Previsible, sensiblero y artificial drama estadounidense al que sólo salva su renombrado elenco, pero que inclusive ellos quedan desaprovechados por un patético guión repleto de obviedades. Apenas cuenta con unos chispazos de actuación de Helen Mirren y Keira Knightley para levantar un poco la puntería.
El director David Frankel intenta salvar el cúmulo de situaciones previsibles y espurias que posee el guión escrito por Allan Loeb, pero no le encuentra el tiempo ni las resoluciones; es por eso que termina construyendo un típico producto hollywoodense lleno de estrellas y sin logros cinematográficos.
La historia se mete en la vida de Howard Inlet (Will Smith), un exitoso ejecutivo publicitario que tras la muerte de su pequeña hija se hunde en la más profunda depresión, negándose a todo tipo de ayuda; sólo encuentra cierto consuelo en el mutismo y sus recorridas en bicicleta por Nueva York.
Whit (Edward Norton), Claire (Kate Winslet) y Simon (Michael Peña), son sus tres amigos y socios intentan demostrar que Howard enloqueció, para de esa manera obligarlo a firmar la venta de sus acciones en la empresa que desarrollaron juntos y no perder las acciones.
Es por eso que contratan a tres actores que montan una pequeña obra de teatro para que se hagan pasar por su imaginación, filmarlo y hacerlo quedar como un desquiciado. La tarea quedará en manos de Brigitte (Helen Mirren) como la muerte, Amy (Keira Knightley) como el amor y el joven Raffi (Jacob Latimore) como el tiempo.
Con todo su elenco nominado como las peores actuaciones del año en los Premios Razzie, la propuesta de David Frankel termina siendo una especie de fábula navideña que se aprovecha de los dolores generados por una tragedia para desde allí caer constantemente en los lugares comunes y los sentimientos forzados. Resulta una pena el desaprovechamiento de tamaños actores.