La historia engancha: superación, drama familiar, pobreza y música... tiene ingredientes potentes, personajes consistentes, bien desarrollados y con carisma, pero aún así el guion peca de pausado y suave, de no aguantar la mirada de la tensión narrativa, de no dejarnos llorar en el drama y sonreír en las alegrías. La falta de intensidad viene dada por la falta de empaque narrativo, falta de una vuelta más al guion, de sazonarlo un poco más. Aprovechando más los ingredientes, sazonándolos con chispa y acción, comprobaríamos que las vicisitudes de sus protagonistas empatizarían con mayor fuerza, nos llegarían a dilatar las pupilas y a nublarnos la vista en los momentos adecuados. La música nos llega, nos conmueve pero pasa de soslayo ante nuestra atenta mirada, dejando poso pero no marca. El reparto actoral, con sus altibajos, demuestra una buena elección, aunque sin esa guinda que coronaría un buen pastel.

Cuando lo mejor de la película es que nos hace recordar que la primera parte fue buena, hay un problema de fondo. Intenta, sin lograrlo, prolongar la chispa, lo naturalmente espléndido de su primer guion, del frescor de sus diálogos de antaño, de la gracia de sus diálogos, de la innovación del tratamiento del tema estrella: el amor y la familia... pero ante el reto de mantener esas cualidades (añadiendo un posible nuevo valor innovador), nos quedamos en una sucesión de "sketchs" con sonrisas puntuales, sin gracia consistente y sin un punto final que alcanzar... no sabemos hacia donde nos lleva un guion frío, distante y deshilachado. A pesar de que la nostalgia nos invade al saber más de esta familia, de sus vicisitudes y arraigos, el material no llega ni a la suela del éxito alcanzado por la modesta primera parte (a lo mejor ahí radica el problema, la falta de modestia inicial del guion).

Con un tratamiento visual exquisito y amparado en bellos paisajes y panorámicas, la recreación del dolor y el drama sufrido por el protagonista y su lucha por la liberación de su carga y su opresión germina en un sinvivir histórico pero con poso romántico, con una narración simple y bella, de colorido fotográfico pero con dramatismo que llena la retina de un ávido espectador, sin más recursos que la ejemplificación del protagonista. No es una épica historia pero si un recordatorio sencillo y con clase y con interpretaciones salientables. El guion clásico compagina el interior personal con el exterior ambiental en una doble vía de liberación, en un paralelismo que llena la fotografía y el 'locus' de carga y peso escénico, con la frialdad de la iluminación que solo se llena con las furtivas miradas calurosas de unas interpretaciones tan comedidas que llenan de dramatismo el corazón del espectador.

Con su don habitual de extrapolar el momento, la vivencia, la vida en una imagen y la historia en un fotograma, Linklater nos enseña, nos muestra, el pasado internándonos en el intermedio exacto, en la vivencia, en la historia sin más (y sin menos) como el recuerdo que fluye en nuestro cerebro, lo damos por experimentado, por vivido por nuestro... Sigue la senda de Boyhood, de contarnos la historia de lo habitual, de lo que nos rodea casi sin esfuerzo para el espectador. Los sentimientos, las palabras y las imágenes fluyen como cantos rodados en aguas de un río, con su principio y su fin en ese afluente mayor que es la Historia y la vida. No es un fondo transcendental, es un fondo personal, que sin pasar a los anales quedará en el momento exacto de la vivencia concreta del espectador... Una firma exquisita del momento pasado que permanece vivo en un futuro incondicional.

La inconsistencia de su guion está solo superada por la rigidez de sus imágenes y la falta de emoción de su trama. Y aún buscando lo momentáneo nos vemos superados por su falta de emoción. Ni los personajes transmiten ni la historia, a pesar de su guiño de actualidad, deja poso en el espectador. Los fallos en su fotografía, la falta de unión en sus subtramas, su diluida historia y su falta de empatía no hacen más que clamar al cielo por una purga, la del director.