La película más nominada del año supone también la mayor decepción de la temporada.
Maurine Dallas Watkins escribió en 1927 una comedia teatral que William A. Wellman adaptaría más tarde al cine con el título de Roxie Hart y Ginger Rogers como estrella. Casi medio siglo después, Fred Ebb y Bob Fosse aportaron su pequeño granito de arena trasladando el argumento a Broadway en forma de musical. Ahora, de la mano de Rob Marshall, experimentado coreógrafo en telefilms y obras teatrales, se lleva a cabo otra adaptación, que más que brillar y seguir colaborando para el desarrollo de este género, abre interesantes reflexiones y numerosos interrogantes de cara al futuro.
Allanar el camino
Ni el musical había muerto (siempre había permanecido en la mente de todos, pero para los productores llegó el día en que dejaron de ser rentables), ni Moulin Rouge lo rescató de las cenizas. No obstante, apartemos nuestro cinismo y reconozcamos el justo mérito que Baz Luhrman (Romeo y Julieta) se merece, ya que con su personal y contemporáneo estilo allanó el camino para futuras incursiones en el género. La sombra del viejo molino rojo es alargada, de ahí que la Academia de Hollywood quiera recompensar ahora a Chicago con todos los premios (exageradas trece nominaciones) que no recibió en su día Moulin Rouge.
Operación Chicago
Chicago pincha por su exceso de pretenciosidad, sus vanos y rastreros intentos por parecerse a Moulin Rouge, su falta de originalidad (salvo en momentos muy concretos las composiciones son inconfundibles herederas de Cabaret, de Bob Fosse), el desaprovechado uso de sus dos actrices principales -una a lo Cyd Charise, y la otra a lo Marilyn Monroe-, pero sobre todo, pincha porque la trágica historia de la muchacha que es encarcelada por asesinar a su amante a causa de la insatisfacción de sus deseos de estrella no nos arrastra, no nos conmueve.
Uno se siente terriblemente engañado, como si permaneciera abobado frente a la pantalla ante un episodio más de las patrañas y cursilerías de Bisbal y compañía… Esto es serio, ¡por Dios!, esto es cine, y para encarar este tipo de proyectos es necesario que la historia me atrape, me sobrecoja, si no, las imágenes pasarán ante mí como simples encadenados y artificios únicamente capaces de ridiculizar a la prensa, la justicia y el matrimonio.
Aun así, algo queda: la ajustada atmósfera de vodevil y felices años 20, los números de la cárcel y el estreno de las dos asesinas en Broadway, la música, John C. robaplanos Reilly (marido de la protagonista), y las maneras de cantar, bailar y mirar a la cámara de Catherine Zeta-Jones.