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Voto de Naroa Lopetegi:
9
Drama Hirayama parece totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de retretes en Tokio. Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros inesperados revelan poco a poco más de su pasado. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2024
30 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Hirayama limpia baños públicos en Tokio. Vive en una minúscula vivienda, repite diariamente rutinas similares, y alimenta su vida con placeres sencillos como recorrer la ciudad en bici, escuchar música en cassettes, hacer fotografías arbóreas o leer hasta caer dormido. Nada de todo esto suena muy cinematrográfico… pero su historia merecía ser filmada.

DESDE MI PUNTO DE VISTA
He de empezar estas líneas haciendo un acto de contrición para con Wim Wenders, un director por el que ahora siento un respeto reverencial, y que sin embargo había ignorado, incluso despreciado, durante mucho tiempo. Mi problema con él data de 2015, cuando elegí Berlín para mi viaje vacacional, y no tuve mejor idea que ponerme a ver ‘El cielo sobre Berlín’ en el tren que me llevaba hacia Barcelona, donde iba a tomar el vuelo hacia la capital alemana. Esa película requiere motivación y un paladar entrenado; pero, desde luego, para poder entrar en ella es imprescindible verla en unas determinadas condiciones que te permitan sumergirte. Y, obviamente, un tren no cumple tales preceptos… Total, que a los 20 minutos la abandoné, y además con cajas destempladas. "Este director es un patán", tuve la desfachatez de pensar. Y con esa percepción me quedé hasta que en 2022 un cine de mi ciudad, no sé muy bien a santo de qué, programó ‘Alicia en las ciudades’. Decidí verla, tras leer loas y loas sobre ella, y aunque al principio me costó cogerle el aire, terminé abriendo mis piernas, y salí de la sala habiendo indultado al cineasta alemán, y con un arrepentimiento culpable por haberle tenido durante años en mi lista negra. Por eso, este estreno me motivaba, y fui a verlo con la ambición de convertirme, definitivamente, en fan de Wenders.

Por supuesto, tras ‘Perfect days’ ya milito entre los Wim believers. Prometo que recuperaré, por lo menos, ‘París Texas’. Y, desde luego, me apuntaré a sus siguientes propuestas.

Antes de proseguir, considero de recibo advertir de que vi la película con cierto doping emocional. Mi domingo fue muy bueno, y llegué a la sala en un estado anímico de satisfacción y relax que casaban perfectamente con el espíritu de esta película. Tengo muy claro que las cuitas personales de quien ve una obra cinematográfica afectan decisivamente a su valoración, y en este caso Wenders contaba con viento a favor, casi diría que con un huracán. Jamás pretendo que la objetividad forme parte de mis críticas, y en este caso tampoco.

Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura. Sin ir más lejos, la víspera de ver esta obra participé en una conversación sobre la escena de las escaleras de ‘Joker’; y quienes la habían visto en su televisión eran incapaces de comprenderme cuando les aseguraba que me hizo mucha ilusión acercarme hasta el Bronx durante mi viaje a Nueva York para subir, bajar y saborear esa localización. Entiendo que habita en mí un alma friki con la que puede costar empatizar, pero las caras de escepticismo de mi audiencia solo reflejan cómo esa escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.

Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.

A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.

No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Naroa Lopetegi
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