El principal problema de la película reside en lo que tarda en asentarse. Durante sus primeros 45 minutos, no logra arrancar una sola emoción, no cuenta nada, no seduce. Ese tiempo podría haberse acortado en un tercio para ir directos lo verdaderamente interesante.

A partir de un inesperado asesinato, los personajes se enfrentan a sus fantasmas, creciendo la tensión entre Robert Ford y Jesse James, que es al fin y al cabo lo que cuenta. Brad Pitt logra transmitir el tormento interno del protagonista con su sola presencia. Añádanle a eso una mirada gélida y una sonrisa inquietante y como para no acojonarse. Casey Affleck borda el papel del no tan cobardica Ford.

Pero los actores no constituyen las únicas virtudes del filme. La fotografía de Roger Deakins es para quitar el hipo. Eso y una dirección artística sumamente realista logran una ambientación notable. Nos metemos en la época.

El tono pausado y barroco que aporta Andrew Dominic a la dirección nos empapa de la psicología de los personajes y suscita una interesante reflexión sobre la lealtad, pilar de la obra del neozelandés. La impronta de Dominik (también en el guión) es tal que se puede considerar El asesinato... una tragedia, tanto en forma como por su diégesis, que rompe las normas del género para trascenderse más allá de los cánones del western.

Sin duda, ésta es una película que gana según avanza y a la que pretendo dedicar varios visionados, porque es de esas que se disfrutan desgranándolas, con calma. Una sorpresa grata. De lo mejor de la temporada.