A nuestro nombre, va asociada una identidad y a nuestra identidad, una vida, un alma, unos seres queridos, un lugar en el mundo. Cuando se habla de víctimas, es fácil despersonalizar. A menudo en la prensa vemos noticias terribles, pero no logramos removernos hasta que nos hablan de esas personas y de cómo se llamaban.

En "Maixabel", sus dos protagonistas buscan la intersección entre el perdón y el arrepentimiento, usando como santo y seña algo tan sencillo y devastador como un nombre: Jose Mari, marido de Maixabel. Padre de María. Abuelo al que Nerea no conocerá nunca. La película comienza con su asesinato, que se resuelve casi en un visto y no visto: a Bollaín no le interesa hablar de violencia, le interesa hablar de lo que pasa después.

Tanto "Maixabel" como "Patria", encuentran un terreno más fértil en hablar de esa Euskadi post-ETA que ya no está en conflicto, pero que todavía restaña las heridas que aún quedan tras décadas de enfrentamientos, miedo y odio. Bollaín escoge acertadamente un enfoque sencillo y empático, diseñando una historia que no conmueve a través del desgarro, sino por un sinfín de pequeños detalles diseminados con enorme delicadeza. Unos detalles que dibujan la ausencia de alguien que definitivamente, tenía un nombre.

No es, para mí, una obra maestra: tiene alguna escena meramente funcional y algún corte discutible. Pero rebosa humanidad y compasión, además de regalarnos dos interpretaciones colosales de Blanca Portillo y Luis Tosar y una respuesta a la pregunta que dejó tras de sí el final de la lucha armada: "¿Y ahora qué?"

"Maixabel" demuestra que ya pasó el tiempo de tomar partido, de buscar más culpables, de dividir y no vencer. También refleja la belleza y singularidad de la cultura euskalduna, ya liberada del prejuicio y el rechazo de antaño. Nos provoca a pensar que no sólo la víctima tenía un nombre: también lo tenía el verdugo. Al final de la película, ya no quedan más que una Maixabel y un Ibon, no dos contendientes, no sólo un asesino y una viuda, sino dos personas que ya no pueden remediar el pasado y que sólo en el encuentro, pueden hallar la clave para seguir adelante en un presente lleno de incertidumbre.

Curiosa la manera en que "The Witcher" está polarizando a crítica y espectadores ¿Cómo es posible que tantas personas vean cosas tan diametralmente opuestas en el mismo material? Cuando esto sucede, no dudéis que se trata de algo con una carga de expectativas tan grande, que no tiene más remedio que caer en los extremos.

¿Intentamos un término medio?

"The Witcher" es una clásica aventura de espada y brujería que a mí en lo particular me ha resultado tan entretenida que me he ventilado toda su primera temporada en 2 días.

A los mundos de fantasía les pido nada más que me inviten a sumergirme en ellos, que me hagan viajar con la imaginación a lugares distintos, maravillosos, llenos de magia y misterio. Al empezar a ver "The Witcher", se produjo el click, esa sensación de haber abierto la puerta para asomarme a un lugar donde es fácil querer perderse.

Cierto, hay un conglomerado de nombres, situaciones y follones políticos-hechiceriles-bélicos que resultan duros de pelar, por no hablar de unos saltos espaciales y temporales de los que te obligan a exprimirte un poco la neurona para recordar por dónde andaba la cosa, si en el siglo XXI en Villanueva de la Nariz Colorá o en los años 30 por Calatayud . Los efectos especiales son muy mejorables (premio al dragón más raro que jamás he visto) y el trabajo de dirección muy irregular. Hasta aquí las pegas que le encuentro. No son muchas, ni imperdonables, y casi todas son potencialmente corregibles en caso de que la serie prospere y el presupuesto aumente.

¿Cosas que me gustan? Es muy entretenida. El ritmo rara vez afloja. Las secuencias de acción son estupendas, sangrientas y satisfactorias. La historia se sigue con interés. Geralt es un héroe a la vieja usanza, preocupado por el bien y por el mal, lo cual resulta tan poco frecuente hoy día, que casi parece una novedad. Y la ambientación es suficientemente elaborada e interesante como para vivirla, respirarla y disfrutarla sin buscarle los tres pies al gato. En toda la temporada flota constamente la sensación de "lo que podría ser esta serie con una mejor dirección y más presupuesto". Bueno, no sabremos si esto ocurrirá. Hasta ahora, lo que ocurre es una serie de fantasía para las personas que amen la fantasía (y no todas ellas). Los que esperasen una nueva "Juego de Tronos", saldrán invariablemente decepcionados por la inevitable comparación. Los que disfruten de perderse en otros mundos, quizás encuentren el suyo aquí (o no).

En cualquier caso, "The Witcher" tiene suficientes cualidades para apuntar a algo interesante por sí misma, sin necesidad de medirse con ninguna otra y de momento, es más que suficiente. Que le echen más monedas al brujo.

Entretenida.

Es la palabra más redonda para definir estar película. Es un entretenimiento 100%. Con un estrellón en plenitud de facultades (Jennifer López), un ritmo tan vertiginoso como los escotazos de sus protagonistas, un cóctel muy bien balanceado de sexo, amistad entre chicas, humor y algo de crítica social y...ya.

Puede que en otras manos la historia diera más de sí, pero en las de Lorene Scafaria, lo que da es lo que da, una dramatización bastante superficial de una noticia que en su momento hizo cierto ruido allá por los States (y de la que aquí ni nos enteramos). Las pocas reflexiones con las que se trata de dar enjundia a la historia, son más bien de mercadillo, y sin duda los mejores momentos pertenecen por derecho propio a las actrices y el buen rollo que transmiten entre ellas. Jennifer López, como reina de la función, está pletórica en un papel a medida: lo borda, pero no se sale ni un milímetro de su zona de confort. Alguna escena muy puntual recuerda al humor desfasado de El lobo de Wall Street. La primera mitad es perfecta en su estilo. La segunda decae y se vuelve reiterativa e insulsa. En conjunto, es una película que ofrece un buen rato, pero no deja apenas huella.

Del "yo te quiero" al "¿por qué diantres te quise?". Este es el recorrido habitual de una relación de pareja que llega a su final. En "Historia de un matrimonio", el camino seguido es el contrario. Charlie y Nicole (o más bien Nicole) saben que no se quieren, pero el único camino para aprender a desquererse, de alguna manera, pasa por recordar lo que eran cuando aún se querían.

El divorcio es un campo de batalla repleto de deudas emocionales nunca saldadas. Así lo muestra, a ratos muy certeramente, esta película de Noah Baumbach. Está Nicole, esa mujer que buscó el amor para estar en la vida, y no la vida para estar en el amor. Está Charlie, que vive en su propio mundo, tan ajeno a las necesidades emocionales de su pareja como la luna del sol. Dos personajes creíbles cuya desintegración como pareja se retrata a través de un proceso legal que les deja literalmente desnudos de rabia y a colmillo sacao, sumidos en las ruinas de una vida aparentemente funcional que de repente ha resultado que no funcionaba tanto.

Me parece, "Historia de un matrimonio", una película muy real en lo que retrata. Con una ex pareja cien por cien natural como la vida misma, algunos momentos brillantes, detalles preciosos (la escena final) y un retrato certero de las neuras y dilemas contemporáneos en cuestión de relaciones sentimentales. Pero es cierto que en tramos intermedios se me hace casi demasiado real. Y no en un sentido emocional o doloroso que me haga estar allí y vibrar con las vivencias de sus personajes, sino en un sentido en el que me desinfla el desfile de planas cotidianidades de los protagonistas o sus escenas más o menos familiares. Esto hace que una película que podría haber sido intensa y modélica en su contenida hora y media de metraje, parece acabar durando el doble.

Quizás lo más valioso, para mí, no es tanto el desarrollo de la historia en sí, sino el camino al que apunta. Es una película sobre el amor, no el amor de pareja en concreto, sino ese amor como una fuerza tan maravillosa que hace que un "¿por qué diantres te quise?" se pueda convertir en un "gracias por habernos querido".

Que es lo que de verdad le da sentido a cualquier historia de un matrimonio.

"Joker" viene fuerte porque es un pedazo de película y porque nos regala algo que nos gusta mucho a los aficionados al cine: un fenómeno. Un fenómeno para disfrutar de un largo recorrido de emocionantes expectativas: un fenómeno para formar parte de él; un fenómeno para adorar, o para odiar. Algo que nos hace no sólo sentarnos con ganas en la butaca del cine, sino hacer algo tan insólito a día de hoy como...ir al cine.

Desde el inicio de su existencia, la película de "Joker" apuntaba a ser una rareza. La elección de un actor tan poco mainstream como Joaquin Phoenix, su coalición con un director tan mainstream como Todd Phillips, una supuesta película de superhéroes con un trailer tan desolador como el de una de Ken Loach, y sobre todo, la manera en que se desmarcaba de todo lo producido por DC hasta entonces. El estreno, la locura: gana el León de Oro en Venecia (un festival para el que una película como "Joker" es como un tiburón en una piscina) y recibe lo mejor que se le puede regalar a una historia como ésta: críticas entusiastas y montones de controversia. Que hablen de ella, aunque sea mal.

Un fenómeno es tan interesante por lo que es como por todo el tsunami que arrastra a su alrededor. Que ocurra un acontecimiento cinematográfico de este calibre siempre es una buena noticia. Significa que el cine sigue vivo.

"Joker" es, en esencia, una película muy sórdida, muy bien rodada, con un Joaquin Phoenix como la tragicómica marioneta de un destino tan caprichoso como las bromas de un payaso. La historia se las arregla para hablar del misterio del origen de este personaje, sin necesidad de despojarle de su misterio, con lo cual consigue un doble objetivo: que empaticemos con este cruel villano, pero sin acabar de identificarse con él. Además de que no tiene desperdicio en una sola de sus escenas, contiene una de esas secuencias extraordinarias que por sí solas justifican toda la existencia de la película.

El "Joker" despierta polémica. Porque está formulada desde un cierto realismo y nos invita a creérnosla lo suficiente como para cuestionar qué clase de oscura complacencia nos despierta una historia en la que el débil se harta de su debilidad de la manera más cruda y peligrosa que pueda imaginarse. En una versión políticamente correcta de "Joker", Joaquin Phoenix renacería de los abusos y contratiempos que padece, como el ave que lleva su nombre y se metería a cursillos de autoestima y talleres de chakras, donde descubriría cómo sanar a su niño psicópata interior. Sin duda esta versión sería mucho más intachable, pero mucho menos excitante.

"Joker" es una película que gustará a muchísimos cinéfilos; también gustará a muchos espectadores; y sin duda, de una manera tan extraña y oscura como su mismo personaje, entusiasmará (en secreto) a todos aquellos que desearían ver, por unos instantes, como se puede llegar a empoderar una persona verdaderamente cabreada con el mundo. Un mundo en el que se espera que las víctimas bajen la cabeza y que los raros, los tarados, los enfermos, los diferentes, sean silenciados.

¿Y no os parece un fenómeno que podamos hablar de estas cosas ante una película de supervillanos?