Wes Anderson se aleja de la estructura narrativa convencional para ofrecer un original retrato de familia, donde todo gira en torno a la figura de un hombre ruin y egoísta, que busca redimirse tras una vida de abandonos, triquiñuelas y desinterés por su esposa e hijos. El trabajo interpretativo es magnífico, la cámara persigue una estética preciosista, la música es buena y oportuna, y el humor es muy contenido, se oculta en los detalles sin provocar la carcajada fácil, como ocurre con la ropa y los complementos de los protagonistas. De hecho, es mucho más drama que comedia, y a pesar de las excentricidades, el espectador llega a comprender el inmenso dolor que arrastran los personajes. Muy interesante.

Su origen literario no me interesa ni lo más mínimo, y en el momento de su estreno la obvié, a pesar del bombo que le dieron. Por eso me sorprendió encontrarla en la selección que Taschen realizó en su libro "Cine de los 2000" y me decidí a verla. Resulta una película agradable, no muy divertida pero sí entretenida, con una interpretación sensacional de Zellweger, que se sitúa por encima de la nota media de las comedias románticas contemporáneas protagonizadas por Sarah Jessica Parker o Jennifer Aniston. El argumento es tópico, pero el guión contiene ciertas dosis de acidez que lo hacen interesante.

Las malas películas también deberían ser ilegales en este estado norteamericano. Sólo esta frase, y otra muy buena (cuando el personaje encargado de resolver los problemas nacionales pregunta al doctor que le examina los ojos si es capaz de ver un alma dentro) destacan en un guión plano, de diálogos huecos y situaciones poco creíbles. Un thriller más que retrata una venganza familiar y que empobrece la filmografía de los que en él participan.

En la segunda entrega de Bridget Jones falta el ingrediente esencial de la primera, esa pizca de acidez e ironía que ahora es sustituida por un acaramelamiento mucho menos interesante y afortunado. Zellweger se sigue entregando con entusiasmo al personaje, pero el resultado es disparatado, y sólo divertido por momentos. El trío amoroso ya no resulta creíble, pues compiten en condiciones desiguales, ya que ella lo tiene claro, a pesar de sus dudas esporádicas. Y se mantiene la aparición de canciones archipopulares de los años 80 y 90, pero con menos fuerza. Siendo sincero, Bridget Jones no es tan interesante como para exprimir más el filón.

Thor navega entre dos mundos.

El de ficción es grandilocuente, un derroche de fantasía e imaginación de sus creadores, que diseñan un reino de Asgard colorista, fastuoso y mágico, en contraposición a la gélida oscuridad en que habitan los gigantes de hielo. Siendo fascinante, esta parte del filme bordea peligrosamente el ridículo, sobre todo en la figura del rey Odín, que combina la fuerte presencia de A. Hopkins con un vestuario indefinible.

El real desperdicia la posibilidad de crear más humor. Un dios escandinavo acaba de ser desterrado al planeta Tierra. Su capacidad de adaptación al lenguaje, a los objetos y a las costumbres es sorprendentemente rápida, y sólo da lugar a unos pocos gags, como la rotura de una jarra de cerveza, su deambular entre los coches con atropellos incluidos y a la descarga de una pistola eléctrica. Eso sí, Chris Hemsworth está muy bien elegido para el papel, es el Thor que todo aficionado al cómic se imaginaría.

En conclusión, resulta muy entretenida, cojea en el despliegue de los federales en torno al martillo, a todas luces desproporcionado, y deja preparada una historia de amor para la siguiente entrega. Pero no emociona.