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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1.537
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de abril de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film narrado desde la vigorosa óptica personal y poética fordiana, sobre la evolución de los valores del estamento militar que, como veremos más adelante, el cineasta no glorifica, sino que intenta mostrar en su cotidianidad, en su devenir natural y en sus propias contradicciones. Podría ser la biografía de un huraño y solitario jefe de destacamento, convencido de que deben acatarse las órdenes y decisiones políticas de las altas instancias hasta cierto punto. Pero en realidad, la propuesta va mucho más allá, porque todo aquel que solamente se acerque al cine fordiano por sus propuestas argumentales tropezará sin duda ante “Río Grande”.

Un militar que antepone las ordenanzas al amor y a la seguridad de su hijo, los soldados les cantan serenatas a sus oficiales, el coronel Kirby Yorke (John Wayne) sólo desea recibir las órdenes – aunque sean informales – de cruzar el Río Grande para poder acabar con los insurrectos apaches, el hijo de York cumple con el tópico de “hacerse un hombre”, y hay un voluntario fugitivo de la justicia, que sigue una conducta heroica. Simpatías por el ejercito tamizados por un estilo cercano a Kipling, aprendizaje de la vida al compás de las ordenanzas. Ford fue de los pocos directores de cine de ideología conservadora que supo mostrar a sus personajes en toda su dimensión, en cuanto a seres humanos, sin dejar de lado sus aspectos más sórdidos, e incluso repugnantes.

Dentro de su famosa “trilogía de la caballería”, “Fort apache” suele ser el título más reconocido por su latente antimilitarismo, “La legión invencible”, sería la más lúcida y evocadora impregnada de un hermoso lirismo, en cambio “Río Grande” es, en mi opinión de interesado por el cine fordiano, la más humilde y cercana. La película se revela como la crónica de un aprendizaje colectivo. Se trata de un pequeño film familiar, más claustrofóbico y espectral, tendente a la justificación de unos actos bélicos tan necesarios para los personajes como para que Ford capte las muchas contradicciones que arrastran desde el pasado. Una deteriorada unidad familiar que toma relevancia a medida que avanza el film.

De ritmo pausado que sólo puede entenderse y admitirse a través de los movimientos y las miradas de los actores (John Ford tenía una inmensa facilidad para crear emociones a través de las miradas y movimientos dentro del mismo plano: por ejemplo en la llegada de Kathleen (Maureen O´Hara) y en su primer encuentro con Wayne, su esposo. Las relaciones entre el padre, la madre y el hijo, donde apenas suenan las palabras, todo se sobreentiende con determinados gestos, el amor, el dolor y el desasosiego durante la batalla, esas esposas y madres esperando angustiadas junto al camino la llegada del pelotón con los muertos y heridos. Por supuesto nunca falta la camaradería y el humor aderezado por el típico humor irlandés que preside el aguerrido sargento Qincannon (Victor McLaglen). Desdeñar esta película, pequeña si se quiere, pero asumida en su formato, a causa de su contenido argumental, es tanto como no entender las virtudes del cine fordiano.
Antonio Morales
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7
31 de enero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alan Parker realizó uno de su trabajos más acertados en su carrera, gracias a un impactante y realista guión de un Oliver Stone que más tarde se pasaría a la dirección con suerte desigual. Un drama estremecedor basado en una historia real. Billy Hayes (excelente Brad Davis), es un joven inconsciente que anda jugando con un fuego que desconoce pero que le excita por el riesgo, el típico “American boy”, sus gafas oscuras Ray-Ban, su nerviosismo mascando su chicle compulsivamente y el sudor frío que le delata, un turista americano que pretende volver a casa con un par de quilos de hachís adherido a su cuerpo, pero que tiene la desgracia de ser detenido en un control antiterrorista al pie del avión en el aeropuerto de Estambul.

Una estupidez de juventud que le marcará para toda la vida, un relato sobrecogedor de una violencia explícita que asombró en su tiempo, que proclama el desprecio por el ser humano que es vejado y humillado, pero no sólo físicamente, sino lo que es más grave, moralmente, es socavar la dignidad del ser humano. Pocas películas han logrado transmitir la angustia, la ira y la locura de una manera tan efectiva, Billy no es solo un reo, es el símbolo de lo que un país puede sacrificar para dar una buena imagen, es la víctima de una venganza política por un conflicto entre dos países que propicia un castigo ejemplarizante.

“El expreso de medianoche” juega desde el principio con mecanismos de identificación con el protagonista, lo que propicia la empatía con el muchacho al descubrir la inseguridad jurídica del país, la ineptitud de los abogados, pese al interés abnegado de su padre, la farragosa burocracia y la indiferencia de su embajada. Parker coordina a la perfección los resortes de una brillante puesta en escena. La fotografía es sucia y áspera como las mazmorras que muestra, pocilgas indignas e insalubres. En cambio la música de Giorgio Moroder me parece vulgar y excesivamente valorada.

Una vez en la cárcel, vivimos y sufrimos con Billy la violencia del despótico jefe de la prisión, un tipo abyecto y brutal, su mirada fría hiela la sangre, la extorsión del típico soplón que se aprovecha de sus privilegios, pero también aprenderá a sobrevivir con amigos entre ellos Max (John Hurt), un recluso que conoce las interioridades del recinto, de moral muy diezmada, que se consuela con sus canutos y la compañía de su gato, que es consciente que nunca podrá coger el famoso expreso que da título al film. El mejor consejo como muy bien escribe en su estupenda reseña mi amigo Vfoul: “Nunca hagas lo que no debes, y mucho menos en país que no conoces”.
Antonio Morales
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6
29 de enero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Victor Navorski (Tom Hanks), un pasajero eslavo de un país imaginario es el álter ego cinematográfico de Merham Nasseri, un iraní sin pasaporte en la vida real, al parecer, alegó que se lo habían robado, que vivió desde el 8 de Agosto de 1988, casi 18 años en el aeropuerto Charles de Gaulle, abandonado a su suerte en la zona dedicada a los sin papeles, viviendo en un limbo burocrático, no tan romántico y jocoso como nos lo presenta Spielberg. Los franceses hicieron sobre el musulmán un film titulado “Tombés du ciel” de Philippe Loiret. En 20004 fue el director de “Tiburón” el que se interesó por la historia de Merham, al parecer, incluso le pagó 300,000$ por los derechos de su odisea. Spielberg se decanta por una parábola liberal sobre el actual estado de paranoia en el que viven los Estados Unidos desde el fatídico 11 de Septiembre de 2001, y lo hace en clave de comedia romántica intentando desdramatizar un hecho que suele suceder en muchos aeropuertos del mundo, pero que suelen tener menos repercusión que el de Merham.

Navorski es una más de los miles de viajeros que pululan cada día al JFK de Nueva York (un inmenso aeropuerto, lo digo por experiencia), un lugar donde todo se renueva de forma constante, donde nada deja huella, que en el control de pasaportes le dan la mala noticia: hay un conflicto político en Krakozhia, su país, lo cual invalida su pasaporte y debe esperar indefinidamente a que las cosas se arreglen, todo ello deriva hacia una situación cercana al universo literario de Franz Kafka. Quizás a partir de ahora habría que tomarse más en serio la obra del escritor checo y no juzgarla como un conjunto de simples alegorías sólo porque propone argumentos absurdos. En el mundo en que vivimos las cosas no siempre tienen su lógica, pues aunque al ser humano se le supone un ser racional, a veces somos todo lo contrario, cometiendo tantas estupideces dolorosas como las que escribió Kafka.

El pobre Navorski no sólo tiene que luchar contra la burocracia, sino soportar la beligerancia de ese director de seguridad e inmigración autoritario, trepador y paranoico que se empeña en deshacerse del problema de Navorski a toda costa. Así como sobrevivir en un microcosmos humano creado y descrito por el cineasta, con sus historias de trabajadores ilegales, empleados enamorados y bellas azafatas neuróticas, consiguiendo momentos divertidos, porque pasamos del drama a la comedia fácilmente gracias al estupendo trabajo de Tom Hanks que personifica a ese turista atrapado entre una multitud indiferente e insolidaria al que nuestro protagonista, gran amante del Jazz que honra la memoria de su padre y que ama a su país por encima de las adversidades, tendrá que sortear unas cuantas para conseguir lo que se propone.

Tom Hanks es considerado…, yo lo suscribo, el sucesor de James Stewart porque borda las fábulas contemporáneas que podía haber firmado en su día Frank Capra. Su dilatada carrera está llena de personajes inolvidables: desde el Forrest Gump” que comía bombones en el banco mientras esperaba el autobús, el “Naufrago” que hablaba a una pelota a la que había pintado una sonrisa, el librero romántico que enviaba e-mails a la pizpireta Meg Ryan o, ese magistral maestro de pueblo al mando de un pelotón que tiene que infiltrarse tras el desembarco de Normandía para “Salvar al soldado Ryan”, son papeles que definen a un actor, escaso de gestos y de fraseo torpón, pero con una tremenda credibilidad interpretativa.
Antonio Morales
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7
4 de octubre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de enterarme del fallecimiento del escritor Tom Clancy, especializado en novelas de política ficción que han sido auténticos “bestsellers”, algunas de sus novelas han sido llevadas al cine, con desigual fortuna, pero con gran éxito de público, y me ha parecido oportuno escribir algo sobre su libro y adaptación más interesante, al menos para mí: “La caza del Octubre rojo”, una historia de desertores y guerra fría.

La película de John McTiernan, un director interesante, considerado un artesano más que un autor, como si el artesano no fuera también autor de la obra. “La caza….” Es una película entretenida, homogénea y equilibrada, que en los tiempos actuales ya es decir mucho a su favor, a pesar de tener más de veinte años. Otro punto importante a su favor es la acertada elección de actores, Alec Baldwin hace el mejor trabajo que le he visto, en el papel de Jack Ryan, analista de la CIA, Scott Glenn, Sam Neill y James Earl Jones admirables también, pero por encima de todos planea la sombra de un soberbio e indiscutible actor con carisma que ejerce el personaje del capitán Marko Ramius (el gran Sean Connery).

Película de suspense, de submarinos dentro del género bélico, el director logra neutralizar aceptablemente, la consabida carga ideológica que habitualmente emborrona obras similares. El film huye del tono discursivo de la obra literaria y de su moral reaccionaria. En mi opinión, el cineasta mediante su puesta en escena parece querer construir una película de aventuras, con la guerra fría como mero telón de fondo. Rescatando unas pocas ideas del viejo cine bélico hollywoodiense y fiel a sus métodos de trabajo, convierte “La caza…” en una película claustrofóbica. Aunque se desarrolla en variopintos escenarios, absolutamente todos los decorados están tratado de manera barroca y sofocante, con encuadres muy recargados, sometidos a un tratamiento espectral de la luz y el color, excelente operador Jan De Bont.

El buen pulso narrativo de McTiernan tiene sus limitacines, me refiero la falta de profundización en los personajes, no hay suficientes razones, consistencia dramática por parte del capitán Ramius y su tripulación para desertar, ocurre lo mismo con el analista Ryan, biógrafo que siente fascinación por Ramius, su deducción en la estrategia del submarino ruso, parece conocerlo porque está en el guión, nada más. Al cineasta le interesa prioritariamente los mecanismos físicos de la aventura más que el aspecto emocional, desperdiciando la posibilidad de otro tipo de aventura, la interior. Quizá por eso la película se muestra fría y distante, captando la atención del espectador, sobre todo, por su inusual precisión narrativa de unos hechos faltos de una necesaria dimensión humana.
Antonio Morales
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9
19 de septiembre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1925, con motivo del vigésimo aniversario de los brotes revolucionarios que recorrieron la Rusia zarista en 1905, un grupo de cineastas soviéticos, entre los que estaba Eisenstein, recibieron el encargo de filmar una serie de películas que conmemoraran estos hechos. El nombre de Serguei Mijailovich Eisenstein fue sugerido por la guionista Nina Agadianova, que había quedado impresionada por su primera película: “La huelga”. Fruto de aquel proyecto institucional surgieron dos obras maestras del cine de todos los tiempos: “La madre” de Vsevolod Pudovkin y la que nos ocupa, basada en un argumento de la propia Agadianova e inicialmente concebida con una estructura de tragedia clásica en cinco actos.

En un primer momento, el cineasta que tenía en aquel entonces 27 años, iba a trabajar sobre un proyecto con varios episodios que narraban los acontecimientos revolucionarios de todo aquel año. Dándose cuenta Eisenstein, que su magno proyecto era inabarcable y sería imposible tenerlo terminado para la fecha prevista, se trasladó a Odessa (al sur de la actual Ucrania) para rodar ahora con estructura de película única, la sublevación de los marinos del acorazado zarista ”Principe Potemkin de Táurida”. Para ello aprovechó un barco gemelo encallado, el “Doce apóstoles”, y empleó a actores no profesionales, pues uno de los principios ideológicos del film era la supremacía moral de la colectividad frente al individuo.

Los hechos históricos distan mucho de lo que se narra en la pantalla, pues la revuelta fue rápidamente sofocada, y la famosa matanza de las escaleras de Odessa nunca tuvo lugar (las escaleras que dan acceso al puerto sí existen, pues yo he tenido la suerte de visitar esa preciosa ciudad del mar negro). Desde un prisma artístico, este hecho es irrelevante y, además profundamente coherente con el pensamiento de Eisenstein, según declaró posteriormente: “La realidad no tiene ningún interés fuera del sentido que se le da, de la lectura que se hace de ella; a partir de ahí el cine se concibe como un instrumento (entre otros) de su lectura: el cine no tiene la obligación de reproducir la realidad sin intervenir en ella, sino por el contrario, reflejar esa realidad dando al mismo tiempo un cierto juicio ideológico sobre ella”.

. “El acorazado Potemkin” es la única película de propaganda política que ha superado tal condición y se ha convertido en un modelo artístico. Curiosamente, su artífice fue considerado sospechoso de individualista y con afinidades burguesas por las autoridades comunistas que obstruyeron permanentemente su carrera.

Continúa en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antonio Morales
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