La capacidad de recrear un universo propio, inmediatamente identificable por el lector, es una cualidad reservada en exclusiva a los más grandes creadores de todos los tiempos. El Londres de Dickens o el Madrid de Galdós son dos buenos ejemplos de ello. También los pequeños pueblecitos de la Inglaterra rural recreados por la escritora Agatha Christie, con su atmósfera anodina donde –aparentemente- nunca sucede nada, ricos en sirvientas y solteronas chismosas, jóvenes disolutos y oficiales retirados, donde la principal diversión consiste en hacer largos comentarios sobre las menores incidencias de la vida ajena mientras se cuida el jardín, son uno de los grandes logros de la historia de la literatura.

El principal mérito de Agatha Christie consistió en revelarle al lector que el Mal no es patrimonio exclusivo de degenerados y psicópatas sin escrúpulos. Su conocimiento de la naturaleza humana – y de su debilidad- la llevó a reflejar que el Mal anida también en el corazón de personas “normales”, respetables, perfectamente integradas en la sociedad, cuya debilidad de carácter los lleva a emprender la senda criminal, rota ya su fibra moral, abocados a la degradación.

De este manantial bebe “Knives Out: Puñales por la espalda”: una película francamente entretenida y fantásticamente ambientada, con un guion a la altura del reparto, que consigue mantener una originalidad admirable y que se disfruta (pese a su final un poco forzado) de principio a fin.