Nebraska, con un blanco y negro revelador, con una certera sensibilidad que desnuda el entorno que rodea al protagonista y con un viaje enriquecedor al corazón del absurdo, es una de esas obras de obligada visión que el Cineclub El Gallinero ha hecho muy bien en programar.

La presunta imbecilidad de Woody Grant no lo es tanto cuando vemos el nivel del jurado que le examina. Reírse de uno mismo, de lo que somos y seremos; convertir en algo serio lo tragicómico y atisbar la luz a través de una mente enferma, es un gran acierto de Alexander Payne y su guionista, Bob Nelson, que redondean una más que notable obra sobre la condición humana y el comportamiento general ante la ineludible tara del envejecimiento.

Cuando te alejes unos días de su deslumbrante primera visión, como es mi caso, seguirán en tu recuerdo los caminos grises por los que Woody huye hacia ninguna parte, la patética realidad de los habitantes de las Grandes Llanuras y lo cáustico de un sistema que centra todos sus esfuerzos en lo económico, dejando a su suerte a los individuos.
La desazón que nos transmiten los personajes (muy bien interpretados) de la película, se contrapesa con el sentido del humor, aunque negro, que la empapa.