sobre todo la fatalidad y la ironía del destino. Kyle no es un asesino, en mi opinión, tiene dudas morales en varios momentos del film, es un especialista que realiza muy bien su “trabajo” salvando a muchos de sus compañeros en combate, aunque pueda sonar un tanto macabro.

Estwood no lanza slogans patrioteros ni maniqueos, no hay discursos ni imágenes de archivo, a pesar de ser un reconocido republicano. Al parecer, el proyecto de “American sniper” lo heredó de un proyecto desarrollado por Steven Spielberg, sin duda que bajo la batuta del director de “La lista Schindler”, la historia habría sido más sentimental y dramática, por el contrario Estwood se muestra contenido y locuaz. Cinematográficamente notable.
Antonio Morales
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3
20 de diciembre de 2016
4 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras ver esta parodia grotesca, maniquea y zafia del capitalismo más perverso, sin pretender negar en asoluto que existan casos aislados y situaciones cercanas, no me parece creíble lo que recrea este thriller en tono de farsa con tintes de humor negro, esquemático y simplista, artísticamente poco novedoso y bastante predecible. Lo más cómodo y gratificante sería clamar al cielo por un sistema económico tan inhumano y solicitar la complicidad interesada del que lea esto, dada la crisis económica mundial que hemos padecido y que ha hecho brotar los populismos de uno y otro lado del espectro ideológico, liderado por oportunistas demagogos que escuchan los indignados por su situación precaria personal, aferrándose a falsas promesas y estrafalarias ocurrencias de limosnas y subvenciones, que todos sabemos a donde nos llevan, lo estamos comprobando con Venezuela, Ecuador, Perú y hasta Grecia, a la ruina y a más pobreza para el pueblo que pretenden salvar. La revista Forbes acaba de publicar que Castro escondía una fortuna de 800 millones de dólares. Los avaros y ambiciosos no tienen ideología, sólo amasar riqueza cada uno como puede, sean de derechas o de izquierdas.

Costa-Gavras, cineasta marxista por antonomasia cuyo compromiso político le impide ser objetivo, ha abordado a lo largo de su obra temas políticos escabrosos y polémicos: el rebrote de los fascismos europeos en “Z”; el intervencionismo USA en las dictaduras latinoamericanas en “Estado de sitio” y “Missing”; o la connivencia de la iglesia católica con el nazismo en “Amén”. Era de esperar, pues, que tarde o temprano la emprendería contra el sistema capitalista por los escándalos de corrupción conocidos. Pero lo que echo en falta es una película sobre las purgas de tiranos como Stalin, Castro o la adaptación del “Archipiélago Gulag”, de Alexandr Solzhenitsyn, que denunciaba los campos de concentración en el paraíso proletario soviético para los disidentes políticos, quizá el militante cineasta no se sienta tan cómodo en estas ideas. Por cierto, qué malos son esos yanquis que le permitieron ganar un buen sueldo filmando en USA “La caja de música”, “El sendero de la traición” y “Mad city”, imagino que con toda libertad.

El capital”, manifiesto revolucionario escrito hace 150 años por el filósofo K. Marx, había quedado un tanto obsoleto y es por eso que la novela “Le capital” del francés Stéphane Osmont intenta reinterpretarlo a los tiempos actuales. Costa-Gavras recrea la avaricia insaciable que pretende dejar al descubierto la esencia de un sistema imperfecto que sólo cree en el dinero como único valor en el que se fundamenta la existencia. Así las desmesuradas ganancias rigen los principios de la actividad económica en detrimento del reparto equitativo de la riqueza. Tipos indeseables que especulan constantemente para obtener beneficios inmediatos sin crear riqueza solidaria. Todo ello muy loable, no seré yo el que defienda ese execrable comportamiento, pero lo que no es aceptable es un retrato en negro tan exagerado, donde describe a un consejo directivo de un gran banco como estúpidos niños caprichosos y malcriados encandilados con soflamas indecentes e inaceptables, sólo faltaba vestirlos con sombreros altos, gran barriga y enorme puro, todo muy tópico y chabacano.

“El capital” como film, es un entramado folclórico, pero eso sí, accesible y didáctico, que siempre filtra y matiza… En la dirección que todos esperamos, un mundo virtual de especulación financiera, con “top model” anoréxica, drogadicta que utiliza el sexo para chantajear al banquero cuando resulta que su esposa está más buena que la furcia. También encontramos banqueros americanos especuladores y horteras, pactando negocios turbios en yates de lujo rodeados de lindas rameras, conspiraciones entre accionistas, puñaladas por obtener el poder y el “listo” de Marc Torneill, director de un banco francés, todo un sicario del sistema que se defiende entre las dentelladas de los tiburones financieros. Lo peor sin duda son los eslóganes de brocha gorda, cínicos y pueriles que dudo mucho jamás se puedan escuchar en un consejo de administración de una entidad financiera, sólo en este panfleto tendencioso, facilón y oportunista.
Antonio Morales
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