Imaginen en la pantalla el espíritu combativo y reconfortante de Fahrenheit 9/11, los asuntos de actualidad que atañen a su impostada rebeldía antiglobalización, añádanle la propuesta narrativa de Traffic, y tendrán Syriana, el último grito acuciante de una nueva ola norteamericana de cine político, deudora de la de los 70 (La conversación, Los vividores, El candidato, Los tres días del cóndor, Todos los hombres del Presidente, El cazador, Rojos…), y abanderada por George Clooney, que recoge el testigo que Warren Beatty y Robert Redford representaron entonces.

Curtido en las series Policías de Nueva York y American Gothic, Stephen Gaghan se vuelve a colocar detrás de la cámara tras su desafortunada dirección en La desaparación de Embry. El resultado es fascinante y relevante por su contenido, pero la excesiva complejidad de su trama, consciente en su confusión y fría en sus intenciones, adolece de la disciplina narrativa suficiente para potenciar su mensaje (todos somos culpables) con un mayor impacto y eficacia. La principal diferencia con Traffic es que en esta ocasión el guión de Stephen Gaghan padece una sequía emocional galopante. Se consigue un mayor realismo al optar por un único estilo, pero es tal su neutral y objetiva apatía, que la miríada de personajes, historias y exteriores que esconde sólo converge en su tramo final.

Sin embargo, sus imágenes, simples, opacas y crudas, revierten en un realismo comprometido, rico en puntos de vista, contundente e incendiario. Por ello, se la recomiendo a todo aquel interesado más allá de su propia individualidad que, aun no contando con un máster en geopolítica internacional, esté dispuesto a reflexionar acerca de los sucesos que siguen permitiéndole disfrutar de los beneficios de la civilización moderna (y occidental).

AL-QAEDA vs. ADMINISTRACIÓN BUSH