¿Quién puede dudar de que esta rocambolesca fantasía de Terry Gilliam, esta cutre-ciencia-ficción, hace tiempo que la estamos padeciendo?. No tienes más que ver los telediarios, leer las noticias de prensa, ojear las revistas satíricas, escuchar al iluminado que toma su cerveza a tu lado y habla para todo el bar, poner un micrófono en el púlpito de los obispos, oir las declaraciones del último crack futbolero, empaparte de prensa del corazón, asistir como espectador a una visita real, temblar cuando ves a Putin, sentir cómo hace tiempo caminamos votando nuestra cabeza en el suelo......; pues bien, exprimiendo todo esto, más algún añadido que se te ocurra, conseguirás un jugo muy parecido al que destila Brazil: estupidez humana multiplicada en la túrmix de los avances tecnológicos.

Pero no resulta de esta dispar mezcolanza cinematográfica, aunque pudiera parecerlo, una bazofia indigerible, al contrario, cuando termina este acontecer de futuribles sucesos, embadurnados por la pestilente baba del monstruo creado por millones de normas, leyes, preceptos, órdenes, reglamentos, normativas, estatutos, disposiciones, bandos, modelo, ejemplos, pautas, patrones, guías, reglas, métodos, directrices, instrucciones, indicaciones y criterios que se entrecruzan; surgen impolutas del fondo del lodazal dos columnas indestructibles, suficientes para seguir creyendo en la vida: el amor y la libertad.
Y he aquí cómo del estiércol brota la poesía a ritmo de samba y carnaval.