El recurso más utilizado en literatura, cuando hablamos de novela, es el utilizar un narrador omnipresente que cual dios divino, sabe todo de todos sus personajes y se encuentra siempre pues eso, presente.

En el cine, ese narrado viene a ser más o menos la dichosa voz en off que muy pocos guionistas y/o directores consiguen solapar a la historia sin que llegue a molestar. Max Ophüls, adelantándose una barbaridad a su tiempo, utiliza el narrador omnipresente literario de la novela de Arthur Schnitzler en la persona de Anton Walbrook. Jugando con el tiempo y el destino de los demás personajes, Walbrook nos presenta y entrecruza diez historias que siempre tienen la conexión de unos de los dos personajes del dúo protagonista. También la influencia del teatro es vital para la construcción de este personaje central. Un personaje que se dirige al público, a nosotros.

Con este artificio original y el montaje que ello requiere, Max Ophüls crea en 1950 un precedente novedoso pero que hoy en día queda algo envejecido. “La ronda” puede ser considerada como precursora de un tipo de películas como “Short Cuts” (Robert Altman, 1993) o Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) que en la década de los 90 supusieron un aire fresco a una estructura cinematográfica muy manida.

Lo peor que podemos decir de “La ronda” es que es vieja. Que el tiempo no la ha podido respetar como quizá se merezca porque a pesar de las grandes cualidades que Max Ophüls nos muestra en cada una de sus películas (con grandes planos y movimientos de cámara) pocas o ninguna de sus películas, ha sabido envejecer con tino.