El Señor de los anillos es atmosfera a mundo inalcanzable.
Aventura eterna, épica sin parangón, emoción desatada.
Infancia plagada de sus planos, música danzando líricamente en cada mirada a esta epopeya.
Humo de pipa, bastón de mago, espada rota por la oscuridad, arboles que hablan...
Lo pequeño contra lo inmenso.
Lo desapercibido contra lo grandilocuente. El mal contra el bien. La mezcla de ambas.

Obra maestra despreciada por los que años atrás alababan una historia peor rodada y contada, de robots que hablan con silbidos, halcones milenarios y espadas laser.

Las ganas de vivir.
El optimismo desbocado.
La fuerza interior del ser humano.
La auto superación bruta.
El arte como arma salvadora y todopoderosa, convertida en mariposa poética.
El humor como herramienta sanadora.

Todo. En ella. Yo también destroce la escafandra, y mi cuerpo inerte, transmutó a mariposa, y echo a volar...

Los mundos de Coraline son bastante perturbadores.
Uno entra a una gama cromática de coloridos jardines siniestros y grisáceos cielos tenebrosos. No hay sitio para la inocencia o la tranquilidad.
Todo en ella respira ambiente a sueño de pesadilla, a irrealidad incomoda.
A terror nocturno.

El film visualmente es una delicia, el ritmo y la narración son ejemplares y la atmosfera tiene identidad propia.

La descripción de la vida moderna de los padres, inteligente y mordaz. La infancia retratada en Coraline enternecedora y veraz. El final a la altura.

No es la Disney, no es Pixar.
Esto es algo mucho más oscuro...mucho más.

Cine de sensaciones. De imágenes llenas de musculo y nervios. Llena de vida.

Obra de aparente sencillez y de complejidad abrumadora. De pequeños detalles y formas geométricas. Nunca cortar un barrote fue tan artístico.

Y lo más increíble del film, no es en si su trama. Sino la capacidad innata de ser orgánica. Es decir, cine de sensaciones. De realismo acojonante por la inmersión sensitiva que te atrapa y enamora.

Imprescindible.

Amor al cine. A su olor. A la nostalgia de lo perdido, devorado por las multisalas.
La calidez de las butacas de terciopelo. La sencillez grandiosa de películas como estas.
El cine como vida. Como elemento indispensable en la misma de muchos.
Vehículo de lágrimas, de risas, de emociones contenidas y otras desatadas.
Cinema Paradiso. Cine rindiéndose homenaje. Cine besándose a si mismo.
Amor desde el cine hacia el cine.