Mucho mejor de lo esperado, repito. Nada hacía preveer que después de dos secuelas del que ya podemos llamar clásico iba a remontar vuelo, y de qué manera. Pocas veces se ha mostrado en el cine el peso de la rutina tal y como se muestra en la última entrega de Shrek. El desarrollo posterior quizás no esté a la misma altura, aunque pedirlo sería creer que existen las hadas y los ogros, pero está lleno de aciertos y de toques humorísticos dignos de todos elogios.

En el fondo nos encontramos ante un revisitación del clásico de Frank Capra, “Qué bello es vivir”, con un protagonista casi tan guapo como James Stewart, perdón por la broma. Eso es ir por senderos seguros por transitados, aunque eso sí, le resta un pizca de originalidad que a bien seguro y viendo el resultado global, sabremos perdonar. ¿A qué sí?

Muy agradable sorpresa de un totalmente desconocido para mí llamado Dan Trachtenberg. Habiendo visto últimamente la estupenda película “La habitación” podríamos pensar que este film tiene muchos puntos en común con el largometraje irlandés y, sin embargo, a pesar de partir de un hecho bastante parecido como puede ser el secuestro de una chica por un hombre maduro para confinarlas en un espacio reducido, ambas divergen en lo fundamental y en lo accesorio.

En este film de tan complicado título la historia coge unos vericuetos que le llevan desde el cine de terror al cine de ciencia-ficción y lo hace de la mano de tan solo tres protagonistas, entre los que destaca el siempre admirable John Goodman, sin desdeñar para nada a Mary Elisabeht Winstead, contrapunto necesario en su papel de víctima y heroína al mismo tiempo, y con un rostro capaz de ser objeto del deseo, pero también la hija o hermana que todos queremos.

El director no engaña en ningún momento al espectador, aunque tampoco le enseña de un principio todas las cartas; las va enseñado poco a poco a medida que un guion nada tramposo lo va requiriendo para convertir la obra, rodada casi toda ella en un búnker para prevenir ataques nucleares o marcianos, en algo más que cine de terror. En definitiva, muy recomendable.

Esta película me recuerda un poco a esos bombones que cuando ya están a punto de desaparecer en nuestra boca explotan inundando nuestra boca de un muy agradable sabor a licor de frutas. La historia que se cuenta es simple. Es la de un juez, presidente de un tribunal, con fama de duro. Se juzga una historia cruel, el posible asesinato de un bebé por un padre aparentemente poco integrado; pero lo que importa no es el juicio y sus posibles consecuencias, esta historia judicial solo sirve como argamasa de otra aparentemente mucho más intrascendente, pero en el fondo tan auténtica o más que la otra.

Se trata de contar entre sutilezas la historia del encaprichamiento de ese duro juez por la anestesista que intervino en su operación por atropellamiento de coche años atrás y que ahora, después de un intento frustrado por verla, interviene para su sorpresa como jurado en ese juicio por asesinato. Vamos sabiendo los puntos importantes de la historia con pequeñas píldoras, sin previo aviso, que hacen de un film aparentemente pequeño una muy buena película porque trata de forma diferente la historia que es la de siempre: de cómo nuestra vida cambia cuando los ojos de nuestra amada reparan en los nuestros la primera vez.

Un rico tetrapléjico, cansado de verse cuidado por anodinos cuidadores, decide contratar a un emigrante para que sea sus brazos y sus piernas. El emigrante, de raza negra para ser exactos, resultará ser un viva la virgen que si bien no parece estar muy capacitado para las tareas que se le encomiendan, significará un más que reconfortante aliciente en la triste y demasiado tranquila vida del ricachón parisino.

Al parecer la película está basada en una historia real, lo que de ser literal nos congratula con la vida. Porque más allá del buen humor que destilan muchas de las escenas que protagoniza el cuidador senegalés en su papel de perfecto crápula, saber que puede entablarse relaciones de amistad así de puras y de desinteresadas, a pesar de un inicio en sentido contrario, es algo realmente reconfortante, cuando sabemos que la realidad dista mucho de eso, al menos, en la mayoría de los casos.

Podríamos encontrar errores de guion, que lo debilitan hasta cierto punto; como la decisión de su contratación o extinción de su contrato, pero está claro que media Francia que ha ido a verla no puede equivocarse. Así que si lo que queremos es pasar un buen rato, viendo una película humana y que no cae en lo morboso o escabroso, a pesar del tema que trata, que salpica con una sonrisa casi cada escena que la compone, y que al final de la sesión sales sintiéndote, al menos por un momento, mejor persona de lo que realmente eres, este es film que necesitamos.

Quiero dejar claro antes de empezar que estamos ante una película de un interés más que notable. Un film que a bien seguro estará a finales de año en el ramillete exquisito que recoge a las mejores. El problema, y reconozco que es un problema particular mío, es que las expectativas con las que fui a verla eran tan grandes por los comentarios escuchados, unido a que se trataba de una obra, nada más y nada menos, de Martin Scorsese, que el resultado visto está un pelín por debajo de lo esperado.

Que conste que no quiero ser injusto. La recreación del París de entreguerras es increíble; es como si de repente te sumergieras en en aquella época, sensación que será mayor, imagino, de ver la película en tres dimensiones. Más alla de la decoración, el vestuario, la fotografía, etc..., la historia que se nos cuenta resulta realmente interesante, aunque debería decir las historias que se nos cuentan; porque está, por una parte ese niño huérfano, casi abandonado en el reloj de esa estación parisina, y está, por otra parte, ese anciano comerciante, antiguo pionero del cinematógrafo ya olvidado, George Meliés, nada menos.

A resultas de lo dicho resulta ahora obligado decir que el film es un sentido homenaje a aquellos que fueron pioneros del cine, el cine concebido más que como arte de contar historias como instrumento para divertir a la gente, como pueden ser el circo o los espectáculos de feria. En definitiva, un largometraje entrañable, de homenaje al cine en el cine. Le falta, en mi opinión un poco más de garra o desgarro a esas dos historias que van hilvando la trama, porque ambas, tanto el huérfano que huye del hospicio como el anciano que huye del recuerdo, son argumentos de gran calado emocional, que la película explora sin demasiadas profundidades, entretenida como está en esas historias livianas que van ocurriendo en la estación, es decir, del inspector y del perro, y que conste que no quiero decir con ello que no tengan su importancia, que por supuesto que la tienen.

Sin embargo, no es ese el principal defecto del film, que es todo caso un defecto que la empaña muy poco. Para mí el principal es...(sigo en la zona spoiler)