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España España · santiago de compostela
Críticas de berenice
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Críticas 149
Críticas ordenadas por utilidad
8
27 de enero de 2013
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Malvenidos a Port Hurrac, un pueblo de la Francia profunda, (la misma profundidad negra de la que aún no nos hemos librado del todo en varios puntos de España, incluso en el siglo XXI, aunque es verdad que las cosas han cambiado). Yo he vivido en algunos de esos pueblos, debido a mi condición de maestro. Es verdad que un entorno más duro propicia más crueldad, también en los niños. Un pájaro que se cae de un árbol puede tener su oportunidad en Madrid capital, pero no en Port Hurrac. Igual que Mouchette, que está condenada y, por eso, se convierte en alimaña.
La película no se corta a la hora de cargar las tintas, por más que lo haga en plan ascético y estilista. Todo nos es hostil en ese pueblo a los civilizados y leídos urbanitas, los que vemos cine de Bresson, cine de estilo personal y poderoso, pero no exactamente neorrealista. Cuando los hombres beben, notamos arcadas en el gaznate. Cuando la maestra castiga, nos los creemos, así como su cara de infinito asco, (aunque no entiendo cómo Mouchette canta tan afinado y con voz tan preciosa y luego se empeña en fallar una única nota). Para tirar barro, la niña escoge siempre el mismo cubil entre el follaje, como una alimaña. Los personajes aparecen unos al lado de otros, pero son entes individuales, aislados, sin conexión. Las almas de ese pueblo carecen de comunión entre ellas; sólo un remedo entre vapores de alcohol. El ambiente de animalidad no da tregua, ayudado por una composición escenográfica extraordinaria, por unos interiores sucios, desesperados también, prodigiosos. Y el barro, una vez más usado como símbolo de ausencia de conciencia moral, (recuerdo ahora, en el mismo plan, “La marcha nupcial”, de Stroheim).
Es tanta la desesperanza que no creo que haya otro film más desesperado en la historia. Como cristiano, a Bresson se le debió venir el mundo encima al idearlo, o al leer al también cristiano Bernanos. Aquí desterraron la complacencia. Se pasaron cuatro pueblos, la película es casi insoportable. De verdad.
Como siempre en un cineasta tan sobrio como Bresson, la banda sonora es muy importante. Nunca hay música compuesta por un compositor profesional que subraya las escenas. En su lugar, un universo de sonidos con su simbología propia. Los zuecos usados como leitmotiv de la miseria que se aproxima; la canción del acordeón colisionando con la melodía feliz de los cochecitos de choque, único momento de felicidad de la niña, (colisión que deforma la bonita melodía y la vuelve siniestra, a lo Charles Ives). Hojas, vientos, lluvias, no hay sonido sin un porqué. Especialmente magistral es el llanto del bebé. En todas las demás películas del mundo, cuando llora un bebé no tarda en callar. Aquí sigue, y sigue, y sigue…y sigue.
Para mí, la película sería una obra maestra absoluta, con escenas inolvidables, de no ser porque también contiene algunos largos momentos plúmbeos. Y esto es grave en un film de hora y cuarto. Sí, ¿qué pasa? ¿No se puede decir? Hay largas secuencias sencillamente aburridas. Esto no puede pasar jamás, ni con Bresson ni sin él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
berenice
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1
5 de febrero de 2013
22 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre un sencillo esqueleto de folletín, Hugo construyó un fresco grandioso sobre historia, filosofía y sociedad. Pero aquí sólo está el esqueleto de folletín, en un “más simple todavía” ni siquiera circense. En el film de Hooper todo es tan magro como su concepto de “emoción”, que consiste básicamente en sarro, mocos y lágrimas vistos bien de cerca, (por cierto, el sarro desaparece después en algunos personajes que se “ennoblecen”).
Nada que añadir a lo ya comentado por otros usuarios sobre el estomagante uso del primer y primerísimo plano. Es una estética vacua y cargante. ¿Por qué? Hay una película, ésta sí verdaderamente musical, llamada “Oliver”, de 1968. En un momento, sale un primer plano del viejo Fagin, de los pocos primeros planos que tenía aquel film, pues allí el recurso se usaba con mesura. Fagin mira a Oliver Twist, que se está durmiendo, y con un rostro de impresionante profundidad NO canta lo siguiente: “niño, yo también fui como tú, yo también fui puro. Fui honrado una vez. Ahora te espera mi vida, te espera el lumpen. No me gusta, pero no hay remedio. Estás condenado, niño”. La diferencia con “Los miserables” es que, en ese primer plano, Fagin dice todo eso con la mirada. No canta nada en ese momento, pero el espectador sabe que eso es lo que está pensando. En “Los miserables”, cualquier indicio de sutileza en el primer plano desaparece. Si están tristes, cantarán “que triste estoy”; si se debaten en una duda, cantarán: “estoy en la duda”. Si les mueve un resorte de venganza, cantarán: “no pararé hasta…”.Y de esta forma hasta el paroxismo. Así, toda la inmensa potencia expresiva del primer plano, de su posibilidad de sutilezas sin fin, de su decir sin hablar (cosa que no ocurre en el teatro, de ahí que las canciones remarquen tanto el puro pensamiento), se queda en truño de poca monta a cargo de un director impostor y lamentable. Casi peor es la estética elegida en las transiciones entre primer y primer plano: a trompicones, como en los videoclips, (una concesión a estéticas televisivas hecha para, (sospecho), agradar al público de los institutos).
Después, está lo de la cámara en manos de un borracho aficionado. ¿Estilo personal o gilipollez también cargante? Algo peor: pretensiones de gran autor. Fijaos bien que, durante la primera mitad de la película, la cámara tiembla de modo insufrible. A partir de la escena de la barricada, cuando ya están todos muertos, cambia el cameraman y se usa más el trípode. Sospecho que han pretendido crear tensión hasta el momento catártico y central del film y destensión a partir de ese momento. Sea como fuere, todo lo que se hace con la cámara en esta película es pueril y crispante.
Peor aún es la caracterización de personajes. Aquí no acabaríamos con las imbecilidades. Están todos entrevistos, semiesbozados entre flashes manieristas tontorrones. El peor, sin duda, es Valjean. De coloso plagado de simbología en la novela, pasa a calzonazos sin fuste: parece que su hija es su mujer y que le va a poner los cuernos en cualquier momento. La interpretación que de él hace es triste y lamentable, un tío de 30 y pico maquillado. De la voz de Javert y el monolito que le construye Crowe hablamos otro día. Y la rapidez patética con que todo ocurre, que no deja ver ni saber nada de ningún personaje, por más que vengan luego a cantarnos en primer plano para saber algo de ellos.
En fin, viendo las críticas de FA es conmovedor ver al pueblo español tan sentimental y con tanta repentina afición a la ópera. Porque esto no es un musical cinematográfico, (género del que podemos hablar otro día, sino una ópera grabada de cerca). Además, y esto ya es algo personal, siempre me han parecido muy malas las canciones de “Los miserables”, salvo dos o tres de mayor calor melódico. Si añadimos a todo lo anterior una duración no apta para vejigas llenas tenemos ya catalogado el invento: el mayor, más aburrido y más miserable truño de los últimos años. De abandonar la sala, de verdad, a no ser que lo que te vaya en realidad sea la sensiblería disneyana y los especiales de Nochevieja, donde se da paso a actuaciones individuales y desconectadas bajo un cierto aroma buenista.
berenice
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4
9 de agosto de 2012
21 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admitamos que la verdad histórica puede ser más o menos sustituida por otra en aras de conseguir un relato dramático, (y no he leido la novela de Dumas); admitamos que en el siglo XVI la mentalidad es muy distinta a la de una moderna sociedad occidental, y que la proximidad continua de la muerte o la carencia del sentido de intimidad hace a las gentes y sus reacciones muy distintas de lo que esperaríamos nosotros; admitamos que los muertos están desnudos aunque hayan sido asesinados vestidos, y que no hay ninguno en el centro, todos a los lados de los pasillos; admitamos también que la mayor realeza de Europa, la de Francia, que vivía en los mayores y más fastuosos palacios y castillos, (Louvre, Vincennes, Blois, Chambord...), se arrastre siempre en plano medio por lóbregos escenarios que nunca terminan de verse del todo, (será para no distraerse de la trama, pero da la impresión de culebrón sudamericano); admitamos que Catalina de Médici, quiero decir Virna Lisi, se ha escapado de la corte de Jabba el Hut; que el absolutamente ridículo Daniel Auteuil mate a un jabalí con sus manos sin deshacerse esa espantosa permanente que le han colocado, y que se folle a Margot con la puerta abierta y un cadáver caliente recién caido por la ventana, (por el que lloraba desesperado ¡¡10 segundos antes de fornicar!!); admitamos que la histeria sea continua, incluso cuando no hay motivo para ello, como forma de disimular el poco talento del director; admitamos que la música de Bregovic, mediocre, tenga cierto aire balcánico, (muy apropiado para la Francia del Renacimiento), cuando usa coros, o en otros momentos recuerde a Janacek o así; admitamos también que el actor que da vida a Carlos IX, (Jean-Hugues Anglade), es un compendio histriónico, pero no genial, de excesos, caritas, posturas y gestos que estomagan hasta a su madre, que no sé si lo envenena por error o adrede; vamos a perdonar también la escena donde se reconcilian el hugonote Perez y su católico perseguidor, aunque el sonrojo por la estupidez aún me dura, (será que estamos en el siglo XVI, me digo a mí mismo); salvemos también a Adjani, guapa inexpresiva o sobreactuada, todo el tiempo excepto en un hermoso plano final; en fin, perdonamos en general que algo tan ambicioso se quede en ridículo; al cine francés le pasa mucho y ya se sabe que yo mismo puedo estar al otro lado de la tenue frontera que separa lo ridículo de lo sublime, con lo que podría cruzarla en cualquier otro -improbable- visionado de la película; perdonamos también a algunos amantes que tiene la película, (se habrán prendado de Adjani, la reina Mármol). Lo que no se puede admitir, de ninguna manera, es que el ultraortodoxo católico y fanático Duque de Guisa sea interpretado con desgana, (y sin prestarle atención ni el guión ni el director, está pero no está), por el conocido Miguel Bosé: ¡¡como todo el mundo sabe, es un artista laico de la ceja!!
PD: Acabo de acordarme de Virna Lisi en una vieja película de Richard Quine. ¡Dios mío! Mejor morir envenenado antes, aunque sea en un film tan mediocre y pretencioso como este
berenice
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6
4 de marzo de 2013
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿De verdad permitió Brahma que los adolescentes españoles disfrutaran este hallazgo a principios de los años sesenta? No es posible, supongo que la dictadura y su férrea censura impidieron ver contonearse por estos pagos a la diosa Debra. Y, en caso de haber pasado la censura, no quiero ni imaginar cuántas caerían en honor de la Pajet, digo la Paget.

Aparte de lo de esta chica, (que me ha dicho un amigo erotómano que aún es más escandaloso en "La tumba india"), nos encontramos con una perfecta chorrada a todo color, ora mágica, ora tontorrona, (según te pille el día), que al venir firmada por Lang no ha tardado en encotrar exaltados exégetas que nos venden el oro y el moro de la obra maestra. Pero es mucho más bonito verla como realmente es, una baratija de buena imitación, de imágenes tan deslumbrantes como kitsch, con un galán ridículo, un sumo sacerdote cómico y un marajá empalmado bajo una estatua de una diosa de cartón piedra que Spielberg transformó en otra un poco más siniestra pero también de cartón piedra. Las relaciones que se establecen entre todos estos tipos están hechas de puro astracán, y sólo interesan los ambientes por donde se mueven, incluidos unos subterráneos-leprosería tan iluminados que parecen la playa de Benidorm.

Delicias orientales de tocador, tan bonitas como inofensivas, un pelín plomizas. Aromas que intuimos apetecibles, pero que se esfuman antes de inundarnos la pituitaria. Selvas y palacios reales convertidos en puro delirio camp...

De todas maneras,... ¡qué bonito y exótico era el mundo antes de hacernos mayores!
berenice
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7
17 de mayo de 2011
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí no hay crítica social, sólo amor. Más que amor, nostalgia por otra vida, la vida aventurera o cualquier otra que no pudo ser. Las convenciones sociales no son un muro contra el que chocar, qué tontería. Gracias a la mentira ellos creen que se aman más, pero ella quiere a su marido, y valora muchísimo su relación con él. Como siempre, Lean no nos toma por imbèciles. El marido es encantador, educado, y comprende bastante por más que no sepa nada. Suena Rachmaninov todo el rato. Entre los melómanos pasa por músico formal, algo anticuado, de espíritu romántico cuando el romanticismo se había desmoronado. Exactamente como los protagonistas, de más que mediana edad y vidas hechas, pero que se permiten el último exaltamiento. Después hay una estación, trenes en la noche, en fin, eso sí que es el fondo, el decorado, pero queda bien. Hay una escena, por lo menos, magistral, la del apartamento, el amigo, ella huyendo bajo la lluvia. Sobraba con lo que se ve para que nos lo destripe la voz en off. En esa escena, precisamente, eso tan difícil que es filmar sentimientos, remordimientos, desazón se había conseguido, y nos los recalca torpemente la voz en off. La voz en off debería usarse siempre con cuentagotas. La película, en fin, se recuerda al día siguiente. Celia Johnson, mujer que tira a fea, al final es guapa.
berenice
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