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España España · Barcelona
Voto de Iris Alca:
7
Drama Historia de una ninfómana contada por ella misma. Una fría noche invernal, un viejo solterón (Stellan Skarsgård) encuentra en un callejón a una joven (Charlotte Gainsbourg) herida y casi inconsciente. Después de recogerla y cuidarla, siente curiosidad por saber cómo pudo haber llegado esa mujer a semejante situación; escucha atentamente el relato que ella hace de su vida, una vida llena de conflictos y turbias relaciones. Para su ... [+]
9 de enero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nymphomaniac es una de esas películas que no se deja ver por cualquier ojo curioso. Es lenta, minuciosa y cruda, muy cruda. Es fea, vulgar y sucia. Te remueve por dentro. De repente te arranca una carcajada, para acto seguido regalarte una arcada. La película nos cuenta la vida de una mujer adicta al sexo. Su infancia, adolescencia y juventud. El director divide la historia en capítulos y termina de dotarla de un aire literario llenando estos de metáforas que, por momentos, disfrazan de cuento o ensoñación la cruda realidad de la protagonista. La naturaleza, la pesca, el mundo animal o la música son algunos de los universos que el director utiliza para escudriñar la esencia del sexo y de las relaciones humanas. La mayoría de estas poéticas comparaciones están muy bien encontradas, en especial la que el director dedica a la música. Utiliza el ejemplo de la polifonía medieval para explicar la “polirelación” sexual de ella, por qué necesita varias voces en su cama para armonizar su vida. Otro de los excelentes capítulos de la historia es en el que aparece Uma Thurman. Una situación dramática que se complica por momentos de igual modo que se va convirtiendo en hilarante. Unos diálogos maravillosos, tremendamente ácidos; una interpretación colosal (la de Thurman) con el objetivo de mostrar de un modo muy claro pero divertidísimo los daños colaterales del sexo libre.

Cada capítulo, ligado a un episodio de la vida de la protagonista y narrado a través de metáforas, está precedido por una pequeña introducción que hace la propia protagonista y la posterior reflexión de su interlocutor, un hombre que la he encontrado en la calle malherida y que le ofrece cobijo en su casa para sanarse. Y he aquí la parte de la cinta que me suscita dudas. Los enlaces entre capítulos por momentos se me hicieron forzados, farragosos y repetitivos. La estructura del film se vuelve poco dinámica, previsible y redundante. Quizá sea esa la intención del director, pero a mí, desde luego, me distrajo de la atracción principal. Además, no acabo de entender por qué un señor de avanzada edad no se sorprende al escuchar el sórdido relato de la desconocida que acoge en su casa. Por qué la deja entrar, por qué quiere saber más, por qué no se perturba ante el hedor de la podredumbre de su existencia…

Uno de los puntos brillantes de Nymphomaniac es la protagonista, pero no la madura, sino la joven, la sexy actriz que interpreta la versión juvenil de Joe (la protagonista). Stacy Martin, una total desconocida a la cual se le van a abrir las puertas del cielo. Una especie de versión lasciva de Pilar López de Ayala. Una bomba de niña. Al igual que me ocurrió con Adèle Exarchopoulos, me da la sensación de que Martin destila sexo por cada poro de su piel. Te crees hasta el último centímetro de su lujurioso cuerpo. Vibras con cada palabra que sale de su sensual boca y respiras el mismo aire viciado que inunda su habitación del pecado. Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte y, desde luego, Stacy Martin dará que hablar. En cambio, Charlotte Gainsbourg, una habitual de Von Trier, da grima. Tan autocompasiva, tan herida, tan hastiada de sí misma, con esa vocecilla irritante… No me la creo. Es más, me dan ganas de darle de hostias. No acaba de entender cómo esa bomba sexual que es su personaje de joven puede acabar convirtiéndose en un ser tan patético. Espero más datos sobre la evolución del personaje en la segunda entrega del film.

Y vamos con el verdadero protagonista: el sexo. Siempre me han gustado las historias intimistas y sin artificio pero he de decir que cada vez me interesan más. Me parecen relatos ciertos y con los que me identifico de un modo u otro, pues muestran la naturaleza del ser humano tal cual es, sin pasar por el filtro de la moralidad barata y la sociedad que nos condiciona irremediablemente. De los tres dramas de este estilo que he visto en los últimos meses, sin duda, el amable es La vida de Adèle. El sexo es real e incómodo, pero no deja de ser descriptivo. Muestra cómo es el sexo entre dos mujeres. Sin más. En cambio, en Paraíso: amor y Nymphomaniac, el sexo es un recurso, una herramienta de la cual el director se sirve para afear la historia, para ponerle el punto grotesco, para generar desasosiego y asco. El sexo como algo sucio y violento, en la primera película, como abuso de poder y en la segunda como fruto de una adicción incontrolable. Y es que el sexo está en todo lo que hacemos. Y el hecho de esconderlo no hace sino ensuciarlo más.

La protagonista de la película declara estar en contra del amor y utiliza el sexo descontrolado como arma para combatirlo. En cierto modo, estoy de acuerdo con ella. No en la forma de darle batalla pero sí en la tesis de partida. Vivimos en una sociedad obsesionada con el amor. El sistema nos cría como seres incompletos que deben buscar incansables esa otra mitad que llene de sentido sus desgraciadas vidas. Y esa parte es el romanticismo. Llamadme cínica o satanás, pero es así. El amor es un negocio y una forma de control social. Nos han hecho creer que no seremos individuos realizados hasta que no encontremos el verdadero amor, esa alma gemela que nos acompañará el resto de nuestras vidas. Permitidme que me descojone. Buscar fuera de ti lo que llene tu ser, aparte de una pérdida de tiempo, es una putada, porque el vacío nunca desaparece. La batalla debería librarse desde la búsqueda de la libertad individual y la deslegitimación de la pareja como respuesta vital absoluta. Eso no quiere decir que el amor no exista, que aniquilemos los sentimientos y que seamos todos ermitaños. En absoluto. Es más una cuestión de encontrarse, sentirse cómodo con el hallazgo y solo así alcanzar la libertad. Y no, no me he fumado nada verde. Simplemente creo que el ser es mucho más potente, y contestatario por otro lado (y he ahí la necesidad de control por parte del sistema) cuando tiene libertad absoluta sobre su individualidad.

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Iris Alca
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