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España España · Santander
Voto de Simsolo:
7
Thriller. Acción A las 8:02 de la mañana, el detective de la policía de Nueva York Jack Mosley tiene encomendada una misión aparentemente sencilla. El delincuente Eddie Bunker está citado para testificar ante un gran jurado a las 10 en punto, y Mosley debe trasladarlo desde la celda al juzgado, a 16 calles de distancia. Cuando Jack, que tiene serios problemas con el alcohol, mete a Eddie en el asiento trasero de su coche y se dispone a atravesar Nueva ... [+]
27 de diciembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “16 calles” Donner y Willis tratan de sacudirse de encima el polvo que ha ido mitigando el brillo de sus respectivas carreras. Lo consiguen a medias. Donner apuesta por ese policiaco que ya no se lleva, cortante y seco, más basado en los caracteres y el ritmo que en un acumulamiento grandilocuente de escenas salidas del presupuesto. Un acto de contrición de alguien que ha cometido demasiados pecados en nombre del divertimento, y este es un género que apuesta por la verosimilitud; no nos engañemos, reventar coches o edificios para lucimiento de los técnicos de efectos especiales, no porque aporte algo a la historia, es pura paja. Willis, por su parte, sencillamente lucha por desembarazarse de su otro yo, ese imbatible John McClane que le persigue desde los tiempos de “La jungla de cristal”. Quizás la caracterización resulte algo forzada en su acumulación de taras, pero el personaje funciona, lo cual es mérito exclusivo del actor. En ayuda de ambos acude un David Morse enorme y amenazante, un villano rotundo, perezoso en su sadismo, cuya sola presencia intimida. Un monumento viviente a la grandeza de los secundarios. El cuarto personaje en discordia tiene que ser escuchado en V.O., porque su rol no es una parodia. No es un estúpido ni un gracioso y, por supuesto, no es Eddie Murphy haciendo lo de siempre en una ciudad atestada. Sólo es una excrecencia del sistema en busca de un poco de dignidad.

Lo mejor de la película está en su primera mitad, con ese arranque directo y práctico hoy inusual: por lo visto, la economía de medios, las elipsis y el uso de las convenciones, forman un lenguaje cinematográfico en desuso, ininteligible para los aficionados al destrozo de cosas porque sí. Estamos ante un policiaco que nos retrotrae a la sucia gloria de los setenta, cuando Friedkin y otros decidieron que los barrios eran el mejor escenario posible. En esto “16 calles” brilla con luz propia. Callejones, escaleras y ascensores, esos apartamentos raídos y esos baruchos con su parroquia ya bien dispuesta a temprana hora, confieren un saludable verismo a la película. Se trata, como tantas veces, de creerse lo que se está contando, de no impostar. Donner, mutado en Don Siegel, acierta con el tono y el cinismo de los que ya lo tienen todo perdido y los que no quieren perder lo que tienen. Pero cuando el guión dicta otra cosa, cuando aparecen el autobús, la multitud y el despliegue policial, este turbio asunto entre policías corruptos se desequilibra y la verdad se torna trampa, mera habilidad para contar.

La película termina por abrazar un sentimentalismo primario, que huele a gatillazo. No es un estropicio absoluto, una quema de lo anterior, pero la apuesta inicial era otra y que Willis, ya rehabilitado frente a una tarta de cumpleaños, parezca otro Willis, el que recordábamos de sus “otras” películas, envenena la sangre. Huele a conformismo, a rendición. Aún así hay fuelle en toda la realización, esa modesta sabiduría del que sabe situar la cámara para contar una apretada historia de antiguas amistades, de lealtades y traiciones. La pasta con la que debe estar construido todo buen thriller y “16 calles”, a pesar de las concesiones de su última media hora, casi lo es.
Simsolo
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