Allá por el año 1960 de nuestra era, dos jovencitos en los umbrales de la adolescencia, aprovechando su estancia en un campamento de Boy Scouts, deciden poner tierra de por medio y dedicar los días venideros al cultivo de la rebeldía y a honrar el gran amor que se profesan. Pero las cosas no son fáciles, ni siquiera para los aventajados aprendices de supervivencia militar.

Curioso, sin duda, es el cine de Wes Anderson. Su manera de contar, los saturados tonos pastel que habitan su paleta, el síndrome de Peter Pan que afecta a sus personajes adultos y ese sentido del humor: naïf para unos, burlón para otros...., han logrado una legión de seguidores, entre los que no me encuentro; aunque reconozco la habilidad del director americano para presentar de forma original una propuesta, que de no ser por ese peculiar, y hasta sorpresivo, estilo podría ser considerado por un mortal (no estadounidense), como una simplona y olvidable historieta.

Una comedia como Moonrise Kingdom (El reino de la luna naciente) se presta a que yo la ubique, no sé si esa sería la intención del realizador, en un territorio habitado por unos singulares individuos que juegan, unos a ser mayores antes de tiempo y otros a no crecer; imitando los dos colectivos los defectos más granujientos y malolientes de la otra banda; dando lugar no obstante a una nación de principios rancios pero funcionales, o sea, a los USA. Prefiero esta malevolente interpretación mía, que dignificaría la película, a pensar que lo que el amigo Wes nos quiere mostrar es una tierna historia de amor de inocentes tortolitos.