Hélène Berthier asume serenamente que el final de toda su colección será la fragmentación. Incluso da a su hijo Frédéric recomendaciones sobre cómo gestionar su venta. Entiende que todos esos objetos que tanto estima serán para sus hijos simples valores de cambio. Y así sucede, aunque Frédéric y también su hija, al final de la película, muestren cierta nostalgia y remordimiento por haberse deshecho de la memoria familiar.

Conmovedora secuencia la de Eloïse buscando alguna huella del pasado en la casa cerrada y desmantelada, asomándose a través de los cristales. De las pocas cosas que permanecen en la casa es el regalo de cumpleaños sin abrir, con una nota pegada para recordar hacer algo que nunca sucederá.