Esta película me recuerda un poco a esos bombones que cuando ya están a punto de desaparecer en nuestra boca explotan inundando nuestra boca de un muy agradable sabor a licor de frutas. La historia que se cuenta es simple. Es la de un juez, presidente de un tribunal, con fama de duro. Se juzga una historia cruel, el posible asesinato de un bebé por un padre aparentemente poco integrado; pero lo que importa no es el juicio y sus posibles consecuencias, esta historia judicial solo sirve como argamasa de otra aparentemente mucho más intrascendente, pero en el fondo tan auténtica o más que la otra.

Se trata de contar entre sutilezas la historia del encaprichamiento de ese duro juez por la anestesista que intervino en su operación por atropellamiento de coche años atrás y que ahora, después de un intento frustrado por verla, interviene para su sorpresa como jurado en ese juicio por asesinato. Vamos sabiendo los puntos importantes de la historia con pequeñas píldoras, sin previo aviso, que hacen de un film aparentemente pequeño una muy buena película porque trata de forma diferente la historia que es la de siempre: de cómo nuestra vida cambia cuando los ojos de nuestra amada reparan en los nuestros la primera vez.