Padres idiotas, egoístas y psicológicamente inestables no saben resolver los problemas que plantea una paternidad responsable. ¡Fíjate que casi mata a los peces y se le quema el sofrito!. Algunos, puestos en esa papeleta, hasta maduramos. Sobreactuación de Alberto San Juan (Padre) cuyo histérico papel resta credibilidad a cualquier planteamiento aleccionador del resto de la hoja parroquial. Ya puestos, el director añade a la doctrina progresista unas gotas de racismo, prejuicios e injusticia social, con los que completar créditos en la educación para la ciudadanía del sufrido espectador. Mejor película en el Festival de Málaga y por eso la gente prefiere el cine Austrohúngaro. ¡Qué vergüenza!

Retrato duro de la América profunda a través de los ojos de un niño. Una sociedad corrompida e inmisericorde en su crueldad e ignorancia. Todos los vicios desembocan en la infancia, en la soledad de un niño que teje su escatológica realidad con los despojos que le dejan los adultos: Ángeles y abortos, crímenes y radiación nuclear, viudas jóvenes y pederastas, sapos inflados y vampiros, suicidas y madres infelices y desesperadas que corrompen su derredor con murmullos de culpa y reproches del fracaso existencial. Un relato acerca del fracaso y de como la infancia pierde muy pronto la inocencia. Magnífica película que con solo media historia deja que el espectador componga la otra media.

Ford que aquí se parece a Rembrandt o a Lang, retrata una Irlanda sombría y de instintos, llena de personajes oscuros y opresiva indigencia. “Tu y tus principios me salís demasiado caros”. No hay integridad posible en la miseria, si acaso queda el gesto y un poco de fidelidad a uno mismo, como la simpática simpleza del soberbio niño Gypo-McLaglen en un papel que repetiría de por vida. ¡Qué manera más sublime de tirar 20 libras! . Los terroristas y sus supuestos ideales carecen de sentido cuando la delación se transforma en cucuruchos de papas para todos. Las mujeres y Dios lo saben bien y por eso perdonan al gigantón Gypo Nolan que solo entonces descansa en paz, cuando ni los tiros ni el whisky terminaban de tumbarlo.

El Napolitano, bueno no exactamente del mismo Nápoles, Vittorio Emanuele Bertone, notable gallina y tierno sinvergüenza, es obligado, por las miserias de la guerra, a suplantar a un prestigioso General (Della Rovere). La vía para sobrevivir consiste en la credibilidad de su gran mentira, lo que le arrastra a la dignidad y finalmente al heroísmo, esta vez tan sublime como inútil. Como contrapunto a esta metamorfosis, la película expresa el recíproco deterioro moral de su captor (Coronel Mueller) o la muerte del auténtico Della Rovere, tiroteado como un ratero. La película, obra maestra del cine antibelicista, nos enseña al mismo tiempo la trivialidad del mal y del valor, y que el paroxismo de la guerra no es el mejor lugar para designios morales. Las situaciones límite evidencian el absurdo de los planteamientos trascendentes. Aunque la desviación de la realidad y el automatismo irresponsable de Mueller generan bastantes más desgracias que la indecente frescura de Bertone. Rosellini y De Sica, sintetizan, en hora y pico, el pensamiento de Karl Jaspers o de Hannah Arendt. Una peli necesaria.

Leconte sublima la perversidad más allá de lo que esta da de sí. Al fin de cuentas una variante del amor por el que casi todos idealizamos a la contraparte en el molde de nuestras calamidades. Onan era un sabio sin que le hicieran falta cuartetos de Brahms para completar pecados, crímenes o picardías. El mirón de Monsieur Hire resulta antipático y cursilón con sus ratones sus retales y sus escrúpulos. No cuela que se ligue a Sandrine Bonnaire con esa pose de sacristán viciosillo y que la meta mano en un combate de boxeo. Aunque con aquellos tomates rodando por la escalera cualquiera no se ahorra un pastón en putis. Pues eso, que te enamoras de lo que no es, y acabas colgando de las cañerías. ¿Pero esto no iba de un crimen?