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Críticas de Fernando Puertas
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Críticas 121
Críticas ordenadas por utilidad
8
31 de diciembre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los cineastas actuales que de forma más patente deja entrever sus ideales políticos en cada uno de sus filmes es el británico Ken Loach. De tendencia trotskista, Loach es conocido por sus filmes de temática social, cercanos a las clases bajas y no exentos de críticas al poder capitalista y neoliberal. En este sentido, películas como La cuadrilla entroncan con otras comentadas en este blog como Full Monty, donde también se retrata la vida de obreros golpeados por el capitalismo de la Dama de Hierro Margaret Tatcher.

Si en la película de Cattaneo veíamos a un grupo de desgraciados a los que Maggie dejaba en bolas, en La cuadrilla asistimos a las vivencias de unos trabajadores ferroviarios que ven cómo la compañía en la que trabajan es privatizada y han de amoldarse a las condiciones laborales exigidas por el nuevo jefe.
Con algunos actores traídos de hecho de la película de Cattaneo, como es el caso de Steve Huison, que si bien interpreta a dos personajes iguales en su situación económica son prácticamente antagónicos en su posición ante la vida; pienso que una de las mayores virtudes de La cuadrilla, y quizá de la práctica totalidad del cine de Ken Loach, es la inteligente combinación de comedia y tragedia para contarnos una historia que sin duda es triste, aportando graciosos momentos que nos arrancan una sonrisa. El realizador británico consigue así no sólo criticar el sistema económico liberal, sino además reírse de él y contar una tierna historia que a nadie deja indiferente y que invita a la reflexión.
En La cuadrilla, Ken Loach deja claro que, bajo el capitalismo, el obrero se convierte en su propio enemigo al asumir como propios los intereses de su explotador, lo cual le trae sin duda terribles consecuencias que es preciso tener en cuenta ante la posibilidad de quedarse sin trabajo.
Sumergidos en un triste paisaje nublado típico de Inglaterra, los personajes ven cómo su situación laboral les afecta no sólo en lo económico, sino también en lo personal, familiar y sentimental, hecho que, gracias a que parte del reparto está conformado por actores no profesionales, acerca al espectador las vivencias de cada una de esas personas para que las viva como propias, para que veamos en cada uno de los personajes de la pantalla esas mismas personas que vemos nosotros, espectadores, en nuestro día a día cuando vamos a nuestros centros de trabajo. Genial película de un más que interesante director.
Fernando Puertas
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9
23 de diciembre de 2010
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un conocido diputado de izquierdas llega a la ciudad con ocasión de una conferencia-mitin, en una sociedad gobernada por la extrema derecha tanto en el ámbito político como en el social. Los provocadores fascistas del Gobierno no dudan en acudir a reventar el acto, que se salda con la muerte del orador, y cuya investigación no dejarán de entorpecer mediante amenazas, manipulación de pruebas y demás artimañas para que la verdad no salga a la luz y se identifique al asesino.
Este es el argumento que presenta Z, basada en la novela homónima de Vassilis Vassilikos, y una de las películas más conocidas del director franco-griego Constantin Costa-Gavras, maestro del cine político y conocido por su simpatía hacia las izquierdas.
Z es una película antifascista que, en este sentido, puede recordarnos a esas otras obras también antifascistas que conformaron el neorrealismo italiano, especialmente las de Rossellini. Es una película contra la autoridad y el abuso de poder en la sociedad occidental capitalista, que presume de representar el paradigma de mundo libre y que no duda en atacar a toda tendencia opositora con capacidad para hablarle de tú, en un claro ejemplo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. La película no parece denunciar ningún Gobierno en concreto, sino todos a la vez. No se dan nombres, sólo cargos; y no se habla de lugares específicos, sino de "ciudad" o "país". Pero los autores ya se encargan de que desde el principio del filme quede claro que cualquier parecido con la realidad NO es pura coincidencia. Sólo con esta advertencia inicial uno ya coge con gusto la película, un poco confusa al principio, pero que se va aclarando y va subiendo de intensidad cada vez más hasta alcanzar un clímax final en el que el espectador se alegra de haber invertido dos horas de su tiempo en visionar semejante joya.
Siendo de los primeros filmes del director, la realización es mejorable en cuanto a técnica (algunos planos no son todo lo estéticos que a uno le gustaría), pero en tanto que forma de contar la historia no puede ser mejor, con elegantes flashbacks, contando con imágenes cada versión de los interrogados. Ese tipo de cosas hicieron que Z bien mereciera el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1969, y también el de montaje.
Con una estética que recuerda vagamente al spaguetti western en cuanto a la música (de Mikis Theodorakis) y a la apariencia de los personajes (uno tiene la sensación de que de un momento a otro va a aparecer el feo de Eli Wallach haciendo de las suyas), Z presenta un reparto de lujo en el que destacan Yves Montand y Jean-Louis Trintignant, a quienes ya habíamos visto en El salario del miedo y Un hombre y una mujer, respectivamente.
Una genial película de un más que respetado director con la que en ocasiones uno se ríe, debido al peculiar sentido del humor que por momentos el filme destila, pero que en verdad no tiene ni pizca de gracia.
Fernando Puertas
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7
11 de marzo de 2010
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los estrenos de esta semana es Green Zone: Distrito protegido, dirigida por Paul Greengrass y basada en la novela de Rajiv Chandrasekaran. La historia se desarrolla en la última invasión a Irak en 2003 por parte de EEUU para buscar unas supuestas armas de destrucción masiva que, finalmente y tal y como todo el mundo suponía (a excepción de Bush, Blair y Aznar), no existían, y eran una mera coartada para dar un golpe de Estado en condiciones. Esto es precisamente lo que le pasa al alférez Miller (Matt Damon), que tras varios intentos fallidos de búsqueda de las dichosas armas se empieza a preguntar si realmente existen o qué diablos pasa. ¿Alguien ha dado información falsa? ¿Quién ha sido? ¿Por qué lo ha hecho? Serán los interrogantes que se le plantearán al espectador visionando el entretenido filme.

La película no va a pasar a la historia por ser la mejor de la historia, pero es cine palomitero que de vez en cuando apetece. Además era un preestreno, y gratis, así que había que ir. Los actores en general cumplen, destacando Yigal Naor, quien interpreta a Al Rawi, un oficial del ejército iraquí.
Parece que los estadounidenses ya van aceptando que la invasión a Irak fue una cagada, y está bien que esto sea mostrado a través de películas como Green Zone: Distrito protegido. En la obra vemos cómo se articula un golpe de Estado para instaurar un gobierno títere que obedezca a su amo el tío Sam, práctica que éste ha venido desarrollando a lo largo del siglo XX. Muy bueno también, por cierto, el contraste mostrado entre el distrito protegido en sí y el resto de Irak, destrozado por los ocupantes, que me ha recordado al choque visual y social que podemos ver en la última película de Costa-Gavras, Edén al oeste, donde, mientras aparece el cuerpo muerto de un inmigrante que llega a la orilla, los turistas se lamentan porque no se podrán bañar, pero bueno, "menos mal que tenemos piscina".
De señalar algo malo, me quedaría con esos movimientos bruscos de cámara que hacen que ésta “se note”. A veces me he mareado un poquillo.

En fin, si no hubiese sido un preestreno gratuito en la facultad es seguro que no hubiera ido a verla, pero siendo así no perdía nada, y la verdad es que he salido bastante satisfecho.
Fernando Puertas
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9
15 de mayo de 2010
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la granja de Borgensgaard viven los Borgen, una familia católica y tradicional. La familia está formada por Morten (Henrik Malberg), el padre, junto con sus tres hijos: Mikkel (Emil Hass Christensen), Anders (Cay Kristiansen) y Johannes (Preben Lerdorff Rye), además de la mujer de Mikkel, Inger (Birgitte Federspiel). Ésta está a punto de dar a luz, con lo que sería el tercer hijo de ella y Mikkel. Anders trata de casarse con Anne (Gerda Nielsen), la hija del sastre, a cuyo matrimonio se oponen los padres de ambos por interpretar el cristianismo de distinta forma. Por último, Johannes era un estudiante de teología animado por su padre que acabó por enloquecer y vive encerrado en su habitación. Únicamente sale para predicar la palabra, porque se cree que es Jesús de Nazaret. Un día, la familia será víctima de una profunda desgracia, a la que únicamente un milagro podría ofrecer algún tipo de solución.

Carl Theodor Dreyer ya se consolidó como dinosaurio del cine con La Pasión de Juana de Arco (1928). Al igual que otro director también nórdico como Ingmar Bergman, Dreyer exploraba en sus películas los temas religiosos y filosóficos. De hecho, ambos directores, aún habiendo crecido en el protestantismo, se pasaron al catolicismo con el tiempo. Dreyer se caracteriza por una evolución hacia la búsqueda de lo abstracto en cada una de sus películas, tratando de quitar protagonismo al espacio para concedérselo a los conflictos que viven sus personajes.
Ordet (La palabra), basada en la obra teatral de Kaj Munk, posee uno de los finales más famosos de la Historia del Cine. En la película vemos una interpretación pausada de los actores, que rara vez se miran a los ojos (acercándose de ese modo a la espiritualidad), así como una práctica ausencia de música a lo largo de todo el filme. Ordet (La palabra) es una película lenta, lo cual, por supuesto, no quiere decir que no tenga ritmo, porque lo cierto es que lo tiene, y muy cuidado. Uno de los elementos que contribuyen a crear ese ritmo lento son esos larguísimos planos (a veces planos secuencia) en los que el realizador no corta. De ahí que la película, en más de una ocasión, nos recuerde más bien al escenario de un teatro en el que los actores se desenvuelven e interpretan su papel en el tiempo exacto que dura la obra.

También con una fotografía muy cuidada, Ordet (La palabra) de Dreyer es todo un manifiesto filosófico en el que se defiende que, más que decirse creyente, lo que cuenta es hacer las buenas acciones que de un verdadero creyente se esperan. Hay que ser una buena persona, amar al prójimo y ser más humilde, porque importan más los actos que la fe. Amén.
Fernando Puertas
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7
11 de mayo de 2010
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia comienza en un campo de concentración en la Italia de posguerra, en 1948. Aquí está Karin (Ingrid Bergman), quien quiere irse de allí cuanto antes, pero el permiso le es denegado por no tener dinero para partir. La única forma de hacerlo es casándose con Antonio (Mario Vitale), un soldado, con quien se va a vivir al pueblo de éste, Strómboli. Lo que Karin no sabe es que ha salido de un campo de concentración para meterse en otro, pues ya desde un principio vemos que Antonio no es del todo una persona de fiar. Pero eso ahora a Karin no le importa, quiere salir de ahí como sea. Al llegar a Strómboli la mujer se da cuenta de lo poco a gusto que va a estar: Strómboli es un viejo pueblo de pescadores semiabandonado, con la constante amenaza de los volcanes de alrededor. Incluso la gente que vivía allí se marchó porque no aguantaba más, ¿cómo va a poder Karin resistirlo aún sin estar acostumbrada?

Karin tratará de encontrar consuelo en el cura del pueblo, que únicamente le dice que tiene que sufrir, aguantar, humillarse y rezar. Únicamente le pide paciencia, no le da soluciones. La incomunicación que siente Karin es total, viéndose reflejada en su máximo esplendor cuando le suplica al niño que le hable, que le diga algo. Karin tratará de adaptarse a su nueva vida, pero cada vez le es más difícil: malas miradas de los vecinos, celos de su marido, etc.

Creo que en el personaje de Karin puede rastrearse la figura de Jesús. La mujer pasa todo un calvario. Desde el principio hasta el final de la película va de mal en peor, teniendo únicamente un mínimo respiro cuando su marido no está y tiene tiempo para aderezar la casa, algo que, por cierto, no gusta a su marido cuando vuelve. El sufrimiento que va experimentando Karin llega a su clímax, y de nuevo aquí podemos encontrar en cierto modo la figura de Jesús, cuando, en la cima del volcán, invocando a Dios, dice, refiriéndose a los habitantes del pueblo, “no saben lo que hacen”.

Strómboli, tierra de Dios es una película interesante de Roberto Rossellini que, a pesar de que no es cien por cien neorrealista (usa actores profesionales, y es sabido que ya cuando se casó con Ingrid Bergman el director romano fue abandonando el neorrealismo), sí hay quien la mete en ese mismo saco por presentar algunas características similares.
Fernando Puertas
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