El amor, y más que él, el deseo, tienen la característica insoslayable de la ceguera, aunque en esta ocasión uno de los personajes (el de Binoche), conserve parte de la interesada visión, al menos, de un ojo; de ahí brota su perversidad. Por lo general no hay condiciones, ni enemigos señalados, ni clases sociales....sólo el cuerpo a cuerpo; porque en la lucha de amor vence quien huye, aunque las heridas nunca cicatrizarán.

La penúltima obra de Louis Malle, con una desasosegante e ineludible invasión de devastadoras células de atracción fatal, invita a huir del contagio de los amores desbocados, esos que cabalgan dentro de uno y que, aunque por momentos nos hacen libres y felices, sabemos que acabarán por despeñarnos.

Los que entienden de esto dicen que la Binoche exageró, pero metidos en los tormentosos anillos del vendaval del placer ¿a quién le importa que las miradas sucias de lascivia, los falsos gemidos y los olores corporales mezclados con los químicos, se multipliquen?