El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, es, de lejos, una de las películas con más personalidad que ha estrenado el cine norteamericano en mucho tiempo. Habría sido fácil crear una epopeya sobre un héroes social mítica y típicamente americano, sobre un Robbin Hood traicionado por su propio ojo derecho, sobre la pérdida de una leyenda debido a la cobardía y la envidia de su más allegado aliado. Eso habría sido muy fácil.

Pero Andrew Dominik, en su primer largo (aún no he tenido el placer de ver el segundo, Mátalos Suavemente), no tiene ningún interés en crear un western al uso, o de hacer un drama de aventuras histórico anclado a ese género tan típicamente hollywoodiense. El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford es, empezando por su desafiante título para los cánones comerciales, un ejercicio de estilo, alejado de cualquier pretensión de gustar a la mayoría; es esta una película tremendamente fiel a su planteamiento, difícil de ver como pocas, un experimento que podría haber surgido de que Terrence Malick dirigiese un guión de Ingmar Bergman.

Porque este filme es devastadora ente contemplativo, pendiente de una belleza difuminada en sus grandes espacios y en sus oscuros interiores; a la par que es una narración en la que apenas ocurren grandes sucesos, sino que la verdadera acción reside en el interior de sus personajes, callados hombres de férreo hieratismo, antihéroes introspectivos subyugados por sus propias decisiones y en perpetuo estado de alerta, como fieras salvajes siempre pendientes de un combate que nunca acaba de llegar.

Todo en esta película es especial, distinto, incluso arduo. Nada es dejado al azar, a pesar de que el planteamiento de la misma parezca el de unos flecos mecidos por el viento. Si, El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford es tan larga como su título, es densa e inconcreta en lo que respecta a su trama, y por la propia complejidad de la misma, es imposible sacar conclusiones definitivas sobre sus personajes y las situaciones contadas.

Pero todo ello la hace especial. La música, la estética elección de planos, las decisiones narrativas, su cadencia particular... Y por supuesto, dos interpretaciones tan mesuradas e interiorizadas que parecen imposibles de descifrar.

Brad Pitt, que ha realizado grandísimos trabajos en su carrera, consigue con este personaje uno de sus grandes retos. Su composición es tan potente que en cada escena en la que interviene (y son casi todas) crea una tensión palpable, aborda el mito desde un trabajo interior y nada evidente más allá de una composición al uso.

Y si miedo a parecer exagerado, Casey Affleck compone un retrato de Robert Ford de una forma que me parece uno de los papeles más difíciles de abordar que recuerdo. Porque el dolor, la inferioridad, la envidia, la verdadera admiración, y claro, la cobardía, se presentan como delicados sustentos de una personalidad límite, regida y encorsetada por una (auto) represión casi psicótica... Pero su trabajo es tan bueno, que pese a la complejidad límite de su personaje, finalmente sentimos verdadera compasión por su ser. 

No puedo ser justo con palabras a este trabajo...