Ingeniosa y divertida, la película nos recuerda que todos hemos viajado alguna vez en autobús pero que nunca nos hemos encontrado con Claudette Colbert.
Claro que nosotros tampoco somos Clark Gable.

Hay tipos listos, tipos con suerte, tipos guapos y tipos fatuos. Hay mujeres atractivas, mujeres fatales, mujeres encantadoras y mujeres que no son capaces de pedir ayuda.

¿Alguna vez los espectadores podremos ser como los actores?

Ya lo dije, película divertida e ingeniosa que conviene ver.

Película de aliciente escaso que a duras penas es capaz de mantener cierta atención por parte del espectador.

La historia es simple, el desarrollo anodino y el desenlace de interés dudoso.

¿Verla?
Los cortometrajes poseen, en casos como este, una gran ventaja.

Es como caminar por un sueño dulce después de haber disfrutado un día feliz.

Más que juzgar, analizar, valorar, pensar, razonar, enjuiciar o ponderar hay que, sencillamente, dejarse llevar.

Y sentir.
Ser capaz de hacerlo.

La música de Tchaickovsky ayuda mucho.

La película pertenece a ese grupo de coetáneas en las que se aprecia claramente que el cine ya ha dejado de ser una disciplina menor para convertirse en un arte con entidad y fisonomía propias.

Recrea bien los ambientes, caracteriza con suficiencia a los personales, narra con soltura, selecciona los planos con destreza, sabe cautivar, hacer guiños y provocar la reacción del espectador.

Y, sobre todo, cuenta muy bien su historia.

He tenido frío.
He pasado hambre.
Estuve en un orfelinato.

Kirk Douglas.
Midge Kelly.

Sólo hay dos clases de personas. Las pequeñas y las grandes.

Los mitos de la infancia terminan convirtiéndose en héroes a medida que la edad avanza.
Terminan convirtiéndose en dioses, claro.

¿Pero por qué me siguen subyugando si ya la infancia y la adolescencia se pierden en el recuerdo?
No era más que un campeón de los pesos medios.

Cada historia bien contada, muy bien contada, merece un sobresaliente porque en caso contrario no existiría la justicia.