No es una buena película pero tiene un guión bien hecho, está correctamente interpretada y está dirigida con mucha dignidad. Trata del mismo tema que tantas otras películas, del despertar a la sexualidad. Y en este caso aparecen otras complicaciones ya que se trata de un despertar homosexual. Sin aspavientos va siguiendo las transformaciones afectivas y físicas que un muchacho de 17 años sufre cuando va descubriendo sus inclinaciones homosexuales. El grupo de homosexuales en el que entra poco a poco es una especie de cliché paro no tiene nada de particular puesto que para cualquier joven sería el camino más fácil. Sus relaciones familiares están planteadas de una forma natural y muy comprensible. Pero es con las mujeres, en este caso con su amiga íntima que muchos confunden con su novia, donde las relaciones sufren los bandazos de su evolución. No es una película buena, pero cuando terminas de verla no tienes la sensación de que te han tomado el pelo, muy al contrario descubres la buena voluntad del director para contarnos esta historia. La música está muy bien colocada y se entiende considerando el interés del muchacho por ser compositor.

Para que un corto funcione tiene el director tiene que tener un gran sentido del lenguaje cinematográfico y utilizar escuetamente las escenas necesarias en las que los planos sean capaces de atrapar el entendimiento del espectador y que este pueda entrar en la historia que se le cuenta. François Ozon demuestra una gran maestría, unida a una gran sensibilidad, para contar esta historia familiar. Los sentimientos son más difíciles de expresar en cine que las acciones y se necesita que el director sepa captar esos sentimientos en sus imágenes que posteriormente tiene que unir para dar un sentido a su historia. Por alguna razón patente en este corto se le ha llamado a Ozon el Almodóvar francés. Por supuesto también son fundamentales unos actores que entiendan esos sentimientos y sepan expresarlos ante una cámara en todo el follón de un rodaje. En este corto se une todo para contarnos lo que experimenta un fotógrafo homosexual ante la enfermedad de su padre con el que no ha tenido buenas relaciones. El título corresponde a una expresión francesa que hace referencia al estado en que queda una persona después de un orgasmo, lo cual está perfectamente enlazado con las fotos que hace el protagonista.

Ozon lleva una situación interesante a un extremo exagerado. De repente, en muy poco tiempo se produce, no solo el travestismo de David, sino una afeminación demasiado extrema para ser creíble. Los andares del principio, torpes con los tacones, pasan muy pronto a unos cruces de pies al andar más propios de una modelo en una pasarela. Los movimientos de las manos y las poses, ya cuando llega la suegra por primera vez, son demasiado aparentes para que aceptemos esa situación de repente. O todo formaba parte de una situación anterior que David niega, o se produce un cambio demasiado rápido. La situación tomada al principio no puede ser de “que bien, una nueva amiga” y falta un proceso de asimilación por parte de los dos personajes principales para desenvolverse con soltura. Reducirlo todo a vestidos, pelucas, perfumes, etc., es demasiado simplificante. Todo está basado en un guión malo y con ganas de “epatar” que avanza a trompicones sin saber hacía donde, de tal manera que pueden existir varios finales, pero ninguno de ellos me convence. Si me gustaría destacar el trabajo inmenso de Romaní Duris para convencernos como David y como Virginia, pero me da que el director no ha sabido llevarlo con maestría para que muchas veces no resulte histriónico.

Pero esta no es la leyenda que pueda definir el movimiento reivindicativo gay que surgió en el Village Newyorkino. Esta es una historia de homosexuales y drags queen mal contada, o solamente contada para llenar un espacio fílmico y presumir de haber hecho una película reivindicativa del orgullo gay. Sin duda había dramas mucho más intensos en la gente que frecuentaba aquel local y cualquiera de ellos tiene su interés para el mundo que empezó a liberarse desde aquel momento, pero en el cine las historias hay que contarlas bien con imágenes para que se puedan considerar elementos del séptimo arte. La historia personal tendría su interés aparte de ir ligada a Stonewall y así es como pienso que debería haberse intentado contar, porque para hacer una película reivindicativa hay que darle otro tono de más autenticidad y no un desfile de guapos y guapas que parece que constituyen todo ese mundo. Incluir a la policía en el drama es un burdo truco que ahora ya no interesa pues todos sabemos que forman parte del mundo gay como cualquier estamento social. Como estructura fílmica es de una vulgaridad con pretensiones de modernidad que apabulla, y no se es mejor actor porque uno se maquille y lleve taconazos durante toda la película.

Susan Sarandon es lo mejor de la película ya que sin duda sabe sacarle partido a cualquier personaje con su interpretación. Catherine Deneuve está muy en su papel de frígida, pero muy chic, que no sabe darle emoción a su personaje. Pero todo está construido a mayor gloria de David Bowie que a lo mejor sabe cantar pero de interpretar ante una cámara, nada. Claro, que si el ha puesto el dinero… Menos mal que su personaje tiene poco papel. Las imágenes son epatantes y nada impactantes, y el director de fotografía se habrá quedado tan a gusto sin darse cuenta que tanto artificio fotográfico no sirve de nada en la presunta historia de terror-cienciaficción. Y el guión… ¿Dónde está el guión? Bueno, con que se vayan moviendo delante de la cámara ya es bastante para que muchos fans de estos intérpretes pique y vayan a ver la película que se promocionó lo suficiente. Ahora añadimos una música ora clásica, ora sicalíptica, y con ello seguro que atraemos a muchos snob que saldrán diciendo que les ha gustado mucho. Pero a mi no, no me ha gustado nada. Al jefe técnico de sonido que le vayan dando. Aunque si os gusta, como a mi, Susan Sarandon, podemos disfrutar de ella. Ya no quiero un entrecot poco hecho porque prefiero a la Sarandon.